Lorena Gatti se calza el uniforme dos tardes por semana para encarar el mejor trabajo del mundo, y por el que no cobra ni un solo peso. Está compuesto por una peluca de colores, una nariz de payaso que suena muy gracioso cuando se la aprietan y una sonrisa enorme que le nace del alma, que no se puede fingir y que es el mejor remedio para curar las nanas de los chicos y los grandes internados en los hospitales Madariaga y Pediátrico de Posadas. Con apenas 22 años, esta jovencita posadeña incorporó a su vida el voluntariado solidario, ya no como una esporádica expresión de la necesidad de ayudar a los demás, sino como una actividad responsable, sistemática y continua que es parte de su vida cotidiana. Lo de ella no es “cuando puede” sino “todos los días”. Desde hace años es parte de la Asociación Civil Voluntades, el grupo de mujeres que trabaja donando su tiempo para darles contención emocional a los pacientes de estos dos nosocomios. Lorena es la más chica del grupo, y una de las más constantes. Su presencia en la tarea de Voluntades desmitifica el prototipo de voluntaria mayor, jubilada, que ayuda porque tiene mucho tiempo libre. “Yo también tenía este preconcepto en la cabeza. Yo también pensaba que el voluntariado era para gente ya retirada, ya mayor, pero mi propia historia es prueba de que todos nos equivocamos cuando pensamos así. El voluntariado puede y debe ser parte de la vida de todo el mundo, y sería muy bueno que todos ayudáramos a los demás”, sueña. Formarse en solidaridad Para integrar Voluntades, Lorena no sólo ejercitó su enorme capacidad de empatía, sino que además se formó. Pese a que realiza tareas solidarias desde los 14 años, hace un tiempo decidió realizar el curso de voluntariado, una instancia de capacitación formal que se dicta en Posadas y que los prepara para encarar el enorme desafío de contener el dolor ajeno, estar a la altura de las expectativas de quienes están solos en un momento duro de la vida, y hasta amortiguar los efectos que sobre el alma del voluntario puede generar esta constante exposición al drama de los demás. Lorena explica que se toma muy enserio su trabajo de voluntaria y “la preparación me ayudó a tener una real dimensión de lo que significa nuestro aporte. Es importante ponernos en el lugar del que está pasando por un momento difícil que a veces está solo, dolorido, angustiado. Nosotros ponemos el oído principalmente, escuchamos, charlamos y hacemos compañía, y en caso de que el paciente esté con la familia, también los contenemos. En paralelo cubrimos algunas necesidades más básicas, desde ropa, a elementos de higiene y hasta crédito en el celular. Más allá de eso, todo el tiempo tomamos conciencia de que nuestra presencia y aportes están siendo esperados y eso genera un gancho muy fuerte”.En el Hospital Pediátrico la actividad de las voluntarias y voluntarios incorpora el humor, las canciones, las historias, la dichosa entrega de un juguete donado que le va a mejorar el ánimo a un nene o a una nena que atraviesan una enfermedad. Allá va Lore con su peluca y su nariz de payaso que los chicos aprietan y que al sonar hace que se descostillen de la risa. “No puedo pensar en no ir al hospital esas dos tardes por semana. Lógico que si tengo algún inconveniente, se entiende y no pasa nada, pero ya está tan incorporado en mi vida que me es imposible fallarle a la gente que espera, que está necesitando lo que humildemente podemos darles”, cuenta. A tal punto es fuerte su compromiso, que cuando consiguió un trabajo les aclaró a sus patrones que los martes y miércoles por la tarde ya los tiene ocupados, porque “para mí esta actividad es tan importante como mis estudios o el trabajo rentado”. Cosa de chicos Lorena terminó el secundario en el Colegio Roque González y cursó la carrera de Nutrición en la Universidad de la Cuenca del Plata. Reconoce que su paso por el colegio fue trascendente en la formación de su conciencia solidaria porque el “Roque” se caracteriza por fomentar el espíritu altruista entre sus alumnos. Pero le encantaría que la solidaridad se incorporara como contenido en la formación de estudiantes de todas las escuelas, sean o no religiosas, privadas o públicas, porque “es importante tomar conciencia del otro y si se toma conciencia, la solidaridad se convierte en un deber fundamental de la persona humana”. Se levanta muy temprano todos los días para avanzar en su tesis final. Después trabaja, después planea con el resto de las solidarias de Voluntades, después va al hospital -a alguno de los dos-, y entre tanto también ayuda con la selección y la puesta a punto de la ropa donada para que el paciente y su la familia usen dignamente lo que otros dieron de corazón. Su actividad parece excepcional en comparación a lo que vive y hace la mayoría de los chicos de su edad, pero a ella no le quedan dudas de que esto es lo que le encanta hacer: “El voluntariado es un compromiso que se asume y no tiene que ver con la edad. Si los chicos y chicas supieran lo que esta tarea nos regala, te juro que todos serían voluntarios”. Por Mónica [email protected]





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