Señora Directora: Cuán difícil nos resulta a muchos de los argentinos separar la paja del trigo. Lo digo a propósito de la campaña de desinformación de muchos de los medios de comunicación social, sean éstos oficialistas u opositores. Sorprende no sólo que se construya una realidad falseada a partir de una verdad a medias, sino –y sobre todo- cuando la mentira no se basa siquiera en esa circunstancia parcial que pudiera justificarla y, lisa y llanamente, es inventada.Muchos comunicadores “serios” e “independientes” se prenden a esa puja de intereses, edificando un castillo de naipes que tendrá sus adeptos y sus detractores, según la relativa posición que tienen a favor o en contra de quienes gobiernan. Y estos últimos hacen muy poco para evitar ese juego y, por el contrario, le echan leña al fuego sumándose a ese caos.Para unos adquieren veracidad muchos de aquellos a los que hasta ahora siempre cuestionaron por lo sospechoso de sus dichos anteriores; para otros, se vuelven insoportables y les hacen oídos sordos pese a que en otra época los aplaudían y eran bien vistos. Son expresiones de una realidad cambiante y donde, como se dice ocurre en toda guerra, a la primera que se derrota es a la verdad, se la sacrifica en pos de un interés privado.Es en ese fárrago de planteos cruzados, en que los argentinos debemos optar –quizás, nunca decidir- entre dos candidatos a presidente a los que, en mi opinión, sólo los diferencia el color político, ya que, en esencia y con diferentes matices, representan lo mismo de un poder real que se ha visto amenazado en estos últimos doce años, y así se siente.Ambos bandos –no me gusta llamarlos así, pero no tengo otra definición- tienen sus razones y sus contras. Hay una historia que demuestra qué han hecho unos y otros cuando tuvieron alguna cuota del poder formal de la República, donde la corrupción no ha sido una moneda extraña para nadie y ese sayo le cabe a todos, en mayor o menor medida.El miedo, la mentira, el engaño y la distracción han sido herramientas que todos ocupan. Hasta resulta falso que unos le endilguen a otros ese padrinazgo que tuvo y tiene muchos nombres: devaluación, inseguridad, ajuste u –otra vez- corrupción, entre los más repetidos. El ruido es inmenso y aturde la mayoría de las veces. Eso es lo que cotidianamente veo y entiendo. ¿Qué hacer?





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