OBERÁ. Alfredo San Filippo y Estela Areco se casaron hace 34 años, criaron a nueve hijos. Siempre trataron de darles todo lo que necesitaban. Fueron y son padres presentes. La primera oportunidad en que encontraron a su hijo Carmelo tirado en la entrada de su propia casa comprendieron la gravedad de la situación. Desde ese día no lo dejaron solo, lo cuidaron, trataron de contenerlo, pelearon contra el reconocido enemigo, sin embargo no alcanzó. “Fue en febrero cuando le dieron por primera vez un cóctel de pastillas que lo dejó tirado por dos semanas. Los médicos me dijeron que era una intoxicación, tomó de la ‘jarra loca’. Esos días quedó encerrado, no podía ni tomar agua, yo lo atendía y le daba de comer; fueron días muy duros” recordó Estela. Ese episodio generó las primeras denuncias de la familia. Acudieron a la policía, a la Justicia, a los vecinos, no dejaron una puerta sin tocar, pero todo fue en vano. Carmelo San Filippo (16) murió el 18 de abril luego de intentar ahorcarse tras haber consumido un cóctel de pastillas que le causó daños letales a su organismo.“A mi hermano lo hostigaron tanto que lo llevaron a la muerte”, señaló Paola, hermana del joven estudiante que concurría al 3º año de la Escuela de Comercio de la Capital Nacional del Inmigrante. La familia sigue reclamando justicia, convencida que el acoso de la banda de jóvenes que le proveía de drogas fue el detonante del drama posterior. “Era un chico cariñoso, buen alumno. Siempre dijo que sería abogado. Como era inquieto, investigaba y sabía todo lo que pasaba en el barrio, quienes eran los implicados, quienes vendían droga, como lo conseguían, todo, creo que por eso no dejaron de perseguirlo” relató el papá.Partidos por el dolorElena recordó cada día transcurrido desde aquella primera vez. Tenía bien identificados a quienes querían perjudicar a su hijo por lo que está convencida que éstos le declararon la guerra. “Cuando venía en auto, se paraban en el medio de la calle y yo tenía que desviarlos. Muchas veces los corrí de mi propia casa. Llamaba a la policía cuando no se iban, porque se instalaban en la vereda de nuestra casa y desde ahí nos intimidaban. Se burlaban de mí y me hacían gestos como diciéndome “estás muerta”. Ahora comprendo que querían matar a mi hijo y lo lograron”. Marcha y silencios cómplicesEl jueves, al cumplirse dos meses de la muerte de Carmelo, sus padres, familiares y amigos volvieron a marchar por justicia. “Luchar pidiendo que se haga algo nos da fuerzas para superar su muerte. Vemos a quienes lo mataron como si nada hubiera pasado, con nuevas víctimas, y no queremos más Carmelos” sostuvo Alfredo. El 18 de mayo también marcharon, y hasta fueron a la Municipalidad para reclamarle a las autoridades acciones concretas, acompañados por los integrantes del Foro de Seguridad de Villa Kindgreen, pero nadie los recibió.Por todo eso, Elena no confía en que pueda cambiar algo. Después de una lucha sostenida por proteger a su hijo entiende que nada se puede hacer si no se involucran el Estado, la Justicia, todos. “A los que tienen la posibilidad de hacer algo no les interesa. Ni siquiera quieren reconocer lo que ocurre. Es grave, muy grave. No puedo dejar de pensar en Carmelo. Me pregunto cómo tuvieron el coraje de entrar a mi casa a matarlo, porque yo no lo encontré moribundo en otro lugar, fue en mi propia casa. Cómo la Justicia puede ignorar ésto”.Alfredo y Elena recuerdan que hace poco tiempo Carmelo era el primero en levantarse a preparar el mate que compartían antes de las tareas diarias. Pero el recuerdo solo, no ayuda: “Nada será como antes, nada. Sólo tendremos algo de paz si vemos la decisión de actuar de quienes corresponde”.





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