POSADAS. El último jueves 2 de abril se recordó a los veteranos y caídos en la Guerra de Malvinas, un hecho histórico de la República Argentina acontecido en 1982 y que todavía cuesta cicatrizar por la cantidad de vidas de jóvenes que se perdieron en dicho conflicto bélico. En todo el país y para no superponerse con la conmemoración del Jueves Santo, los actos por los héroes de Malvinas se desarrollaron el último miércoles, ocasión en que PRIMERA EDICIÓN rescató los relatos de algunos de los tantos misioneros que fueron protagonistas de una guerra que nunca debió ser.Eduardo Núñez (51) tenía 18 años recién cumplidos pero nunca había salido de su Villa Blosset natal. Y así, de un día para otro y sin muchas explicaciones, amaneció en medio de la helada tierra malvinense. Recién a fines de febrero se había incorporado al Regimiento y en abril su realidad era totalmente otra. De Posadas lo llevaron a Buenos Aires en un tren al que nunca había subido. Tras unos días de instrucción lo “alzaron” a él y a sus compañeros a un avión que descendió en Río Grande. Finalmente, tras una semana de tensa espera, pisaron el suelo en conflicto. “No tenía experiencia de viajar y de golpe, se dio todo. Anduve en tren, en avión, en barco, en helicóptero. Fue un verdadero acontecimiento al que ahora recuerdo como una buena experiencia”, comentó Núñez mientras esperaba el inicio del acto que se desarrolló el miércoles sobre la costanera. De todos modos, haber estado en Malvinas “es un gran orgullo”, dice, mientras su vista se pierde en el atardecer posadeño. Asegura que recordar la gesta que ocurrió hace 33 años es en parte doloroso, por el territorio perdido, por los compañeros que ya no están, por haber sufrido el hambre y el frío que calaba los huesos. Pero “debemos estar contentos por el hecho de estar vivos, poder celebrar este día y contarlo a otras generaciones”.Una eternidadAunque fueron sólo dos meses, tanto a Núñez como a sus camaradas les pareció una eternidad estar prisioneros en un barco, en Puerto Darwin, junto al mismísimo Mario Benjamín Menéndez, el exgobernador militar de las Islas. Lo único bueno es que “cuando terminó la guerra nos bajaron y nos pagaron nueve libras esterlinas (moneda del Reino Unido), tal como se estipulaba tras las contiendas. Pero mientras se firmaba la rendición, nos tuvieron en un barco”.Con un dejo de nostalgia, confió que “cuando volvimos estuvimos abandonados. Yo pertenecía a la Infantería de Marina y nos largaron así nomás. Cada uno se arreglaba como podía. Cuando llegué a mi casa, mi mamá, mi familia, ya no me esperaban. Es que como no tenían noticias, me daban por perdido, desaparecido. Pero había vuelto a casa y era una gran alegría”. Al principio “nos decían que volvimos un poco locos y no es así, fue el trauma de posguerra que tuvimos que afrontar, y que creo que es normal. La sociedad en sí tiene que reflexionar un poco sobre lo que pasaron los excombatientes que estuvimos en Malvinas. Estuvimos sin comida, sin vestimenta adecuada para el lugar. Salimos del calor misionero y llegamos al frío absoluto, fue un cambio muy brusco. Muchos compañeros volvieron con las piernas entumecidas. Se sufrió mucho, no es que fuimos de paseo y volvimos”.Núñez, quien desarrolla tareas en el Ministerio de Turismo, se jacta de sus cuatro hijos y una “hermosa” familia que lo acompañó siempre. “Se interesan por la historia de la que soy parte y están orgullosos de tener un papá excombatiente. Para mí, eso, es un halago”.“Nuestros soldados fueron hombres hechos y derechos”La de Malvinas “fue una experiencia inesperada para todo joven”, señaló Roque Gómez (58), que a pesar de desempeñarse en aquel entonces como personal de cuadro dentro del Ejército Argentino aseguró que sabían “que no estábamos preparados para una guerra de esas características. Incluso, ahora, la Argentina no está preparada para una contienda de ese tipo. Menos aún contra fuerzas que son super potencias”.Mientras aguardaba el momento del discurso alusivo que debía dar, confió que a pesar de toda la incontingencia en equipamiento y armamento, se resaltó mucho el valor del soldado argentino. “Los enemigos se sorprendieron por eso. Nuestros soldados fueron mal llamados Chicos de la Guerra porque en realidad fueron hombres hechos y derechos, con el valor suficiente para demostrar a esa super potencia que no nos iban a llevar por delante”.Cuando viajó al Sur tenía 24 años, el grado de sargento y 42 soldados a cargo a los que “tuve la suerte de llevarlos y traerlos a todos conmigo. Aunque en la unidad donde estaba hubo dos heridos y dos fallecidos por la caída de una bomba”. Estaba casado, tenía un niño de un año y su esposa, Rosa Dos Santos, estaba embarazada de “nuestro” segundo hijo. “Para ella fue muy difícil. Fue una experiencia única. Pero pudimos sobrellevarla. Ella me ayudó mucho en el aspecto emocional y psicológico. Para mí ella fue una doctora en la parte psicológica porque a nosotros el Ejército nos abandonó completamente y lo que nos sostuvo fue la familia, mi esposa, mis padres”. Pudo superar las situaciones pero a su entender “eso también depende de la madurez espiritual que cada uno pueda tener. Eso ayudó mucho y me ayuda mucho a seguir viviendo”, dijo Gómez, que se retiró en 1983 y ahora es empleado de la provincia. “No entendíamos lo que pasaba” OBERÁ. Horacio Kuz (52), excombatiente, asegura que tiene la ilusión de que sus nietos consigan que las Malvinas tengan la bandera que le corresponde. Trata de compartir con sus familias y comunidad el sentimiento de una causa inconclusa.Tenía 18 años cuando se incorporó a la Infantería de Marina, en febrero de 1982. Con poca instrucción y con la tierra colorada aún pegada en sus entrañas, pasó a ser parte del Batallón 2 en Punta Alta. La tarea en medio de confusiones, inconsciencia y espíritu juvenil era dotar de equipamiento bélico el Buque San Antonio en Puerto Belgrano. “Nos mandaban a cargar el buque con armamentos, no teníamos ni idea para qué lo hacíamos. Bombas, morteros, municiones de todo tipo. Terminábamos y nos daban instrucción, palo y palo”, recordó Horacio.
El obereño fue uno de los primeros en desembarcar en las Islas. Lugar en el que descubrieron que se iniciaba la guerra. “No entendíamos muy bien lo que pasaba, después comprendimos. En ese momento sentí lo lejos que estaba de casa”. Se quedaron ahí 21 días y se replegaron para volver al continente. “Ahora puedo hablar con más libertad, de a poco uno va recuperando la posibilidad de hablar de todo lo que pasamos, aunque hay cosas que todavía no puedo contarlas”, afirmó el excombatiente.Kuz fue parte de la operación Rosario, encargada de vigilar el camino que podían tomar los ingleses por Chile. Apostados en Tierra del Fuego, en tierras desoladas, cumplían la función de guardia, custodia de esa vía de llegada. “Pasamos muchos días ahí, en los zorros. Nos daban pastillas de alcohol y comida en latas que calentábamos para comer, todo era racionado. Estuvimos tres meses sin bañarnos, nos llenamos de hongos, nuestros pies eran una miseria. Todo sin saber qué ocurría”, relató.El obereño recordó lo cerca que estuvo de ir a la zona de mayor conflicto. “Un día nos suben a todos a un avión. Le habían sacado los asientos, por lo que íbamos sentados espalda con espalda en el piso del avión. Éramos 150-200 soldados. Me acuerdo bien de las palabras de un cabo que estaba a mi lado: estos hijos de puta nos llevan a la muerte, nos van a matar como pajaritos, dijo. Se armó como un revuelo y supimos que a los pilotos les llegó la información de que ya no se podía aterrizar. Así que cambiaron el rumbo y fuimos a Río Grande (Tierra del Fuego). Fue cuando nos enteramos que habíamos perdido y que la guerra terminó”, señaló.Kuz confesó que mucho tiempo después, supo exactamente lo que había pasado y la angustia que vivieron sus padres. “Es que no nos llegaba ninguna información y a mis padres tampoco. Sólo sabían que había ido a la guerra. Mi padre se levantaba temprano para sintonizar alguna radio que diera datos. Se pasaban llorando esos días. Ahora tengo en mi poder la carta que les escribí el día que subimos al avión cuando todo terminaba y nosotros no lo sabíamos. En la carta sólo les decía que estaba bien. No nos dejaban contar la realidad, controlaban todo, encontré varios párrafos tachados, donde seguramente expresaba alguna queja. Hay algunas cosas que todavía no me sale contarlas”, reconoció.




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