Es el caso de Cristina Fernández de Kirchner. Tras doce años en el poder, ocho de los cuales los pasó en lo más alto, como jefa del Estado, ahora afronta el desafío de quedar en el llano. Ya no más cadenas nacionales, aplausos, ni los cantitos de la militancia. No más legisladores, alcaldes, gobernadores ni sindicalistas pidiendo concesiones. Los medios de comunicación ya no se harán eco de sus palabras. Ahora toca volver a la alternancia domiciliaria entre El Calafate y la ciudad de Buenos Aires. Tratándose de quien se trata seguramente será un trance difícil. Apenas supo que dejaría el poder en manos de la oposición se preocupó por hacer pública su mayor duda: cómo pasará su figura a la historia. Cristina supone que su gestión fue incomparablemente genial. Pero sólo el tiempo sabe evaluar estas cosas. Quien lo sabe bien es Carlos Menem, que pasó de ser el riojano más famoso al más odiado en cuestión de meses.Deja el poder fiel a su estilo y antojo. Llama al futuro presidente a la residencia de Olivos pero no admite ser fotografiada junto a él. Está claro, la transición le cuesta y no quiere dejar rastro de ello. El país vivió varias transiciones presidenciales, alguna de ellas en contextos claramente más complicados que los actuales. Ninguna se transitó con el desdén de ésta.Con una descompensada desfachatez intentó minimizar el resultado del ballotage al afirmar que la diferencia "fue muy escasa, muy chiquita", cuando antes reclamaba que si no les gustaba su gestión se armaran un partido y ganaran las elecciones aunque sea por un voto. Cristina perderá su cuota de poder desde el 10 de diciembre, se termina una era y arranca otra. La Presidenta comienza a irse y demuestra que le duele.





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