Cuando los veo tiemblo tanto que la gente dice “¡Qué viento hay!”. Es que meten miedo con sus instrumentos de tortura en la mano y con esa manera de mirarme que no presagia nada bueno. Los veo, aun de lejos, y me siento mal, no sólo por mí sino por mis hermanos que tengan la desgracia de ser señalados para caer en sus manos. Nadie nos defiende ni le importa que nos hieran o mutilen, incluso que nos maten y en trozos nos arrojen a un basural en el confín del pueblo, condenados a ser cadáveres insepultos y descuartizados.Por eso tiemblo, por el terrorífico pensar en que pueda ser yo protagonista – víctima, de la historia que cuenta Alberto Szretter; “Para hacer caminos se cortaron los árboles / y al aire le faltó una molécula de oxígeno / el sol llegó directamente a la tierra / y su energía sin freno mató al hongo / el helecho se encontró sin sombra / la hormiga sin jugo / el oso sin hormiga. / Por el mismo camino , mientras tanto, llegaron nuevos colonos / y para ganar tiempo prendieron fuego a la selva”.Terrible. Me horroriza. Es que presiento que mis hermanos cercanos van cayendo y creo que quedaré solo como Daniel Stéfani recuerda en un poema “perdió su altura la selva / después cayó el monte ralo / y el árbol se quedó solo / entre el inmenso rozado (…) le perdonaron la tumba / pero en su triste final / lo que no hicieron las hachas / lo pudo la soledad “Por eso tirito hasta mi última hojita cuando los veo con sus hachas, machetes, sus sierras a motor, ansiosos de cobrar una nueva presa. Ya no se puede morir como decía Casona, “de pie”. Morimos pues nos podan por dar sombra a la casa o por capricho, porque es invierno o tiramos hojas a la vereda. O nos talan para plantar un pino, dicen qué, factor de progreso (E.A.).





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