Dieciséis años de su vida se le pasaron volando. Fue una década y media en la que trabajó las 24 horas tras una meta, un sueño y mil necesidades: se propuso crear un hogar de atención a las personas con discapacidad en Aristóbulo del Valle, localidad en la que había detectado una alta incidencia de afecciones graves que, según se supo después, podrían tener origen en el mal uso de los agrotóxicos. Nélida Ester Marquez es técnica en rehabilitación y hace dos años decidió dejar atrás a la que fue su segunda casa durante tanto tiempo. Esa infraestructura que hoy contiene y ayuda a 270 pacientes muy humildes del área rural de la Zona Centro se llevó gran parte de su juventud y de sus pilas, por lo que no es fácil sintetizar los sacrificios que tuvo que hacer para ver concretado el proyecto. Y no es que la idea de montar un hogar para la contención y rehabilitación se le haya ocurrido de un día para el otro: todo siempre tuvo que ver con todo, una cosa fue llevando a la otra y después, ya no pudo volver atrás, porque entendió que esa institución iba a marcar la diferencia en decenas de vidas. Desde la chacra Nélida nació y se crió en la chacra, en Fracrán, y desde siempre sintió la necesidad de ayudar. Las hermanas de su esposo trabajaban en Buenos Aires y juntaban donaciones que mandaban a Misiones para que ellos repartieran ropa y calzados entre los vecinos más humildes, y así fue como la solidaridad se incorporó a la vida familiar como un valor más. “En ese tiempo encontrábamos muchas familias con personas discapacitadas y en una condición muy extrema, lamentable, sin atención de ningún tipo, en la más absoluta miseria”, recuerda. En el año 1989 se enteró de que en el Hogar Santa Teresa de Oberá, habían recibido donaciones importantes desde Irlanda… y allá fue, con la ilusión de conseguir una silla de ruedas para un chico con parálisis cerebral. Los benefactores de la institución obereña se interesaron por conocer a las familias de las que ella les habló. Organizaron una recorrida por las picadas y colonias de Aristóbulo y “la sorpresa de los irlandeses fue enorme. Quedaron profundamente impresionados, no podían creer la cantidad de personas discapacitadas viviendo en las peores condiciones”. Conmovidos, los extranjeros le preguntaron qué podría cambiar, aunque sea un poco, la situación de los muchos chicos con parálisis y con enfermedades psicofísicas diversas. “Les contesté que la pobreza extrema era el peor de los factores y que eran familias que no tenían nada, por eso, lo primero era trabajar para mejorar un poquito esa situación… y también les dije que si pudieran contar con un lugar para rehabilitarse, para que los atiendan los médicos, seguramente íbamos a estar mejorando la calidad de vida de todos”. A partir de esa incursión, la ayuda comenzó a llegar también para estas familias desde Irlanda y la meta empezó a tomar forma, al menos en la cabeza de Nélida. Pero pasó mucha agua bajo el puente hasta que finalmente las paredes comenzaron a levantarse del piso.En busca de un terrenoNélida recuerda que el primer paso era conseguir un terreno en el que pudieran ir cristalizando la ayuda que prometieron desde Irlanda para la construcción del Hogar: “Anduvimos tanto para eso, como tres años nos llevó ubicar una propiedad fiscal adecuada. Cuando encontramos un predio resulta que no era fiscal, sino del Consejo de Educación”. Finalmente consiguieron la donación y la titularización a nombre de la Asociación Civil de Padres en Apoyo al Discapacitado (Acpad), la ONG que constituyó junto a varios vecinos solidarios para formalizar el proyecto. Después vinieron años de esfuerzo colectivo. Ella, su marido, su hijo y el papá de una niña especial se encargaron de la limpieza del terreno. Despacio fueron haciendo las bases, ladrillo a ladrillo levantaron las paredes, le dieron forma a la casa y finalmente, con muchísima colaboración de la comunidad, pudieron equiparla hasta con una piscina para la rehabilitación. En el medio, aquella sospecha sobre los efectos de los agrotóxicos en la salud de los productores comenzó a ocupar las páginas de los diarios y las pantallas de los televisores. Nélida recibió a periodistas de Buenos Aires y los llevó a recorrer las chacras, a mostrar aquello que tanto había impactado en los irlandeses: la alta incidencia de discapacidades en la zona, con números y porcentajes más altos que en otras regiones en las que el uso de agroquímicos era menos intensivo. No le resultó gratis esta exposición. Hubo tiempos en los que hasta estuvo amenazada. Pero no se amilanó y siguió trabajando. Hoy la Asociación sigue su camino. Le dejó la posta a personas más jóvenes pero igualmente solidarias y comprometidas que continúan trabajando con el mismo fin que soñó hace casi dos décadas. Ella igualmente sigue recorriendo las casas de sus antiguos conocidos, algunos de los cuales ya son como de su familia. Sigue trabajando en lo suyo y desde lejos observa el derrotero de aquella institución que vio nacer y a la que le dio vida. Como una madre orgullosa de los logros de sus hijos, ella simplemente suspira, se emociona y ruega que la rueda solidaria nunca deje de girar.Por Mónica [email protected]





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