No, mi papá no fue a la Guerra del Chaco… el que estuvo en la guerra era el hermano de papá, mi tío.Papá falleció antes de la guerra, en 1927. Yo no lo conocí… yo nací unos meses después de su muerte. A papá le agarró tétanos y en esa época todavía se moría de eso. Dicen que era un padre excelente. Mi hermana Sofía es la que tiene muy lindos recuerdos de papá. Ella estaba orgullosa porque le decían que se parecía a papá. Mamá quedó viuda muy joven, con siete hijos. Vivíamos en una chacra, cerca de Tobati. Nuestra casa no era de material pero era grande. Muy grande, con huertas, y un jardín. Cuando comenzó la Guerra del Chaco yo tenía seis años. Lo que más recuerdo es que cuando había reclutamiento, había hombres que se escapaban, corrían a esconderse en el monte. Eran los desertores. Eso me impresionaba. Las madres de los que sí iban al frente lloraban. Cuando se despedían de sus hijos lloraban. Yo he visto con mis propios ojos a madres llorando cuando sus hijos se iban, formados en fila. Eso me impresionaba todavía más.En la guerra desapareció mi tío, el hermano de papá. Cuando terminó la guerra, él no volvió. Su mamá, la abuela Inés, nunca recibió una noticia oficial sobre la suerte de su hijo. Todas las tardecitas, al terminar de trabajar en la chacra, ella se iba hasta una lomita para mirar el camino.Pasó mucho tiempo hasta que el gobierno le notificó que su hijo había fallecido en combate. A pesar de ese comunicado, ella seguía esperanzada. Incluso se iba a consultar a una vieja que vivía a muchas leguas. Antes del alba ya se subía a su caballo y se iba para allá. La vieja se comunicaba con los muertos y si su hijo realmente había fallecido ella se iba a enterar. Fue varias veces.Hasta que habló. La abuela contó que por intermedio de la vieja habló con él y recién entonces supo la verdad. Su hijo murió en la guerra pero no sufrió mucho, porque no murió de sed, sino por una bala. Lo más horrible era morir de sed.Y, gracias a esa consulta con la vieja, también tuvimos noticias de papá. La abuela supo por mi tío que él y papá estaban bien. Bien estaban, sí.Así fue. Agua En Villarrica, frente a la plaza principal, hay una casona y una destilería de alcohol con sus trapiches y alambiques. Allí, en la casona de los alambiques, hay un patio muy largo y silencioso, semidormido en la penumbra del parral. Un aljibe, dos rosales y una begonia. Un poco más atrás, un pozo y también una de esas bombas de hierro accionadas por una palanca para extraer agua fresca. El cobertizo de los caballos. Árboles de guayaba y de naranjas agrias, un limonero, pitanga y cocú. Y una huerta. Si hay perros, no saben de correas ni dueños. Cuando la siesta lo permite, los perros entran y salen por la extensa senda que forman la galería que da al patio y el zaguán. Una yegua y un caballo también pasan por el zaguán, haciendo sonar despacio los cascos. Se han acostumbrado a caminar con cuidado, para no resbalar en el lustroso piso de mármol. A intervalos exactos se oyen las campanadas de un alto reloj de péndulo, traído de Sajonia o de Suiza hace unos treinta años, a fines del siglo XIX. El imponente reloj está en el comedor diario, no en el salón. El gran salón es lugar más pulcro y menos visitado de la casa. Algunas veces las altísimas puertas del salón se abren de par en par hacia el bullicio de la mañana. Por las puertas entran la luz y el perfume de los árboles de la plaza.Hay noches en que los cristales de la gran araña del salón vibran con la música y el baile. Hay una alegre embriaguez de sonidos… es la danza, el siseo de los pasos, el susurro de los amplios vestidos, la súbita risa de una joven seguida de algún murmullo prudente. En un momento de la noche, el silencio cubre a todos y una sonata se apodera de las almas. Un joven, o quizás una señorita se ha sentado al piano de cola. Algunos se sientan, otros forman un atento círculo, hay quien bebe una copa de licor o de jerez. Aprovechando un descuido de los mayores, tres niños han logrado huir hacia la plaza. Jugarán allí un momento, hasta ser descubiertos por la criada, que los traerá retándolos en guaraní, en voz baja. Dentro de unos años, cuando uno de esos niños sea ya un joven muchacho, verá a la vieja criada unos pasos atrás de sus padres, en la estación del ferrocarril. Habrá mucha gente en el andén. Hombres. Mujeres. Jóvenes que se despiden de sus padres y saludan a sus novias. Último llamado.El muchacho saludará despacio desde la ventana del tren que lo lleva hacia la guerra, y sentirá que el amor a su madre y a su padre es un silencio infinito, un abrazo secreto. Entonces, mientras comienzan a agitarse los sonidos del tren, no recordará ni por un instante el viejo reloj de péndulo, ni la brillante araña del salón, ni el piano de cola. Recordará la fresca sombra de la parra, y la felicidad del agua cayendo sobre el rostro en una siesta de fuego.Imaginará, con un poco de alegría y temor, que tal vez en algún rincón del Chaco encuentre al caballo que tantas veces lo llevó hacia un arroyo de arenas limpias. El caballo que su padre no intentó retener cuando los soldados llegaron para requisarlo.Mirará desde la ventana del tren que ya comienza a alejarse y verá a su padre, firme en el andén. Y verá la triste sonrisa de su madre escondida tras un torpe movimiento de la mano. Pensará en la casona. Verá el aljibe en el patio y se verá a sí mismo reflejado allá abajo, en el cielo circular del agua.Aquel calor de la siesta le rozará el rostro.Y sentirá, sobre las mejillas, deslizarse el agua. Carlos Zarza Profesor de Literatura • Escritor, poeta. • Docente Su nombre completo es Carlos Miguel Zarza Machuca, posadeño con ancestros paraguayos. En 1993 fue premiado en el certamen de cuentos organizado por PRIMERA EDICION. Egresó de la Universidad Nacional de Misiones como profesor de Lengua y Literatura. Se dedicó a la docencia y da ahora clases en varias escuelas de Posadas, entre ellas el CEP 3. Incursiona en la fotografía dedicándose a la Natu
raleza, el avistaje de aves y temas de la ciudad, logrando imágenes que luego sube a su facebook y a su web.





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