Arrancamos pues desde nuestra reiterada y probada sentencia: “Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires”. El dicho compacta en su irreverente alusión religiosa y en su concisa eficacia significativa, por un lado, el omnímodo poder concentrado en la Capital y por otro, nuestra sometida impotencia en las relaciones con ella, manifestada con humor sarcástico y socarrón. Digo “nosotros” para referirme a todas las provincias; nosotros “los del interior” usamos esta frase en todos los grupos sociales y en cualquier tipo de actividad que realicemos, sea la política, la administración, la salud, la educación, la cultura, el comercio, etc. Nuestras vidas “en provincia”, instaladas en un régimen presuntamente FEDERAL, con altos grados de autonomía y decisión, transcurren sin embargo, entrampadas en una concentración histórica que ha alcanzado grados de sujeción y dependencia, realmente escandalosos. El YUGO METROPOLITANO ajusta sus condiciones de manera despótica, con reglas arbitrarias, burocracias despiadadas y manejos financieros extorsivos. El andamiaje económico-político de vergonzante corte colonial hacia los que conformamos un mismo país, se confirma y se enfatiza con actitudes arrogantes, despreciativas y avivadas porteñas de variado pelaje. Cuando nos detenemos a analizar y pensar en la gravedad de este orden asimétrico y completamente absurdo “que supimos conseguir”, nos quedamos perplejos, embroncados y preguntándonos ¿cómo puede ser que hayamos llegado a tanto? ¿Qué hemos hecho para merecer esto? ¿Por qué se reproduce y se sostiene en el tiempo semejante régimen? Quizá el núcleo de nuestros males finque en cierta RESIGNACIÓN INFINITA hasta convertirse en una característica de nuestra idiosincrasia. Tal como lo expresa nuestro mentor filosófico Inodoro Pereyra: “Estamos mal, pero acostumbrados”, en un aforismo que sintetiza la continuidad vergonzante de nuestra ignominia. En efecto, el AGUANTE perpetuo nos ha vuelto demasiado habituados a la protesta doméstica e inocua; tanta repetición se vuelve hábito al tiempo que “se desvanece en el aire” nuestro elemental sentido de dignidad y derecho humano. El círculo vicioso del “eterno retorno”, curiosamente se parece a esos conflictos familiares cuya existencia se reconoce pero en los que se reincide una y otra vez, sin poder encontrar una solución o un límite. A propósito, podríamos recordar que la palabra METRÓPOLIS, trae consigo la analogía con un vínculo familiar, pues su propio cuerpo proveniente del griego se compone de meter, que significa “madre” y polis, “ciudad”, de modo que se supone que Buenos Aires, denominada metrópolis, es “madre de ciudades”… Menos mal que “madre hay una sola” pues bastante ya tenemos con ella, no? La comparación figurada, nada más ni nada menos que con la “madre”, nos coloca en una galaxia de interpretaciones bastante complicada. En principio, la imaginación compartida acerca de lo que se espera de la relación materna es la de protección, de nutrición, de amparo, de inmensa abnegación y generosa entrega para cobijar a sus críos. Peeeero, también conocemos madres autoritarias, demandantes, castradoras, eso que entre-casa llamamos “madres jodidas” que en lugar de proteger, establecen vínculos tiránicos, exigentes e imponen sometimientos desmesurados. Por supuesto, no pretendemos trasladar de modo automático lo familiar a lo económico-político, sino que tratamos de plantear una miríada de reflexiones diferentes y en este sentido las comparaciones bosquejadas, no buscan otro fin que facilitar la comunicación. Por esta vía, podríamos exclamar “qué madrecita nos tocó”… ¿No les parece?Nuestra METRÓPOLIS, nos guste o no, viene relacionándose con las provincias de una manera completamente INJUSTA y DESCONSIDERADA. Si acudiéramos al ensayo de Martínez Estrada titulado Cabeza de Goliat: microscopía de Buenos Aires (1940), obtendríamos un detallado análisis del abuso de poder de la metrópolis en desmedro del interior a través de un histórico colonialismo interno. Páginas y páginas desplegando los múltiples aspectos de la ciudad opulenta, fastuosa e implacable en su extracción de bienes, materias primas, de inteligencia y talentos argentinos. La palabra descarnada del ensayista, el discurso crítico comprometido con su diagnóstico, va hasta el hueso y se atreve con valiente honestidad intelectual a poner sobre la mesa ese “estado de cosas” absolutamente INJUSTIFICABLE. Este libro, un clásico de nuestra memoria nacional, nos advierte acerca del oprobio de habitantes “del resto del país” que se disimula, se miente, se tergiversa y sobre todo, se ratifica una y otra vez por parte de cada uno de los gobiernos de turno. La CONCENTRACIÓN extrema del poder político, económico, educativo y cultural, en la Capital se vuelve una distorsión histórica que se traduce en una cabeza descomunal sostenida por un cuerpo explotado, debilitado y exhausto. Cuando señalamos esta relación des-considerada, procuramos llamar la atención sobre lo que implica “no considerar” la existencia, las necesidades y los derechos de aquellos a los que se denomina “compatriotas”. La codicia económica y los intereses acumulativos son mezquinos y miserables, pero la “desconsideración” humana, demasiado humana incurre en otra dimensión que hiere nuestra DIGNIDAD más insondable. “De pronto” (como en cualquier historieta), los candidatos políticos metropolitanos que quieren ganar elecciones se acuerdan que el “interior” también existe. “Se dan en cuenta mismo” (dice nuestro lenguaje local), que por aquí andamos nosotros, los de las “economías regionales”, los de la “Argentina profunda”, los que “serán escuchados”, en fin, nosotros los “inexistentes” consuetudinarios, nos ponemos de moda y hasta resultamos imprescindibles. Estas espasmódicas incursiones en las que nos dicen “de mi mayor consideración”, como en las vacuas fórmulas protocolares, en lugar de alegrarnos, a la mayoría nos provoca una risita sardónica y un levantamiento de hombros que no hace más que repetir la sentencia metafísica que aprendimos en la infancia: “otra vez sopa”. Mi discurrir “provinciano” (a mucha honra), exento de resentimiento, simplemente toma nota de los hechos, de la historia, de la experiencia personal, de lo que se escucha en el vecindario, de los dolores antiguos y persistentes, de lecturas y lecturas que buscan comprender este descomunal desatino. El problema es nuestro, qué duda cabe, de ahí que antes que reclamos lastimosos a la ingrata Metrópolis, convendría fortalecer nuestra vida comunitaria, persistir en nuestras estrategias de crecimiento, reinventar a cada rato nuestras solidarias actividades con otras provincias, estimular nuestro alegre sentido del humor empecinados en permanecer aquí, sin claudicar ante la soberbia y el ninguneo, trabajando con
lucidez (también aquí hay talento, che!).Colaboración de Ana Camblong (escritora)





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