POSADAS. “Hago lo imposible porque lo posible lo hace cualquiera”, dice un adagio de las redes sociales que suele usarse para resaltar a quienes tienen el coraje de encarar utopías. Roberto Moroz y Rosana Lugrin parecen dos expertos en estas lides. Hace un año y dos meses compraron un pedazo de paraíso de 25 hectáreas en la localidad de Corpus que está lleno de árboles, arroyos, cascadas, animales, mariposas, pájaros. Para mantenerlo idearon un sistema de producción orgánica que, una vez por semana, les permite traer a Posadas las verduras que ellos mismos siembran y cosechan -sin veneno- para repartirlas casa por casa: un verdadero “delivery verde” para salvar el monte. Desde que adquirieron la propiedad de sus sueños, ya recuperaron 300 plantines de árboles para replantarlos. También compraron plantines de especies de madera dura para restaurar la que alguna vez fue devastada en el predio. Cien futuros robustos árboles de este tipo ya fueron puestos en tierra para que se desarrollen en paralelo al proyecto familiar.El emprendimiento de la pareja ya tiene un nombre. Se llama “Las gringas” y a futuro esperan que resuma no solo la iniciativa de producción orgánica en la que están embarcados. Es que también quieren convertir al predio en una reserva privada de biodiversidad en la cual se alojen visitantes respetuosos con el entorno, que quieran disfrutar de la naturaleza sin invadirla y hasta aprender a cocinar con productos sanos. De la ciudad al monteRoberto y Rosana emprendieron un paulatino éxodo de la ciudad al monte sin saber nada, pero nada, del trabajo en la chacra. Ahora recorren dos veces por semana los cien kilómetros que los separan de su casa en Posadas para aprovechar todo el tiempo que pueden en el trabajo de su huerta de una hectárea de extensión. Mientras permanecen en “Las Gringas” viven en una carpa, porque no tienen luz eléctrica ni caminos adecuados para entrar o salir, por lo tanto todavía se les hace difícil instalarse en forma permanente. Además, ella es empleada de la Anses y él, profesor en la noctura en el Centro de Formación Profesional 1 que funciona en la Epet 1 de la capital. Paralelamente mantienen un negocio sobre avenida Santa Catalina en el ramo de la construcción, ferretería, distribuidora y decoración. “Tener nuestro propio pedacito de monte era un sueño. Queríamos un lugar chiquito con un pequeño arroyito para disfrutar de la vida al aire libre, pero el predio vino con yapa. Tiene una laguna natural, vertientes puras, dos arroyos importantes, (el Apepú y el Santo Pipó) y otros dos a los que bautizamos Rosana y Sofía, en honor a las damas del grupo” refiere Roberto y trae a la escena a su pequeña “gringuita” de siete años que los acompaña casi siempre y que ya aprendió a polinizar los mamones para que coman los pajaritos. La chacra estuvo deshabitada durante 25 años, por eso la biodiversidad se recuperó y es notable la variedad de animales que de a poco vuelven a su hábitat. Por ahora, el relevamiento de las especies lo hacen ellos mismos identificando cada árbol y cada “bicho” de monte que visualizan. Al principio tuvieron que abrir picadas para ingresar porque gran parte de las hectáreas de monte eran inaccesibles. En un espacio que “era un capueral” armaron el primer vivero de pequeñas dimensiones. “Ya que venimos a la chacra, plantemos y llevemos verduras para la semana”, se propusieron. A poco, las verduras sobraban y empezaron a ofrecerlas en Facebook para los amigos. Cuando vieron el éxito de la propuesta orgánica, el negocio creció y hoy llegan a Posadas después de un duro fin de semana de trabajo, con varios cajones que dividen en bolsas que se entregan en las casas y en los dos negocios gastronómicos a los que proveen. La propuesta siempre es variada porque depende de los ciclos de cada verdura y hortaliza. Rosana cuenta que aprendieron con la técnica de la “prueba y error”, buscando material en internet, preguntando a los vecinos. Finalmente buscaron asesoramiento en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta) y en el Instituto de Fomento Agroindustrial (Ifai). Los técnicos les ayudaron a consolidar el emprendimiento para que los resultados de la huerta orgánica fueran los mejores. Hoy alternan en la siembra y la cosecha con todas las variedades de verduras de hoja, pepinos, berenjenas, chauchas, batatas, maíz, distintas variedades de zapallos, acelgas, rúculas, lechugas, cebollitas, perejil y tomates. Además producen pickles, encurtidos y dulces y por el momento no pueden ampliar el delivery verde porque la capacidad de trabajo no se los permite. Es que son ellos dos, asada en mano, los que cuidan, limpian y mantienen su pedacito de cielo. Invernáculo ecológico y turismo respetuosoRoberto Moroz y Rosana Lugrin ya iniciaron tratativas con el Ifai para poner en marcha “un invernáculo donde hagamos cultivo intensivo de verduras, tomates y morrones, tratando de usar un máximo de tecnología sin afectar la ecología, con riego por manguera, aspersión, vaporizadores, todo sin uso de agroquímicos porque nosotros trabajamos exclusivamente orgánico”, cuentan. A futuro quieren abrir el predio a las visitas, siempre que eso no implique alterar el hábitat. “Queremos enseñar lo que aprendimos, hay mucho para amar de nuestra tierra”, coinciden.




Discussion about this post