Desde hace casi veinte años Francisco y Catalina viven en el límite del arroyo Mártires, que con la suba de la cota del Paraná se puso “más peligroso y con mucha más profundidad. Ya no es seguro”, detalló la mujer.Sin agua potable y con una conexión precaria de energía eléctrica subsisten “con el miedo de que el agua se lleve lo poco que nos queda. Vivimos, olvidados a orillas del Mártires”, describió Francisco.A simple vista prevalece el riesgo de contraer enfermedades “nos enfermamos, el agua trae muchas alimañas, mosquitos. Pero más que nada tenemos miedo de que el agua nos quite todo. Lo que hay va cayendo al agua”, contó Catalina.Allí reside el matrimonio Antúnez, junto al hermano de Catalina, una de sus hijas, y tres de sus nietas de ocho, cinco y tres años. “Nosotros queremos salir de acá. Es lindo cuando no llueve, pero ya no es vida”, pidió Catalina.Años atrás, relató la mujer de 58 años, en esa misma zona residían otras cuarenta familias. Sin embargo, hoy solamente quedan dos. “Todos fueron relocalizados, en su mayoría al barrio San Isidro”, precisó Francisco. La familia manifestó que no fueron relocalizados por la Entidad Binacional Yacyretá, aunque consideran que les correspondía. Actualmente, con cada tormenta pierden parte de su vivienda. “Y eso que nosotros ya formalizamos el pedido ante la EBY. Lo hicimos hace bastante. Incluso vinieron los de Derechos Humanos, pero seguimos esperando para poder ir a un lugar seguro”, pidió Francisco.Vivir "con el agua al cuello" Cruzando el puente Blas Parera, detrás del barrio Villa Cabello, se encuentra la casa de los Antúnez, construida en madera. “Acá nadie quiere llegar, estamos olvidados”, indicó Claudia Antúnez, hija del matrimonio. Pero para llegar a la propiedad hay que descender por unas escaleras hechas con pedazos de ramas, construida por los dueños de casa.Catalina explicó que la vida en el límite costero no es sencilla, lavan casi todo con el agua del arroyo, la misma que beben los animales. El agua potable la traen en baldes o sino, quienes los visitan suelen llevarles agua en botellas de plástico. Al borde del arroyo y cada vez que el agua avanza “movemos la casa”. Al mirar la costa se ven aún las copas de los árboles, tapados por el afluente. Catalina explicó que son pequeños productores, “pero nuestras plantas quedaron bajo agua. Teníamos banana, manzana, naranja, caña de azúcar en toda la costa. Hacíamos miel, rapadura y vendíamos en la feria porque somos socios. Pero ahora sólo vendemos huevos, pescado y uno que otro animal. Perdimos muchas cosas hasta animales, ropas, viene la tormenta de golpe y al otro día notamos que el agua se llevó las cosas”.Las ganas de creer en mejoras terminaron hace rato para la familia “ya no plantamos, sólo nos dedicamos a cuidar los animales. Vivimos de la pesca que es mínima y de los animales, además de nuestras pensiones”, explicó Catalina. “Hoy el agua ya no les da tregua, perdieron todo y falta poco para que el agua se lleve la casa, y así su vida”, finalizó Claudia Antúnez.




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