Señora Directora: La paradoja del pescador se da cuando el que pesca por ocio como el que lo hace para vivir, se quejan porque el gobierno pone épocas de veda, límites en la cantidad, especies en peligros de extinción, zonas de exclusión. Por los pescadores pescarían todo lo que salga, con redes mejor, un día en un arroyo de la zona un joven había puesto siete tramayos de costa a costa…Sin controles y límites se pescaría hasta que se terminen los peces; luego se dedicarían a otra cosa. Es gracias a los límites que impone el estado, que pueden seguir desarrollando esa actividad, conservando su trabajo y comiendo peces. Esta paradoja se repite en diferentes ámbitos de la sociedad; el agua, por ejemplo. Si no habría normas para el tratamiento de los residuos industriales estos irían a parar directamente al río, aunque muchos solo tienen camuflaje y después todos tomamos ese agua, no se piensa en las generaciones futuras ni vivimos bajo el principio moral básico de la ley universal de que lo que puedo hacer yo todos lo pueden hacer. Si no habría leyes protegiendo la selva, no habría más selva. Estamos razonando como niños: si el niño pudiese comer tanto chocolate hasta el empacho, lo haría, pero por suerte está la madre controlando. La paradoja del suicida es que lo hace porque quiere seguir viviendo, lo que quiere matar es la angustia, no acepta la vida en las condiciones que se le ofrece. La sociedad actúa de esta forma, al no aceptar las condiciones que le ofrece el estado, se lesiona a sí misma, como la paradoja del fumador que aunque sabe que el fumar le hace mal, elige el placer del momento por sobre el futuro incierto. Actuamos con trastorno de doble personalidad, que nos termina dañando. Por eso los límites como las leyes nos hacen bien, porque evitan el exceso, lo que tratan de evitar es el empacho, el tedio, la contaminación, la extinción de especies, el suicidio, como los límites de velocidad en la ruta. El individualismo reinante que no reconoce límites sociales, ansioso por la libertad de mercado, termina por hacerse daño a sí mismo; una libertad que se transforma en libertinaje, al no tener en cuenta al otro. El estado pone límites, impuestos, retenciones, límites de hectáreas de tierra que los extranjeros pueden comprar, que tienen por finalidad cuidar la alteridad, que podamos movernos en libertad sin causar daño a los demás, incluido los que no vemos pero están por venir. El rol del estado es ese, hacer un uso social de los bienes con el que cuenta, cuando hace lo contrario y solo beneficia a unos pocos, se convierte en un estado opresor. Por eso somos esclavos de las leyes para ser libres decía Cicerón.





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