El 31 de diciembre de 2015 y después de treinta años de actividad, Posadas Video cerró sus puertas.La decisión tomada por Silvia Cabrera y su hija Luciana Pasqualini no fue para nada sencilla pero hubo varios factores que con el paso de los años hicieron del próspero negocio un espacio insostenible. Una mezcla de sentimientos produjo esta determinación que, para hacerla más sencilla la tomaron como si fuera, lisa y llanamente, la finalización de una etapa.Como un emprendimiento sumamente novedoso, Posadas Video comenzó a funcionar el 5 de septiembre de 1985, y fue el primer videoclub que tuvo la capital de la provincia. Eran sus propietarios: Jorge Soto, Juan Carlos Soto, Mariela Cerri (ya fallecida) y Horacio Recio, nucleados en una SRL. Cabrera se incorporó como empleada en septiembre de 1986, un año después de la apertura, y estuvo a cargo de la atención al público hasta el día del cierre definitivo. Recordó que las cosas fueron cambiando a lo largo de los años. Primero fue empleada, después gerente, más tarde socio gerente y en los últimos años, propietaria. “Entré en la época del auge del videocasete, que era la novedad del momento. Trabajábamos muchísimo, de lunes a lunes, con masiva concurrencia. Con el avance de la tecnología, empezaron a mirar o bajar las películas por Internet, en desmedro del video, que se fue quedando en el tiempo. Ahora es imposible sostener un video. Implica el pago del alquiler, empleados, impuestos municipales, Rentas, y no se puede vivir de eso. En mi caso, que no tenía otros ingresos y necesitaba este recurso, se hacía más difícil”, contó emocionada, sin caer aún en la cuenta. Es que a Cabrera se le hace difícil porque fue su primer trabajo. “Es lo que hice toda vida. Fue lindo, me gustaba mucho el cine y trabajar en un lugar que estuviera relacionado con las películas, me hacía feliz. Me gusta tratar con la gente que venía y te pedía recomendaciones. Entonces de acuerdo al gusto: acción, comedia, drama, le sugerías. Había de todo un poco, lo gustos eran muy diversos así que había movimiento en todos los rubros”, acotó.Con viajantes, como mercaderíasPara conseguir las películas, en un principio recibían la visita de los viajantes de las productoras (BH, Transmundo, Alcatel) que tomaban el pedido y hacían el envío, como cualquiera de las mercaderías de supermercado. Luego esto también fue cambiando. “Nosotros hacíamos el pedido y ellos mandaban por Correo Argentino. En su momento comprábamos muchas películas y las mirábamos en nuestras casas para poder recomendarlas. Nos enterábamos quienes eran los actores y el director del filme, de qué se trataba. Después a las firmas ya no les convenía que los viajantes vengan a levantar el pedido y se empezó a trabajar por Internet”.A su parecer, entre 2004 y 2005 comenzó a decaer la actividad. “Éramos cuatro empleados y se fueron yendo de a poquito porque era imposible pagar los sueldos y hacer los aportes. Después de eso pasó a ser un negocio familiar. Empecé a trabajar con mi hija Luciana y mi sobrino Daniel, con el fin de abaratar costos. Pero ni de este modo se pudo seguir sosteniendo. Hay otros videos que siguen funcionando pero tienen local propio. Esa es una gran ventaja porque el alquiler del lugar también se encareció mucho y era difícil seguir”, lamentó la mujer que, afortunadamente, ya logró conseguir empleo.Al hacer memoria, señaló que los clientes venían de todos los barrios. “Al principio quizás eran sólo del centro pero en los últimos tiempos llegaba mucha gente desde los complejos nuevos, donde todavía no tienen servicio de cable o a los que aún no les llega el servicio de Internet. Los fines de semana lluviosos trabajábamos re bien. No dábamos abasto con los chicos, pero esas épocas ya pasaron”, comentó como resignada. Cuando eran muchas las devoluciones y las salidas, hubo casos en los que se cruzaban las películas. “Por ahí atendíamos a un chico y mientras eso sucedía venía otro para devolver, y le dábamos el casete del que devolvió al que alquiló. Solía pasar que se llevaran las bolsitas equivocadas. Es que era tanto el trabajo, al no controlar se mezclaba, en lugar de ir una comedia iba una de terror. Con algunas subidas de tono también nos pasó, lo que motivó que volviera el socio molesto, con toda la razón. También pasamos por eso”, dijo entre risas.Para asociarse se debía aportar los datos personales y facilitar una boleta de servicio. Se confeccionaba una ficha y se asignaba un número de socio. Cada vez que alquilaba se ponía el código de socio y lo que llevaba. El socio era el titular y el grupo familiar, el autorizado. Cabrera no logró recordar la cantidad exacta de asociados porque “en la época floreciente teníamos una sucursal que estaba por Ayacucho y ellos tenían una numeración de socios, y nosotros por Bolívar, otra”. En la semana se alquilaba de un día para el otro, pero si retiraba la cinta los sábados podía devolverla el lunes.El cierre fue un golpe“Este cierre me produjo un golpe fuerte en lo emocional y en lo personal porque yo crecí con el video. Fue mi primer trabajo, ahí me casé, nacieron mis hijas, mi nieto, toda mi vida estuvo relacionada. Me pasaron cosas importantes trabajando en el video. Destaco a la gente que pasó por mi vida, como Mariela Cerri que fue una de mis jefas y que ya no está. Aprendí mucho de ella. Personas que se fueron yendo y otras que siguen estando en mi vida. Me dio muchísimas satisfacciones. En treinta años jamás me pesó ir a trabajar. Siempre fui feliz porque hacía lo que me gustaba a pesar de ser una tarea demandante. Lo hacía siempre con mucha felicidad porque era como estar en mi casa, con jefes excelentes, compañeros muy buenos”, relató la mujer, que dio sus primeros pasos en la tarea a los 19 años.Contó que sus hijas Luciana y Tizziana se criaron entre las góndolas de películas y se volvieron “adictas”. De pequeñas miraban muchos dibujitos, y películas a medida que iban creciendo.Desde que empezaron con el casete hasta el cierre del negocio reunieron unas 26 mil películas. Pero algunas se fueron dando de baja y terminaron con unos 12 mil títulos. En los últimos años, también su nieto Gian Luca se instalaba en el local a la salida de la guardería, para ver películas. Cabrera cargó contra la competencia desleal, que es uno de los puntos que hizo que el comercio cerrara. “Los vendedores de Paraguay venden un montón. El alquiler estaba a 25 pesos y ellos ofrecían en cada esquina tres películas a 10 pesos, de las cuales el comprador veía una porque las demás no funcionaban. La misma gente me decía quiero terminar de mirar tal o cual filme porque lo compré en la calle y no sirve. Otra cuestión fue la falta de controles. Ya en el local de Bolívar y San Luis la Afip vino a controlar las factu
ras, las compras. Tratamos de seguir por todos los medios porque para mí era como mi vida pero cada vez era más difícil”. Pero “dije hasta acá llegué porque cada vez me endeudaba más. Por más que era un negocio familiar, achicamos, anexamos un kiosco, cuadros, se movía un poco pero no lo suficiente para cubrir los costos fijos que cada vez eran mayores. Se terminó una etapa de mi vida que fue larga y muy buena. Estoy agradecida a todos los socios que nos eligieron y por mucho tiempo. Todo eso y los buenos momentos me quedarán grabados para siempre”, sintetizó.“Fue un bajón”Pasqualini recordó que siempre iba a pasar el tiempo al trabajo de su mamá. “Cuando me empecé a meter en la atención al público fue cuando cumplí 18. Ella (por su madre) me empezó a explicar el funcionamiento, cómo era el tema con las productoras, los pedidos de bolsitas, logos, tarjetas para socios. En los últimos tiempos se podía desentender un poco porque yo había agarrado las riendas”, explicó, al tiempo que comentó que “para mí el cierre fue un bajón. El videoclub me remitía a El Rey León, que era la película que identificaba mi infancia. Primero el casete, luego los DVD y me tocó vivir la época del cierre, en momentos que yo misma miraba las películas por Internet. Me daba cuenta de lo fácil que era. Es una lástima. Para nosotros era re-entretenido, no lo tomaba como un trabajo. Era como un pasatiempo, el hecho de relacionarnos con la gente, que era muy cálida con nosotros. Muchos seguían viniendo con el tiempo y se colgaban hablando”. Queda pensando y su recuerdo se centra en un buzón que servía para que los clientes tiraran allí las devoluciones “hasta que inescrupulosos lo rompieron y lo robaron”.




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