“Ya nunca me verás como me vieras…” decía el tango Sur, de Aníbal Troilo y Homero Manzi. Y es que ya no se verá más a los porteños y bonaerenses pagar la factura de luz cada dos meses. Y la bimestral del gas al mismo precio que pagamos los misioneros por una garrafa de diez kilos. Desde mañana en adelante se terminan los subsidios al consumo energético, eso que tanto ayudó a ahorrar a los argentinos. Eso sí, dependiendo del lugar donde uno viviera. El sistema se gestó en 2003, para ayudar a salir a la economía del estancamiento luego de la crisis del 2001. Alcanzó a todos en general: empresas, los bon vivant de Barrio Norte, Recoleta o Puerto Madero o las familias más humildes de los últimos rincones del país. Pero paradójicamente, los más pobres terminaron pagando lo mismo que los más ricos. Una distorsión que a la larga generó polémica y terminó socavando la legitimidad de los subsidios. Estuvo enmarcado en la política de perfil keynesiano, con alto intervencionismo estatal en la economía, que sirvió para dar impulso a las fuerzas productivas con el efecto dinamizador en todas las áreas. Los subsidios al transporte y a la energía, tenían como objetivo contribuir a que los asalariados tuvieran más recursos en sus bolsillos, para que fueran volcados al consumo, haciendo girar una rueda que arrastraba hacia adelante la creación de Pymes, el empleo y la actividad del mercado interno. En resumen, una apuesta a la reindustrialización del país. Pero tuvo que ser el Estado el que puso los fondos para que esto ocurriera. Las inversiones externas estaban paralizadas, los empresarios locales no confiaban en invertir y por cautela, dejaron que apenas siguieran rodando sus antiguos proyectos. Sin acceso a los mercados internacionales o al menos a una tasa altísima si alguien se animaba a prestar a la Argentina, el kirchnerismo se nutrió de los fondos que aportaron las exportaciones de materias primas. La soja fue la estrella y con los millonarios fondos que lograron retener al campo, los volcaron a la obra pública y la inversión en infraestructura. A la par, el Banco Central comenzó a inyectar billetes en la economía, para también desde ese lugar dinamizar la economía, en la denominada Demanda Global o Demanda Efectiva, conceptos acuñados por John Maynard Keynes, el economista británico cuyas teorías sirvieron para que Estados Unidos saliera de la Gran Depresión de los años 30. La fórmula de Keynes consistía en bajar las tasas de interés: para que los que tuvieran dinero lo volcaran a la actividad al no ser atractivos los dividendos que pagaban los bancos. Aumento del Gasto público: el Estado como el principal inversor, para generar un efecto movilizador en la economía. Inversiones del sector privado: con la dinamización del gasto público y su efecto multiplicador, los empresarios volcarían sus fondos a la actividad y no a la especulación. Consumo: la adquisición de bienes de parte de los asalariados, de forma automática generaba su aporte al alza de la actividad económica, retroalimentando al sistema. Exportaciones: la demanda de los mercados internacionales y por ende el ingreso de divisas externas a la economía de un país. Cuando Néstor Kirchner llega al poder en 2003, la desocupación argentina superaba el 20%. Las teorías keynesianas aplicadas por sus economistas sirvieron para que el desempleo bajara rápidamente y el país volviera a rodar. Pero con el correr de los años, fue adquiriendo distorsiones que transformaron lo que una vez fue solución en un problema. Como dijimos, los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner coincidieron con el altísimo valor que tenían las commodities (materias primas) y con un gigante como China que se devoraba toda legumbre que crecía por el mundo. ¡“Agradezcan a la soja!”, solían decirles los economistas opositores. Esos ingresos fueron una columna principal sobre la que se apoyaron, para dirigir los fondos a la reactivación con el aumento del gasto público y el intervencionismo estatal, según la teoría de Keynes. Pero lenta e inexorablemente fue cambiando el panorama internacional. El viento de cola que ayudó a despegar a la Argentina fue perdiendo fuerza. Los valores de las materias primas se depreciaron y menos fondos ingresaron a las arcas del Estado, que había crecido en gasto público porque había tenido margen externo para hacerlo. A la par, no había posibilidad de conseguir créditos externos por el conflicto desatado con los fondos buitre. Apelaron a fondos de China, para sortear la situación y patear el problema hacia adelante. Mientras, para seguir impulsando obra la pública, el Banco Central continuó imprimiendo billetes. La financiación se logró en muchos casos con fondos extraídos de la Anses. Otra de las cajas del kirchnerismo, que sirvió además para hacer política interna con su reestatización, después del fraude de las AFJP. Con pocos fondos externos y la necesidad de buscar dinero adentro del país, lo que se generó fue una inflación creciente, deuda pública y déficit que llegó a casi el 8% de todo el dinero que produce la economía argentina. Hubo desendeudamiento hacia afuera: FMI; Club de París, pago a bonistas que entraron al canje, pero hacia adentro el Estado comenzó a tornarse en un deudor compulsivo. Días después de ser reelecta en 2011, Cristina habló de la “Sintonía Fina”, en alusión a la quita de los subsidios a la energía, que le generaban un déficit descomunal a las finanzas públicas.La misma presidenta encabezó la renuncia a los subsidios, como gesto para que los que pudieran pagar las tarifas completas también lo hicieran. Pero más allá del acto simbólico, no volvieron a hablar más de ello. ¿Fue porque iba a ser una medida impopular y podía afectar la base electoral del kirchnerismo? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero la energía barata se convirtió en un agujero que no había forma de cerrar sin pagar el costo político. Porque además iba disparar aún más la inflación que en el último período de Cristina Kirchner estuvo arriba del 25% anual. En 2015 el costo de los subsidios estuvo cerca de los 142 mil millones de pesos, siete veces lo que cuesta la Asignación Universal por Hijo, según estimó Rafael Flores, presidente de la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (Asap). El kirchnerismo cargó el problema con la idea de pasárselo al próximo presidente, sea quien fuere. Le tocó a Mauricio Macri pero Daniel Scioli también reconoció el problema durante la campaña.Si ganaba iba tener que lidiar con el golpe de alto voltaje que significaba tocar los subsidios. Él dijo que lo iba hacer de forma gradual. Pero ganó el shock. La quita de subsidios energéticos inexorablemente va a tener impacto en la inflación, el costo político y socia
l lo va tener que pagar el actual presidente. Para ser justos no debemos olvidar que es una de las bombas que no desactivó el kirchnerismo, porque prefirió que explotara en otras manos. Vaya paradoja en la que nos coloca la historia. Porque Keynes formuló su teoría para que sirviera para levantar una economía, pero no para extenderla indefinidamente sin modificaciones, pues se corría el peligro de generar un déficit peligroso. Cuando en los 90 Domingo Cavallo implementó la Convertibilidad, fue una solución que parecía mágica para volver a encarrilar al país, pero debía ser aplicada sólo por un tiempo, hasta que se lograra un equilibrio. Pero la gente estaba tan contenta con el 1 a 1. En una decisión demagógica, Carlos Menem prefirió sostenerla. Ya sabemos cómo terminó. Los subsidios que implementó el kirchnerismo no escapan a esa lógica perversa de la política. Fueron efectivos, sirvieron para ayudar a los asalariados e impulsar el mercado interno, pero no podían seguir por siempre. Otra vez nos rompieron la ilusión. Tontos nosotros por no habernos dado cuenta. Entonces habrá que apagar los aires acondicionados del salón. Mientras las señoras sacan a relucir los viejos abanicos, Mauricio Macri saldrá a la pista a bailar con la más fea. Colaboración: Lic. Hernán Centurión





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