Masaru Emoto, científico japonés, graduado en Relaciones Internacionales, doctor diplomado y licenciado en Medicina Alternativa, estudió las vibraciones más sutiles de las moléculas de agua, con el propósito de evaluar diferencias estructurales y químicas.Observó que las moléculas de agua modificaban su estructura, volviéndose más brillantes si eran sometidas a canciones o palabras de agradecimiento, y se opacaban si eran sometidas a frases desagradables o pensamientos negativos.En su libro “Mensajes del agua” reflexiona sobre esta sensibilidad del agua respecto a la información que recoge de palabras y sentimientos, y el impacto que los mismos pueden llegar a tener en nuestro cuerpo que está compuesto en más de un 60% por ella.Igual sucede con las plantas que crecen mejor y más sanas al recibir palabras amorosas.Ni hablar del poder sanador de la palabra de mamá cuando un hijo se golpea.En el mismo sentido, cuando las partes llegan a una mediación, sus dinámicas discursivas son de ataque/defensa, enojos, acusaciones y victimizaciones que no dejan lugar para visualizar alternativas.El mediador, por medio de la “palabra”, genera reflexión a fin de construir una nueva narrativa en base a otro tipo de conductas, pasando del enojo y la acusación a la confianza, la paciencia, la creatividad y la conciencia de unidad. Esto permite a las partes el reconocimiento del otro tan legítimo como él, en su perspectiva del conflicto.No cabe duda que este poder liberado al pronunciar cada palabra impacta tanto en nosotros como en los otros.Las palabras, los gestos y las emociones que expresamos en los relatos, quedan plasmados en el universo creando nuestra realidad.De allí la importancia de ser coherentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos a fin de obtener lo que queremos.Las palabras pueden lastimar y destruir pero también pueden sanar y animar. Cuidemos nuestras palabras para crear el camino en el que deseamos estar. Colabora: Valeria [email protected]





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