Pasó el ballotage y ya comenzó (interpretando las palabras de los hombres de Mauricio Macri) la desordenada transición hacia el 10 de diciembre en el Gobierno nacional. No hubo foto oficial con Cristina en Olivos y hasta dijeron que fue una pérdida de tiempo. A Chile muchas veces se lo critica por el apoyo que la dictadura de Pinochet brindó Inglaterra en la Guerra de Malvinas. Pero en lo que respecta a los gestos democráticos, muchos nos hemos desayunado con el saludo protocolar entre el presidente Piñera y Michelle Bachelet en las dos oportunidades en las que coincidieron en esa instancia. En estos últimos tiempos se los vio reunidos a los exmandatarios Ricardo Lagos, Eduardo Frei, Sebastián Piñera y Michelle Bachelet, por algo tan trascendental como el resultado del litigio en La Haya con Bolivia por la salida al mar. Cada pueblo tiene los gobernantes y la democracia que se merece, reza la frase popular. Y en honor a la verdad hay que recordar que el expresidente Raúl Alfonsín fue homenajeado por Néstor y Cristina Kirchner en la Casa Rosada, el 1 de agosto de 2008. Tal vez esa fue la única vez en que tres dignatarios argentinos estuvieron reunidos en público. Hoy en día ver juntos a Menem, De la Rúa, Duhalde, Cristina y Macri sería parte de un relato extrañísimo inclusive hasta para la ciencia ficción. Argentina es un país probadamente solidario, que no duda en ayudar al prójimo en momentos de necesidad, pero también es una nación con rasgos de marcado cinismo político. Aquella vieja antinomia entre peronistas y radicales tenía ciertas características de normalidad. Los dos grandes exponentes de esas fuerzas Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín se veían como adversarios pero no como enemigos. Recordemos el abrazo pacificador del 18 de noviembre de 1972. Y las acongojadas palabras en el funeral del líder del movimiento justicialista: “este viejo adversario despide a un amigo”. Pero eran otras épocas. En estos 32 años de democracia hemos pasado de “los radicales no saben gobernar” a “yo no lo voté”. Y de “los gorilas golpistas anti patria” a “la grieta kirchnerista”. Quienes nos ven desde afuera acertadamente podrían concluir que la política argentina tiene símbolos y acciones que nos llevan a una realidad autodestructiva. Divisiones, sectarismos, gobernar para un sector, o gobernar para los 40 millones de argentinos, pero fomentando desde los discursos del poder político el ideario “estás con, o contra nosotros”. Digna actitud del gobernador bonaerense tras la derrota, quien permitió, en primer lugar, que quien va a ocupar el cargo de ministro de Seguridad en la Provincia de Buenos Aires, Cristian Ritondo, compartiera el acto de egreso de cadetes de la policía junto al ministro saliente, Osvaldo Granados. Y mientras eso ocurría, los demás funcionarios provinciales que dejarán el cargo el 10 de diciembre, comenzaron a dialogar acerca de la transición con sus pares designados. Luego de la fallida foto presidencial, Daniel Scioli recibió públicamente a María Eugenia Vidal para dialogar sobre el traspaso de mando. En estas acciones fue coherente con sus palabras de campaña, cuando decía “yo vengo a volver a unir a los argentinos”. Pero no le alcanzaron los votos y ahora esa tarea le quedará a Mauricio Macri. El jefe de gabinete nacional, Aníbal Fernández desmintió que hubiera habido una reticencia al diálogo entre los funcionarios nacionales. Minutos después del encuentro en Olivos (según Aníbal), Cristina le comunicó que comenzaran las tratativas para llevar adelante el paso de mando entre los ministerios. Ese día, el único confirmado era el futuro jefe de ministros Marcos Peña, quien recibió un llamado de la Rosada para dialogar “hasta que las velas no ardan” en la tarde-noche del día siguiente. Pero según Fernández, Peña se negó a reunirse porque “el presidente electo vetó el encuentro”. En el caso de que esas conversaciones realmente hubieran ocurrido así, lo que se evidenció aquí es que fueron tan duros los ataques durante la campaña que la desconfianza y el recelo aún no han terminado de disiparse. Seguramente ya está en proceso la asimilación de saber que el Gobierno debe dejar los puestos y los nuevos funcionarios ocupar esos espacios. Después de doce años de haber acumulado tanto poder, es razonable entender que el oficialismo no pensaba seriamente que podían perder las elecciones, y que toda esa gigantesca estructura política tuviera que bajar al llano para volver a pelear por espacios de poder. El kirchnerismo tiene aún un capital importante en las dos cámaras del Congreso, pero según lo analizaron los politólogos, “el peronismo no perdona a los responsables de la derrota”. En 1999, la última vez que perdieron la presidencia con la Alianza, el peronismo retuvo el importantísimo bastión territorial bonaerense, pero ahora quedaron marcadamente debilitados con el macrismo en la Ciudad de Buenos Aires, la provincia más importante del país y la Nación. La transversalidad que le permitió a Néstor Kirchner acumular poder y estirarlo a tres períodos consecutivos, ahora se ha derrumbado. El paradigma del modelo nacional y popular entró en crisis, no porque haya fracasado en sus premisas, convicciones y objetivos, sino porque por mayoría los argentinos eligieron “no más de esto”. La diferencia entre los “modelos” en disputa fue mínima, y eso es lo que destaca el oficialismo en retirada, pero también se lo puede analizar desde otra perspectiva.¿Qué pasó?, ¿por qué perdieron tantos votos?, si era tan exitoso el modelo ¿por qué no triunfó?, ¿por qué no sacó la diferencia de diez puntos en la que creían?, ¿por qué ganó “el representante de los fondos buitres” y el que gobernará para una parte del país y sumirá en mayor pobreza a los demás argentinos? Estas preguntas seguramente se las está haciendo el kirchnerismo, mientras el peronismo tradicional empieza a reagruparse, pasar facturas, apuntar a las legislativas del 2017 y volver a elegir un líder del PJ que después de tantos años aglutine a todos los sectores y no sólo a los K, como ha sucedido. El trabajo más arduo y difícil ahora lo tiene el nuevo espacio político que irrumpió en la Argentina después de la crisis del 2001. Hace un año estaban terceros en las encuestas. Por la combinación de virtudes propias y errores ajenos, han llegado a la cima, pero ahora deberán saber cómo hacer para mantenerse. A esta altura de nuestra democracia, está descontado que en base al juego normal de la política, la oposición le permitirá gobernar a Mauricio Macri. La renovación de algunas caras en las distintas fuerzas políticas vislumbra una positiva etapa para la Argentina.Después de lo que ha vivido el país en los últimos 40 años, l
os nuevos actores saben muy bien que no le conviene a nadie que al país le vaya mal. En algún pasillo de la TV porteña dice que se escuchó a algún funcionario saliente decir que esperaba que “a Macri le vaya mal”, para volver en 2019. En realidad, esa es la voz que representa lo retrógrado y explica claramente la frase tan usada por el oficialismo en campaña “no volvamos atrás”. Parece increíble, pero muchos ahora deberán empezar a entender que el poder de Gobierno “es prestado en las urnas”.Si lo hacen mal, si se equivocan, deben irse y después, con el juego limpio, tratar de convencer al electorado que ellos son nuevamente la mejor opción. Colaboración: Lic. Hernán Centurión





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