La política argentina está llena de mitos: “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, dijo una vez el general Perón. “A la Argentina sólo la pueden gobernar los peronistas”, lo dijo vaya a saber quién. Pero es muy probable que esa frase haya surgido allá a mediados de 1989, o a fines del 2001. Los memoriosos lo tendrán muy en cuenta, pero en realidad no importa qué color partidario gobierne, las crisis políticas y económicas nos marcan a fuego. Parece que no es determinante en qué época haya nacido o vaya a nacer un argentino, para que sepa, o vaya a conocer, cómo es vivir en tranquilidad relativa, o incertidumbre. La historia le mostrará nuestro pasado de logros y turbulencias, o el devenir lo hará mirar con interrogantes sobre cómo nos habrá de ir. “Podemos ser lo mejor, o también lo peor”. Y en estos últimos 14 días que restan para volver a las urnas para elegir un presidente, vuelve a la memoria de nuestra consolidada, pero joven continuidad democrática, los últimos días de campaña de aquel octubre de 1983.Desde 1976, el país ya había transitado siete años de una violentísima dictadura, y ni hablar de la época anterior, donde los grupos armados como Montoneros o el ERP, habían iniciado la guerra contra el Estado burgués, para tomar el poder e instaurar la revolución socialista al estilo cubano. Los primeros acompañaron a Perón, pero luego se sintieron traicionados.Decían que en 1973, el peronismo ya había llegado a su tope. La ideología de la Tercera Posición (ni marxismo ni capitalismo), no era una ideología socialista. Creían que Perón, al no proponer el socialismo, estaba del lado de la ideología burguesa. Enfrentados con el líder, pasaron a la clandestinidad y acentuaron su lucha armada.Esa fue una de las excusas de los militares. Emprendieron el Golpe e instauraron el eufemísticamente denominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Demasiadas balas, secuestros, asesinatos, bombas y muertos. La sociedad argentina quería dejar atrás esos años en los que, cuando alguien desaparecía, era común (pero no por ello verdadero), escuchar a la gente decir “algo habrá hecho”.Los años oscuros empezaron a esfumarse, el Gobierno militar llamó a elecciones para el 30 de octubre de 1983. El peronismo y el radicalismo volverían a enfrentarse. Pasaron diez años de la última justa electoral en la que el binomio Juan Domingo Perón – María Estela Martínez derroto a la dupla Ricardo Balbín – Fernando de la Rúa, por casi 37 puntos de diferencia. El Partido Justicialista llegaba envalentonado montado en la figura ya mítica de Perón, pero con Ítalo Argentino Luder como candidato. La Unión Cívica Radical llevaba como estandarte a Raúl Ricardo Alfonsín, antiguo militante partidario y uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Los sondeos de la época mostraban paridad entre los postulantes y ambos partidos montaron sus cierres de campaña en la avenida 9 de Julio, para demostrar su poder de convocatoria que luego supuestamente se vería reflejado en las urnas. El miércoles 26 de octubre lo hicieron los radicales ante una multitud impresionante. Alfonsín no olvidó los años de enfrentamientos en su discurso de cierre: “En el desorden social, apareció la disputa por los intereses del poder, y hubo prepotencia y hubo miedo y así se dio la excusa para que se terminara con el gobierno constitucional… se produjo la lucha enloquecida entre las tres A (Alianza Anticomunista Argentina o “Triple A”, organización parapolicial de la derecha peronista acusada de crímenes contra referentes de la izquierda)…y la represión, sin duda no es eso lo que quiera nadie en la Argentina, nuestra crisis de autoridad continúa en el Partido justicialista…”. Dos días después vendría la del peronismo y el “error innecesario”. El viernes 28, acompañados por el inmenso apoyo de las organizaciones sindicales, la fórmula Ítalo Luder-Deolindo Bittel cerraba su acto. Las crónicas de la época cuentan que hubo entre 800 mil y un millón doscientas mil personas. Los peronistas calcularon unos dos millones de asistentes. En el cierre de campaña sólo habló Luder, y estaban presentes en el palco los dirigentes sindicales Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias. En su discurso, Luder se mostraba confiado en que ganaría las elecciones, asegurando que el 30 de octubre daría su primer discurso como presidente. Desde la multitud, se escuchaba: “Siga siga siga el baile, al compás del tamborín, que el domingo lo aplastamos, a Raúl Alfonsín”. Luder sostuvo: “Aquí está el peronismo, consciente de la respuesta que le cabe dar como fuerza mayoritaria política y de los derechos que le caben. (…) junto a nosotros están como siempre las grandes mayorías populares que han permanecido fieles a las causas nacionales”.Sin embargo, uno de los más aplaudidos fue Herminio Iglesias, dirigente sindical que era candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Sus exabruptos y declaraciones lo habían convertido en el destinatario predilecto de las críticas y denuncias radicales al justicialismo. Durante la campaña, la relación de Iglesias con Alfonsín había sido muy áspera. Iglesias llegó a sostener que había “declarado la guerra a los extranjeros que nos quieren comprar y a los argentinos mal nacidos como Raúl Alfonsín” y a calificarlo de “gusano”, mientras que desde el radicalismo lo calificaron como “aprendiz de Hitler”. Al finalizar el acto de cierre de campaña, un grupo le acercó un cajón fúnebre con los colores y siglas del radicalismo y una corona. Iglesias lo prendió fuego. Y llegó el domingo 30 de octubre, los comicios transcurrieron con normalidad. Ya estaba más cerca la asunción de un presidente electo en las urnas. La fórmula Alfonsín-Víctor Martínez ganó con más del 51% de los sufragios sobre el justicialismo, que llegó al 40% de los votos. La mayoría de los análisis de la elección apuntaron contra la quema del cajón. Muchos consideraron que esa acción hizo huir a muchos de los que pensaban votar al peronismo. Nadie quería volver a esos años de violencia y ese acto habría provocado un quiebre. Tal vez no fue determinante, tal vez la UCR hubiera triunfado de cualquier manera, pero fue tan poderosa esa imagen que hasta hoy es recordada por ese poco “tacto” que tuvo Herminio Iglesias.Pero dicen que era un tipo así, era su modo de expresarse, era un “peso pesado” del justicialismo.Hoy está todo mucho más calculado. Se trazan finas estrategias para los candidatos y hasta se analiza con quién debe mostrarse y quienes deben salir de su círculo de campaña. Es difícil ver a un “Herminio” al lado de un postulante, y menos a pocos días de
una elección. Pero ante el cuidado y la precaución de los círculos íntimos, oficialismo y oposición revuelven y buscan “féretros” para tirarse mutuamente. Las denuncias de campaña están a la orden del día. Basta con prestar un poquito de atención, para ver que el mito del cajón de Herminio Iglesias ha vuelto a las andadas.Colaboración: Lic Hernán Centurión





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