Puede ser que algunos recuerdan el 29 de abril para hacer la clásica broma; pero están aquellos que creen que los animales son uno de los ejemplos que le hacen falta a nuestro planeta para acordarse del afecto generoso y desinteresado. Es decir, aquellos que los consideran como hijos, hermanos o compañeros en este recorrido. En todo caso, como una parte indispensable en nuestra familia.
PRIMERA EDICIÓN, en el Día del Animal, decidió contar algunas de las anécdotas de la familia de veterinarios Hammerle: Francisco y su hijo, Javier, de tradición en cuidados de animales desde hace 43 años. En ellos se ve algo muy llamativo: el especial vínculo que fueron capaces de establecer con estos fieles compañeros del hombre.
Francisco Hammerle tiene 68 años y 43 de ellos los dedicó al cuidado de los animales. Se recibió de médico veterinario en 1972 y confiesa que nunca pensó en ser veterinario. Pero los hechos sucedieron de este modo: “Yo iba a estudiar para ser dentista pero salí mal en el examen de ingreso. Entonces me fui a estudiar veterinaria. Cuando llegué me emocioné; vi las camillas y los equipos. Me sentí identificado con la profesión y desde ese día empecé a estudiar la carrera con una vocación de servicio hacia los animales. Hasta hoy estoy al pie del cañón, con 43 años de profesión”. En 1973 la profesión lo llevó a trabajar en la Brigada de Canes de la Policía de Misiones, donde se retiró con el grado de comisario general. Allí adiestró y cuidó a los perros policías durante años.
Pero entre sus anécdotas hay una que permanece intacta: la historia del perro que fue apuñalado por un ladrón. “Ocurrió en un procedimiento. Yo estaba en casa cuando recibí el llamado”, recordó el profesional. Y siguió: “Fue de urgencia, porque lo habían apuñalado. Cuando llegué lo encontré agonizando, ya no había nada que hacer. Me dio mucha pena y bronca, a ese perro lo criamos de cachorro y lo adiestramos”. Lo más impactante fue cuando revisaron al perro. Al abrirle la boca, hallaron el documento de identidad del delincuente. Y con esos datos, en cuestión de horas, dieron con el ratero.Desde pequeño “Cuando me recibí no prefería los gatos”, explicó Francisco y se disculpó: “Al comienzo trabajaba con grandes animales. Después con pequeñas y medianas especies. Pero atender gatos me costaba. Fue mi hijo, Javier, quien me enseñó a quererlos. Son una raza especial, independientes e intuitivos”.
Javier Hammerle creció viendo a su padre en el trabajo y cada vez que podía, lo acompañaba. Fue así que desde pequeño quiso seguir sus pasos.
“Gracias a Dios mi hijo siguió la carrera de veterinario. Él tiene una gran vocación por la profesión, en él no se escucha la palabra ‘eutanasia’, porque siempre explica ‘mientras haya vida hay posibilidades’. Ahora lo acompaño en la veterinaria y por él sigo acá”, contó Francisco.
La pekinesa que no se fue
Una mañana un paciente ingresó a la veterinaria. Era una pekinesa que necesitaba una intervención de urgencia. “Tenía que operarla y en un momento me doy cuenta que la perdí. Entonces, le hice todas las respiraciones habidas y por haber”, contó Francisco. Y explicó: “Nosotros también practicamos la respiración boca a boca, pero no había caso”. En ese momento, se acercó su esposa y al verlo preocupado intentó tranquilizarlo “ella me consolaba porque sabía que se me murió mi paciente, y yo no sé porqué motivo me concentré. La miraba a la pekinesa y decía ‘no te me podés morir’. De repente comenzó a respirar. Había entrado en un paro largo y severo, pero se despertó y se salvó”.
Sin jaulas, ni cadenas
En la veterinaria Hammerle no se ven jaulas. Tampoco se venden animales, de ninguna raza. “No estamos en la comercialización. No lo hacemos, no nos parece”, resume el médico, quien considera que los pájaros deben ser libres para volar.Además, se manifiesta en contra del corte de la cola y de la mutilación de orejas:
“Nosotros tratamos de persuadir, pero la gente pide. Por eso a veces los mestizos son más simpáticos, porque andan como vinieron; a los otros, nosotros los disfrazamos”.






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