Galerías del país y el mundo se hicieron eco de “esa nostalgia” que transmiten los rostros guaraníes a partir de las obras de Susana Rendón, una mujer que la tierra colorada atrapó en su adolescencia para plasmar con el alma toda la esencia misionera que cautiva a propios y extraños. Susana llegó a Misiones por esas cosas de la vida, luego de haber recorrido parte de Argentina, sin embargo tiempo después debió migrar nuevamente, esta vez a Rosario, donde finalizó sus estudios secundarios y obtuvo su título en la Facultad de Artes.“Cuando sos chico te adaptás más rápido a los cambios, a las mudanzas, pero cuando comenzás a entrar en la adolescencia, cuando las relaciones se hacen más íntimas, cuesta mucho más. El ingreso a la facultad para mí fue horrible, porque la metodología de enseñanza era diferente, todo el mundo estaba acostumbrado a debatir, a opinar y acá, sobre todo en el interior, te daban un tema, lo estudiabas, repetías y se terminó la historia, entonces tuve que re-adaptarme a un montón de cosas”, contó la artista a PRIMERA EDICIÓN.Y agregó que, desde entonces, “empezaron a llamarme ‘la misionera’, nadie sabía mi nombre, éramos pocos los del interior, y fue allí que inicié la búsqueda de mis raíces, por esa necesidad de ser ‘esto’, de donde yo sentía que pertenecía en realidad, porque el hecho de vivir en distintas provincias me llevó a no pertenecer a ningún lado”.Llegó el momento de preparar la tesis y “nos dan una lista de temas optativos, pero yo no me identificaba con nada, por lo que propuse enfocarla en el ‘arte barroco jesuítico guaraní’. Tenía el título, nada más, y desde allí fue como empezar a descubrir mi historia como misionera, conocer realmente qué era lo que había pasado en la provincia”, mencionó la artista.“Conocía las ruinas pero no sabía absolutamente nada, entonces empecé a reencontrarme y es como que digo ‘bueno, esto soy ahora’, por ende, mi producción artística empezó también a querer transmitir algo de la cultura, porque me di cuenta de que en la provincia pasaba exactamente lo mismo que me pasó a mí, el no saber nada y a través del arte la idea fue tratar de transmitir algo de la cultura y hacer un poco de educadora, sobre todo en la parte historia. En Apóstoles, por ejemplo, tenemos las ruinas, pero hay un desconocimiento total, recién ahora, en los últimos años, comenzó a tener noción de la historia que guarda esta tierra”, resaltó.Y subrayó que “me dediqué a pintar paisajes, que era lo típico de misiones, pero además gran porcentaje de mi obra es sobre la cultura mbya guaraní, que estaba muy olvidada y ahora, a través del turismo, es como que la gente se enteró un poquito más o la tiene en consideración. Inclusive en los primeros tiempos fue una desventaja, hace treinta años me decían ‘por qué eso, habiendo otras cosas para pintar’”. Una vez finalizada su carrera, Susana regresó a Apóstoles, donde la esperaba el amor, el que mantuvo a distancia durante los años que estuvo fuera de la provincia, contrajo matrimonio y se dedicó a la familia y a algunas horas de clases en institutos de la Capital de la Yerba Mate.“Había dejado totalmente la pintura, hasta que surgió una excelente posibilidad, en 2001, pintar el marmolado de detrás del altar de la iglesia San Pedro y San Pablo. Probé nuevamente las pinturas y fue como una prueba para mí, si volvía o no a la carrera. Desde entonces se fueron dando las cosas y la pintura formó parte de mi rutina, me uní a un grupo de compañeros de la facultad y ya no paré, son doce años de pintar y exponer”, explicó orgullosa Susana.





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