“Con la primavera, cientos de miles de ciudadanos salen el domingo con el estuche en bandolera. Y se fotografían. Vuelven contentos como cazadores con el morral repleto, pasan los días esperando con dulce ansiedad las fotos reveladas (…), y sólo cuando tienen las fotos delante de los ojos parecen tomar posesión tangible del día transcurrido, sólo entonces (…) adquieren la irrevocabilidad de lo que ha sido y ya no puede ser puesto en duda. Lo demás puede ahogarse decididamente en la sombra insegura del recuerdo”, el relato le pertenece al escritor cubano, Italo Calvino en “La Aventura de un Fotógrafo” y tiene razón. Sin fotografías la memoria de las vivencias tal vez, quedarían a merced de los tramadores de la sombra que ocultan la historia y la manipulación de los tiempos de los verbos. Fue la fotografía la que permitió y logró retratar el instante de aquello que se quiere conservar. De este modo, imaginar que se puede retener aquel momento ya ido y tener la prueba irrefutable, de lo que una vez ha sido. Así lo entendían en la época victoriana cuando se instala la “imagen post mórtem”, una forma de hacer perdurar al reciente difunto. Y si bien puede sonar impactante, en Misiones muchas familias conservan un viejo álbum con fotografías de difuntos, lo cual para algunos puede resultar un hallazgo terrorífico. Sin embargo este tipo de imágenes fueron de lo más habitual desde mediados del siglo XIX. Es que fotografiar a los muertos era una parte más del rito funerario. Pero ¿por qué nuestros antepasados lo hacían? ¿Cuál era el fin? En diálogo con PRIMERA EDICIÓN, la fotógrafa Sandra Nicosia señaló que actualmente nuestra imagen está sobreexpuesta. Es decir, la mayoría de las personas tiene a su alcance una cámara de fotos, celular o dispositivo que permite captar imágenes en cualquier lugar y momento, y subirlas a una red social en tiempo real. Pero en aquella época hacerse un retrato estaba sólo al alcance de unos pocos. Durante la época victoriana, “sobre todo en los países europeos, se instala la fotografía post mórtem, una práctica que tenía que ver más con la necesidad de contar con una prueba física de la existencia de ese sujeto, del que quizás no se tenía otro dato, más allá de la convivencia, que con una morbosidad totalmente ausente”, detalló Nicosia.Por su parte, el contador e historiador Roberto Gutiérrez, señaló que los hábitos de recordar a las personas cambiaron, empezando por las fotos dejando atrás las pinturas y retratos. Por lo cual no es raro que en la era victoriana las fotos post mórtem era algo habitual. Pero además, “la fotografía era algo limitado, sólo para aquel que tenía cierto poder adquisitivo y podía pagarlos”. Y añadió, que no sólo se fotografiaban a los difuntos sino aquellos momentos importantes como las bodas, bautismos, fiestas de cumpleaños e incluso, la muerte. Una forma de informarnos Siguiendo a la fotógrafa Nicosia, esas imágenes, en sus inicios, casi documentales, servían para informar de la situación a parientes lejanos, y también para tener el recuerdo del ser querido, que nos antecedía en la partida. Por otro lado, esta costumbre se fue haciendo más popular, ya que si bien tenía un costo elevado para la época, siempre resultaba más accesible que el retrato al óleo de un artista plástico, que sólo podían costear las familias adineradas.Esta forma de fotografiar fue modificándose con el paso de los años, y las primeras tomas “naturales” se transformaron en verdaderos montajes de acuerdo a la categoría del fallecido, a su rol en la familia, edad, o su desempeño laboral. “Los difuntos abandonan sus camas o ataúdes y se los representan sentados, de piernas cruzadas, rodeados de flores, juguetes y efectos personales, incluso se incorpora en las imágenes a dolientes madres, padres y hermanos, algunos tan pequeños como el fallecido”, detalló Nicosia.Y siguió “no obstante a esas escenas desgarradoras, no se las considera como algo impropio sino como una extensión de la despedida y el duelo en el que la familia se sumerge. La fotografía viene a dar cuenta de esa pérdida, de ese instante preciso, ese momento que décadas después retomará como concepto, el padre de la fotografía moderna, Henri Cartier-Bresson”.Pero además, señaló que este tipo de fotografía tuvo otras connotaciones en países como México, donde el paso de la muerte, “debido a su cultura ancestral, tiene una percepción menos doliente, la presentación de altares con la fotografía del difunto, rodeado de sus comidas preferidas, coloridas flores y hasta cigarros, le da una nueva resignificación a este paso de planos. Incluso en nuestro país está presente hasta la década de 1950 cuando profesionales captan los cortejos fúnebres y entierros. Más de un álbum familiar en la colonia, contiene imágenes de estos rituales”, aseguró la profesional. La fotografía post mórtem se va diluyendo a medida que avanza el siglo XX. “Las imágenes de fallecidos se limitan a las crónicas policiales y se circunscriben a la llamada, prensa amarillista”.De acuerdo a Nicosia, en la actualidad es una práctica en desuso, en una sociedad atravesada por imágenes, donde el acceso a la tecnología ha masificado aún más la posibilidad de generar infinitos recortes. “Los propios difuntos no parecen tener un espacio en el aquí y ahora impreso o virtual. Quizás preferimos recordarlos en mejores momentos, quizás somos más conscientes de lo que denotaban esos rostros de ojos apagados. Como sea, el recuerdo vuelve a centrarse en la sentida ausencia, en la añoranza, sin copia en papel sensible”.





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