Muchas y variadas son las opiniones que a nivel mundial se han generado, ante el resultado del referendo que marca el alejamiento del Reino Unido de la Unión Europea. Atendiendo a las múltiples expresiones vertidas en los distintos medios de comunicación, considero que sin duda es una oportunidad que nos llama a la reflexión, especialmente entorno a tantas tendencias que vivimos a nivel internacional y nacional, donde se impulsa el aislamiento entre unos y otros. A menudo, todo esto argumentando razones aparentemente justas, como ser una mayor seguridad, ventajas económicas, fortalecimiento de la identidad cultural, etc. Sin embargo, la reacción de muchos jóvenes del mismo país y del mundo entero pone de manifiesto la necesidad de una mayor apertura que permita una verdadera comunión. Creo que el momento es apropiado para analizar seriamente las innumerables fronteras que nos aíslan unos de los otros. Es una oportunidad para tomar consciencia de los riesgos de compartir con “el otro” que tal vez incomodan, pero que sin duda nos sumerge en otro mundo que nos enriquece. Vivimos situaciones muy similares en América Latina y en nuestra patria. Estamos cada vez más lejos del “otro” por razones partidarias, ideológicas, políticas, hasta por cuestiones religiosas que deberían llevarnos a una mayor fraternidad. Los países, cada vez más, establecen fronteras para distanciarse uno del otro, aunque las fronteras no quitan la hermandad que existe entre los pueblos. Sin embargo, nuestras estructuras sociales y políticas deben estar al servicio de la humanidad generando una mayor fraternidad y encuentro entre hermanos.En los últimos años venimos sufriendo los efectos negativos de la crisis económica, que afligen a muchas personas, especialmente a los más carenciados de nuestra sociedad: los que no tienen un sueldo fijo, un techo digno, una cobertura de salud… Y como si esto fuera poco, también somos testigos de tantas situaciones de injusticias y corrupción. Y por eso creo conveniente tener presente lo que nos dice nuestro papa Francisco que en el fondo de nuestra crisis económica está presente un “progresivo alejamiento del hombre de Dios y del prójimo, en la búsqueda insaciable de bienes materiales, por un lado, y en el empobrecimiento de las relaciones interpersonales y comunitarias, por otro, han llevado a muchos a buscar el bienestar, la felicidad y la seguridad en el consumo y la ganancia más allá de la lógica de una economía sana”.Pero en los últimos tiempos son cada vez más visibles los signos que ponen de manifiesto la falta de verdadera fraternidad en nuestra sociedad. Prueba de ello son los negocios que se establecen a costa del dolor y sufrimiento de tantos hermanos: el creciente fenómenos de la trata de seres humanos, los enfrentamientos armados provocados por ventajas económicas de unos pocos, tráfico de droga, encarecimiento de los alimentos básicos, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia…Ojalá que en este año del bicentenario no seamos causas de división y que globalicemos la solidaridad, amor y la fraternidad por encima de nuestro egoísmo y ventajas económicas individuales o grupales que dejan de lado el bien común. Que seamos embajadores de paz fomentando verdaderos encuentros con el otro a través del diálogo, el perdón y la reconciliación para instalar definitivamente en nuestra sociedad, la justicia, la confianza y la esperanza. Que tantos signos de divisiones y distancia del hermano nos impulse a una verdadera conversión ejerciendo el amor, la fraternidad y la solidaridad. Que en cada uno de nosotros se haga realidad lo que Jesús pedía para sus discípulos: “Padre, que todos sean uno; lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos y ellas estén unidos a nosotros por el mismo amor”. (17,11-33).





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