Cada vez que escucho “che pykasumi”, la dulce guarania internacionalizada por el gigante Joan Manuel Serrat, quedo al borde de las lágrimas. No sé qué significan esos sonidos guturales, nasales y envolventes pero intuyo que la historia que cuentan es profunda, suave y descarnada como sólo suelen serlo los grandes amores. El guaraní tiene el poder de provocar sensaciones y sentimientos como ningún otro idioma, según los que lo hablan e interpretan. Este legado ancestral transforma cada palabra en poema, y ejemplos hay a montones: cuando acá decimos niño, en guaraní es “cunumí”, que en su traducción literal significa “pequeña ternura”. Ana Beatriz González, o Betty Chavez como la llama todo el mundo, es capaz de ahondar en estos conceptos no sólo porque habla el idioma; también lo enseña, y además está comprometida con su salvataje y reivindicación. Hoy dedica gran parte de su vida al rescate de nuestras raíces tantas veces silenciadas por un lamentable e injustificado sentimiento de inferioridad, que sin embargo, y por estricta justicia histórica, debiera transformarse en puro orgullo. Betty dicta cursos para quienes se sientan en deuda no sólo con el guaraní de padres y abuelos, sino con la cultura toda. La profe nos cuenta que ella sintió la misma inquietud durante años y por eso puede entender a quienes se inician en la reconstrucción de la identidad desandando un camino de negaciones. Prohibido olvidarSus padres eran paraguayos y llegaron a la provincia exiliados de la Guerra del Chaco. Pese a amar a Misiones y sentir un profundo agradecimiento hacia la gente que los acogió e incorporó a la sociedad sin reparos, se vieron en la necesidad de dejar de lado el idioma guaraní para asegurarse la inclusión mediante el uso exclusivo del castellano. En las casas de cientos de familias con similares contextos y devenires, el guaraní dejó de hablarse y su uso hasta se le prohibió a los hijos que tenían que incorporarse a la escuela y a la vida comunitaria. Siglos de colonización y destrucción de lo originario terminaron por imponer el idioma español o “karaiñe’éme”, que en su traducción literal significa “lengua de los señores”. “Cuando yo era chica se creía que hablar el guaraní “endurecía la lengua” y perjudicaba el aprendizaje del español. Hoy se sabe que cuantos más idiomas hable una persona, más facilidad tendrá con la expresión oral y más incentivará la inteligencia”, defiende Betty con firmeza y convicción. Pero antes eso no se sabía, y si a los mitos se le suma cierto aporte xenofóbico -que en mayor o menor medida siempre existió para con los ciudadanos paraguayos-, es claro que como resultado, el guaraní fue desapareciendo de la cotidianidad familiar. Un compromiso con la propia historia“Mirá lo que son las cosas”, cuenta Betty con picardía, recordando sus tiempos de mitaí porá, cuando conoció a un paraguayo que la enamoró y volvió a reencontrarla con su esencia, sus raíces y valores. “Me recitaba en guaraní y al principio me decía lo que significaban las palabras. Después me trajo un diccionario y así, de a poco, comencé a aprender de nuevo”, relata con añoranzas.Ya con los hijos criados decidió saldar aquella necesidad que acarreó durante décadas. Se inscribió en el Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní, en Encarnación, y cruzó cientos de veces el brazo amable del puente internacional en su nuevo rol de estudiante, hasta que terminó el cursado en 2011. Aprendió sobre lingüística, antropología, cultura e historia guaraní; literatura, folclore, indigenismo, bilingüismo y pedagogía.Con un poco de timidez al principio, se inició en las prácticas y talleres que dictó en distintos puntos de la ciudad de Posadas, y en especial en la Cámara de Diputados. Hoy continúa dando cursos y talleres de cultura e idioma guaraní (porque una cosa no puede ir sin la otra) y prepara su tesis para la Licenciatura con un tema más que interesante: investiga, con método científico, porqué los misioneros tenemos una marcada tendencia a negar nuestros orígenes guaraníticos pese a que el ochenta por ciento de la población de las ciudades fronterizas tiene un abuelo o una bisabuela nacidos en el altivo Paraguay. El guaraní es un idioma con raíz propia que no tiene antecedentes en otros idiomas, como sí tienen el castellano o el portugués y sus raíces latinas. Se inspira en la naturaleza, en lo que el indio sintió cuando describió las cosas creadas por tupá. Con una cosmovisión casi única, el guaraní es descriptivo y contextual: cada palabra tiene un significado particular según la forma en la que se dice y el momento en el cual se la pronuncia. Betty y todos los que integran la Asociación Civil de Lengua y Cultura Guaraní lo difunden convencidos de que es el idioma de la región. “Se habló y se sigue hablando por los nativos desde el Caribe hasta el Río de la Plata y en Paraguay” refiere, por lo cual “tiene méritos sobrados para ser declarado el idioma del Mercosur”. Me despido de Betty casi con pesar porque su pasión contagia y una podría estar horas hablando con ella. Pero tiene que atender a su nietita que tiene apenas horas de recién nacida. Entonces, lo inevitable. Vuelvo a escuchar la dulce guarania y esta vez busco su traducción. Ningún idioma podría describir mejor el amor y el desamor. porMónica [email protected]





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