Una de las grandes deudas que tiene nuestro país como república, es esa incertidumbre económica que se desata cuando un nuevo signo político llega al poder. Distintos somos por ejemplo a los países de Europa, donde no importa quién venga, hay un consenso básico acerca del rol político del nuevo presidente. Simplemente se debe ocupar por velar que el motor del país siga funcionando. No existen discusiones acerca del “modelo”. Sabemos lo que ha sido nuestra historia reciente acerca del endeudamiento, que creció de forma exponencial desde los inicios de la dictadura hasta el final del delarruismo. Sabemos que durante décadas la política económica estuvo atada a decisiones que estuvieron alineadas a recetas externas porque “no había otra posibilidad” más que vivir bajo la velada tutela del Departamento de Estado, el FMI y muchos otros entes que “contenían” a un país, pero que sirvieron simplemente para llevarnos al borde del abismo en el 2001. Esta no es una defensa del modelo del gobierno que se fue, sino simplemente una toma de realidades históricas que cualquier persona con una opinión mayormente objetiva y desideologizada puede llegar a compartir. Ese desastre neoliberal que galopó por Latinoamérica en los ‘90, nos hizo creer que podíamos ser como el primer mundo. Durante esos años miramos encantados un espejo que terminó rompiéndose frente a nosotros. Quedaron países desindustrializados, desempleo, pobreza y miseria. Los capitales llegaron lógicamente para hacer sus negocios, pero los gobiernos no supieron crear un marco para que ese dinero que llegó a través de préstamos financieros o de la venta de empresas estatales, de alguna manera fuera reasignado u orientado para crear alguna base de sustento. Porque cuando ya no fuimos atractivos para los negocios, simplemente se fueron, dejaron galpones vacíos y gente en la calle. Era ilusorio creer que el capital tenía algún grado de responsabilidad con el país, si ese país fue inepto al no ver que los vientos económicos podían llegar a cambiar y desde la política no se creó una andamiaje de contención para cuando los fondos se retiraran porque ya no encontraban rentabilidad. Y entonces se le echó la culpa al neoliberalismo, pero con el diario del lunes, conociendo como opera, insisto que la culpa fue de la clase dirigente gobernante, que no supo aprovecharlo, porque quedó encantada pero no miró los intereses de sus países. En otras naciones, de mayor desarrollo y no necesariamente las grandes potencias económicas, los gobiernos saben trabajar con los capitales y generan ganancias “win-win” para ambos sectores. Las multinacionales y los fondos de inversión hacen sus negocios y los países también obtienen su rédito con una dinámica financiera que inteligentemente aprovechada deriva en beneficios para las políticas públicas. Pero todo lo desaprovechado por los gobiernos corruptos de los ‘90, que abrieron de par en par las puertas a sus países, sirvió para que comenzara lo que los politólogos llaman la era populista en América latina. Con muchísima razón y con fuertes argumentos tangibles, líderes como Lula Da Silva, Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y Néstor Kirchner, formaron un bloque que pretendió erigirse como las naciones del sur dueñas de su propio destino, alejadas de las políticas que desde los centros de poder del mundo habían hecho tanto daño a la región. Figuras fuertes, como los caudillos del siglo XIX, cautivaron a los pueblos poniendo el oído a los padecimientos y brindándole derechos y reconocimientos que los anteriores gobiernos de centro y centro derecha les habían negado o simplemente nunca reconocido. En ese juego político los poderes caudillistas tuvieron dos ejes fundamentales desde donde aumentaron poder. Por un lado la figura de los enemigos de la patria, donde cabían todos los que en las décadas pasadas habían atentado contra las economías del país y sus ciudadanos. La marcada diferencia entre “nosotros y ellos” dividió a los pueblos en su interior. La burguesía antipatria en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y los cipayos, gorilas, golpistas destituyentes en Argentina. Lo grave fue que no sólo era necesario haber sido partícipe de algún modo en lo que dejó la década neoliberal en la región, sino simplemente bastó con pensar distinto para que todos entraran en la misma bolsa. Otro de los ejes fundamentales fue el alto valor de las commodities, que permitieron destinar grandes sumas de dinero a (en el caso argentino) reactivar la economía del país y dotar a las clases más bajas de los derechos básicos para que tuvieran una vida digna. Por ejemplo, Venezuela se apoyó en el alto precio del petróleo, y Argentina en la exuberante rentabilidad que dejaba la soja a valores de más de 600 dólares la tonelada desde los primeros años de la década del 2000. Con esos precios internacionales y un mundo ávido de esas materias primas, fue mucho más simple desprenderse de los organismos internacionales de crédito y pensar en la región de los países independientes del sur. Los votantes adhirieron mayoritariamente en varias elecciones a las causas nacionales y populares. Pero eso derivó en una distorsión del mandato en las mentes de los caudillos. El germen de la re reelección indefinida comenzó a surcar los cielos. Hugo Chávez reformó la Constitución, y aunque no habilitó la posibilidad de (permítase el término) la “perpetuidad democrática”, lo cierto es que dirigió los destinos de su país desde 1999 hasta su muerte en 2013. Doce años en el cargo. En nuestro país asistimos al laboratorio de ensayo re reeleccionista ocurrido en Misiones, que pretendía ser llevado a nivel nacional, pero que fue frenado por el obispo Piña, con el aliento del entonces cardenal Jorge Bergoglio. Actualmente, Ecuador y Bolivia preparan consultas populares para reformar la Constitución para eventuales gobiernos democráticos pero vitalicios de Rafael Correa y Evo Morales. Ellos en el poder como rol “indispensable” para el futuro de la patria, se nutrió de los votantes de las clases bajas, que nunca habían tenido voz, pero que quedaron atrapados en una disyuntiva ficticia. “Si no los seguimos votando, perderemos todo lo que nos han dado”. Pero eso ha cambiado por dos motivos principales. Por un lado, y específicamente en Venezuela y Argentina, las economías sufrieron el desplome de los precios de las materias primas. La crisis económica se siente en el país del Caribe porque el financiamiento del Estado depende de la exportación de petróleo y a precios bajos toda la estructura se resiente. Por estos lares, la falta de inversión, sumada a la inflación, números públicos ficticios pero sustentados en un relato “todo va bien, no se olviden cómo hemos estado”, provocó una virtual estancamiento de la economía. Estuvo maquillado con el consumo interno, pero d
ejó al borde de la ruina o arruinó a las economías regionales.Un partido de gobierno puede perder las elecciones por una gran cantidad de factores, pero si la economía funciona mal, provoca un efecto arrastre. El oficialismo perdió en Argentina y en las legislativas de Venezuela. Algunos hablan de fin de ciclo del populismo. Una forma de hacer política valorada por las ideas de soberanía, nación y ayuda a los más pobres, pero que mayoritariamente por sus debilidades (algunas expuestas aquí) fue desestimada en las urnas. En nuestro país, el cambio de signo político triunfó a pesar de las profecías de los años ‘90 que le tiraron al candidato Mauricio Macri. Sus primeras señales han mostrado que pretende acercarse a los Estados Unidos, a los organismos multilaterales de crédito y destrabar las negociaciones para que el Mercosur se integre a la Unión Europea, e independientemente Argentina busque apoyarse en la Alianza del Pacífico. En definitiva a muchas de las cosas que los gobiernos de la región han rehuido en la última década.La esperanza que nos abriga es aguardar que ese pragmatismo económico del que habla el nuevo Gobierno se traduzca en desarrollo para el país y no sea una vuelta a los años malos. Quedó demostrado que aislarse económicamente, o al menos mirar solamente hacia China y Rusia no ha servido para que la economía nacional saliera del estancamiento. Una visión de integración inteligente y desideologizada con el mundo parece ser el camino de salida para Argentina. El neoliberalismo no nos sirvió, y las políticas de los gobiernos populistas terminaron encerradas en sí mismas cuando la dinámica económica externa cambió. Ahora el país y sus nuevos gobernantes están ante la oportunidad histórica de encontrar el equilibrio que permita crecer y a la vez integrarse el mundo. Se supone que hay suficiente inteligencia para que no se autocumplan las profecías con las que sus detractores los atacaron en la campaña. Será cuestión de confiar y esperar. Colaboración: Lic. Hernán Centurión





Discussion about this post