POSADAS. Hoy se cumplen 42 años de la Fundación de Villa Cabello y los celebrarán en las escuelas, mientras la comunidad religiosa se prepara para la misa de Acción de Gracias que será el domingo 17 a las 10. Los principales protagonistas de esta historia son el sacerdote del Verbo Divino Juan Markievicz -quien a sus casi 87 años se recupera en Fátima de un accidente cerebro vascular-, la hermana Francisca Hohenwieser de Alemania y Ruth Ingrid Schmidt, quien falleció el año pasado. Tres personas que dieron forma y acompañaron al proyecto, que comenzó en medio de la nada y hoy se estima que es una comunidad conformada por unas cien mil personas. PRIMERA EDICIÓN visitó el lugar que actualmente es el corazón de Villa Cabello, en la primera chacra 150, donde están el cura párroco Giberto Salares y el hermano Raúl Acosta. El sacerdote reconoció que “hace un año recién que estoy acá y estoy conociendo la verdadera esencia de la obra del padre Juan. Ahora entiendo por qué insistió tanto en la educación y en la necesidad de tener escuelas para formar a los niños”. La inseguridad actual es un tema que preocupa a los vecinos y sin embargo, en 1982, cuando llegaron los primeros vecinos de las nuevas viviendas a la chacra 150, “eso no existía, la inseguridad ni siquiera se mencionaba”. Lo afirma Hernán, quien en ese entonces tenía 9 años. Hoy, el párroco Giberto advierte que “son pocos los que conocen la historia, porque hay nuevos vecinos, muchos de aquellos primeros pobladores ya no están, entonces los chicos no saben que acá no había nada”. Es como que Villa Cabello siempre fue zona urbanizada, pero la verdad es que el padre Juan iba en su Citroën a esa zona inhóspita a dar contención espiritual y algo de alimento a los humildes que vivían en precarias casas de madera. Hernán, el pequeño que llegó allí a los 9 años, contó que “no había asfalto cuando llegamos, el asfalto llegaba hasta la capilla San Miguel y a nosotros los chicos nos gustaba cuando, los días de lluvia, el colectivo coleaba en el barro”. Recordó que “todos jugábamos en el monte, no existía el peligro. En los días de Navidad y Año Nuevo, los vecinos bajaban mesas y sillas al espacio verde que había entre los edificios y las escaleras. Allí compartíamos las fiestas entre todos”. Cuando llegaron no había nada: se fueron abriendo unos kioscos según las necesidades de la gente. Existía un pool que además servía de despensa en la esquina de Tacuarí y Eva Perón. Con el correr de los meses se montaron carnicerías y verdulerías, frente a la chacra 150. Contaban con un pequeño destacamento que estaba al lado de la capilla, que también era de madera, la misma que hoy es la Inmaculado Corazón de María.Como dijo el padre Juan, los departamentos eran construcciones únicas, no existían en otro lugar. No fueron de lo mejor, pero era lo que se podía dar a las familias para una vida más digna. Hasta hoy, el sacerdote sueña con que se puedan demoler y para que cada familia tenga su casa propia con patio. Un proyecto, una realidadEl propio sacerdote Giberto Salares contó lo que está asentado en el libro que escribió Ruth Ingrid Schmidt. Se había formado una asociación con el nombre de Promoción Social Cristiana (ProSoCri) para concretar el mega sueño de Markievicz. A través de ella, colaboraba un grupo de personas entre las cuales figuraban dos arquitectos que tenían la tarea de confeccionar los planos para las casas, escuelas, guarderías y todo lo relacionado al proyecto. La primera fuente de trabajo para la zona fue Premoldeados Villa Cabello. Los padres de familia y alumnos comenzaron a percibir un sueldo. Antiguos vecinos recuerdan que había placeros, recolección de residuos casi a diario y todos cuidaban el barrio con mucho cariño.





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