POSADAS. Una mañana de 1982, Francisco Ojeda le dijo a su mamá: “Yo quiero ser médico”. Tenía ocho años y era el séptimo de los diez hijos de María Vera, conocida como Juanita Ojeda, en Garupá. La mujer miró a su niño y le dijo que podía ser todo lo que él soñaba. La historia de Francisco es de perseverancia, firmeza y superación. “Yo tenía un objetivo y nunca lo olvidé, más allá de los obstáculos que existían”, resumió.Oriundo de Garupá, pasó parte de su niñez y su juventud trabajando como vendedor de verduras y hamburguesas. Con los ahorros acumulados en esos empleos, ingresó a la Facultad de Medicina, donde se recibió de médico clínico. “Un día voy a curar a la gente”“Mamá no podía pagar mi carrera, éramos muy humildes. Ella, sabiendo la situación, me apoyó y trabajó el doble para que yo pueda cumplir mi objetivo. Una vez me dijo: ‘Hijo, esa carrera es para la gente que tiene dinero, no para nosotros’”.En esos primeros años, el sueño de Francisco parecía una ilusión de niño. Pero, a medida que iba creciendo, la vocación de médico se fue afirmando: “Realmente era mi meta. Había muchos obstáculos, pero ya había decidido”. A los doce años comenzó a trabajar en una verdulería céntrica. Allí obtuvo su primer sueldo y con ese dinero se compró un pantalón azul, dos camisas blancas y una corbata para empezar el secundario en la Escuela Polivalente Nº1. “Trabajé cinco años en la verdulería y, además, preparaba hamburguesas”.A los 19 años llegó el momento de decidir: “Era el Día de la Madre de 1993. Me di la baja en la ‘colimba’ y le dije a mami: ‘Quiero probar a ver si puedo ser médico’. Ella me respondió: ‘No sé, mi hijo’. Esa duda me llevó un fin de semana a, sin que ella sepa, salir camino a Corrientes”.El gran paso No tenía dinero, pero sí la seguridad de elegir su futuro. Francisco preparó un bolso y se fue hasta el aeropuerto. Allí hizo dedo, tal vez una o dos horas, hasta que un conductor detuvo la marcha y lo llevó a conocer Corrientes capital, donde está la Facultad de Medicina.“Hice un cartelito que decía ‘Corrientes’ y me fui. Me bajaron en el Águila, yo no conocía nada y caminé desde allí hasta la Facultad. Hoy me doy cuenta de que son unos cinco kilómetros. Preguntando y preguntando, llegué. Pero la Facultad estaba cerrada. Me volví a casa sabiendo cómo era”.Cuando Francisco regresó a Garupá no habló del tema con la familia, no quería apresurarse. Pero sí con un amigo de la “colimba”. “Yo le dije para ir a estudiar Medicina y me dijo que sí. Entonces organizamos para ir el lunes, bien temprano, porque íbamos a dedo. Yo estaba decidido y me tenía que inscribir. Pero ese lunes no lo encontré. Entonces, me fui solo. Esta vez me bajé en la terminal”. Francisco regresó a su casa con la inscripción en la mano. “Le mostré a mamá el papel y ella lloró. Me dijo: ‘Perdón, hijo, pero yo no puedo pagar esa carrera’; ella era la única que trabajaba”, explica Francisco y se queda en silencio. Luego, respira profundo y se limpia las lágrimas. “Yo le dije: ‘Mami, yo no te voy hacer gastar tanto’”.Con 150 pesos por mesEn Corrientes, Francisco alquiló una habitación “tan pequeña que apenas entraba mi cama”. Para costearse los estudios, trabajó vendiendo hamburguesas y su madre le enviaba 150 pesos por mes. “Y me alcanzaba”, aseguró, aunque aclaró que “era otra época, otra situación económica. Yo con un peso compraba un poco de arroz, un pedazo de carne y pasaba el día. Con un peso se cocinaba. Ahora te mandan 5.000 pesos y ‘arañás’ el mes. Y ese monto es el sueldo de un empleado administrativo, de un empleado público”. Los altibajos en esos años fueron muchos, pero no se rindió. “En mi mente nunca se cruzó la opción ‘dejá todo porque esto no es para vos’. Si uno tiene un objetivo no hay que perderlo de vista, enfocarse y perseguirlo, hasta que se cumpla. Es la mayor satisfacción”. Fue así que cumplió con el niño de ocho años, aquél que con ilusión contaba a todos que de grande sería médico. “El día que me recibí, mamá me esperaba llorando en la puerta de casa. Me dijo: ‘Nunca pensé que yo iba a tener un hijo médico’”.




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