Señora Directora: En un programa de la televisión alemana “DW”, se informó con muchos detalles cuáles eran las costumbres de los seres humanos desde los años 1920 hasta 1950, con imágenes filmadas en esta época, tanto en Alemania, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña. Las reuniones en esos países se llaman “Nostalgias del Pasado”, como si fuera una “retromanía” de exaltar esas inolvidables costumbres del pasado con presencia numerosa que, inclusive, bailaban los ritmos de entonces y donde se exhibían las modas tanto de las damas como de los caballeros. En una entrevista a una mujer de esta época, ella respondió sin tapujo alguno que “…las damas de esa época no estaban al servicio del hombre”. Mientras otro joven, fanático del pasado, había adquirido un auto de aquellos tiempos afirmando que le era imposible manejar en las autovías modernas, por lo que optó por calles paralelas donde “…uno viaja contento, sin la presión de la velocidad de otros; despacio con la alegría de ir gozando de las bellezas que todavía se observan en los barrios”. Pero lo más notable de ese programa fue cuando en todos esos lugares se podía observar cómo eran los vestidos de las mujeres que usaban por lo menos hasta 1950, sin olvidar los trajes de los hombres y esa casi obligación de exhibirse con saco, chaleco y corbata, como también sombrero y/o galera. Para muchos televidentes del mundo entero, especialmente para las jóvenes, es seguro que les habrá llamado la atención que en esa época jamás a una mujer se le hubiera ocurrido usar pantalón, ya que dominaban los vestidos de polleras amplias y que cubrían hasta varios centímetros por debajo de la rodilla. Asimismo, sea usando blusa o la parte de arriba del vestido, era muy difícil que el escote anunciara la conformación de los senos. Esas costumbres hacían que los hombres, deseosos de conquistar a su compañera de toda la vida, al no tener a mano la conformación física de su pretendida, deliraba imaginando con ansiedad ese cuerpo. Por eso, justamente, las damas se hacían desear y el caballero tenía que hacer todos los esfuerzos posibles para conquistarlas, pedir a sus padres autorización para tratarla como novia y luego de varios meses, y hasta años en algunos casos, contraer matrimonio civil como también religioso. Era que la mujer pasaba a constituirse en la “ama de casa” y su marido en “jefe de familia” en un compromiso que duraba, en la inmensa mayoría de los casos, hasta la muerte de uno de ellos. Así era el hogar, donde el hombre trabajaba para sostener dignamente a su familia y, la madre, constituirse en la responsable de mantener en perfectas condiciones ese hogar y criar con amor y sanos principios a sus hijos. Esa convivencia contribuía a que sus hijos se destacaran como mejores alumnos y ejemplos en la sociedad por superarse en otras disciplinas para asegurarse un buen futuro. Muchos otros comportamientos fueron expuestos en ese excelente programa de la televisión alemana pero, yendo a nuestra tierra colorada, qué bueno sería tratar de imitar aquí “Nostalgias de nuestro pasado”, tanto en la ciudad capital de Misiones como en los pueblos del interior donde se agregarían costumbres y esa notable diversidad de culturas de tantas etnias que continúan poblando nuestro suelo, como Oberá, Eldorado, Monte Carlo, Apóstoles, Puerto Rico, Leandro N. Alem, Dos de Mayo, San Vicente, Iguazú, Concepción de la Sierra… Pero, para iniciar esta inteligente manera de tratar de volver a otra manera de convivir, sería la emblemática plaza 9 de Julio, de Posadas, para ir interesando a las nuevas generaciones lo que eran sus abuelas y sus abuelos en aquella época de respeto, solidaridad y buenas costumbres donde, sin leyes de protección de género, las mujeres eran admiradas y deseadas como el mejor tesoro para conquistarla y poseerlas para toda la vida. Y recordar, porque vale la pena que, desde muy pequeñas las niñas ya se caracterizaban por las buenas modalidades y jamás atreverse a pronunciar malas palabras. Érase que sus padres, y la propia sociedad, se esmeraban por lograr que las damas fueran apreciadas y distinguidas por sus virtudes culturales. Y, justamente por esas cualidades, el orgullo del hombre convertido en genuino caballero, era tratar de conquistarlas.Y era la recordada Plaza 9 de Julio, donde todos los fines de semana, con las inolvidables retretas de la Banda de Música Municipal, el principal escenario social con la famosa “rueda del perro” para lograr esa humana y cristiana pretensión. Para entonces adornaban sus veredas múltiples mesas del histórico Café Tokio, el Bar Internacional, el Café Martínez y la Confitería La Palma, donde reinaba alegría y esperanza de convivir en paz y seguros de prosperar entonando el himno del trabajo sin odiosas discriminaciones porque imperaba la cultura del respeto al ser humano.-





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