DAMASCO, Siria (Agencias y diarios digitales). El 15 de marzo de 2011, hace ahora cuatro años, cientos de personas salieron a la calle en la localidad siria de Daraa para exigir la liberación de una quincena de estudiantes que habían sido detenidos por realizar pintadas en contra del régimen dictatorial del presidente Bashar al Asad. En plena efervescencia de la llamada “primavera árabe”, la protesta fue la mecha que prendió la llama. Las manifestaciones exigiendo democracia y el fin de la corrupción política y de los abusos a los derechos humanos pronto se extendieron por todo el país. El Gobierno respondió con arrestos masivos, tortura de prisioneros, brutalidad policial, más censura, y, también, algunas concesiones políticas menores. Pero las protestas siguieron creciendo, y el cambio parecía posible. Tal vez más a la manera violenta de Libia que a la manera más o menos “pacífica” de Túnez o Egipto, pero inevitable. La guerra civil que estalló tras aquellas primeras protestas continúa, Al Asad sigue en el poder, y el nivel de destrucción del país hace ya tiempo que rebasó los límites de lo imaginable. La compleja realidad étnica, social y religiosa de Siria, los intereses y apoyos internacionales, y la entrada en el tablero del yihadismo fundamentalista, entre otros factores, estancaron un conflicto cuyas cifras son escalofriantes: más de 210 mil muertos, casi cuatro millones de refugiados, cerca del 80% de la población viviendo en la pobreza.Y además todo el sufrimiento que es imposible cuantificar en datos: familias destrozadas, daños psicológicos, sueños rotos, niños traumatizados. El país está arrasado desde todos los puntos de vista (humano, económico y cultural), las violaciones de los derechos humanos (tanto por las fuerzas del régimen como por grupos de la oposición) son continuas, el frágil tejido social que la mano de hierro de la dictadura había preservado unido durante décadas está hecho trizas, y las perspectivas de que la pesadilla acabe pronto son, siendo optimistas, escasas.Así las cosas, el principal ganador en el conflicto no es otro que el presidente sirio. La expansión de los integristas de Estado Islámico en Siria e Irak alteró por completo la balanza. Para los países occidentales y muchos países árabes que antes exigían su renuncia inmediata, el enemigo número uno no es ya Al Asad, sino el terror yihadista. Nadie lo reconoce abiertamente, pero, tanto en Estados Unidos como en Europa, cada vez son más las señales que indican una aceptación de facto de la permanencia de Al Asad en la presidencia, como primer paso hacia una futura coalición de unidad nacional que pueda incluir tanto al presidente como a la oposición antiyihadista. La propia oposición en el exilio ya no condiciona el diálogo a la renuncia del dirigente sirio, aunque aún confía en que el presidente acabe abandonando el poder.El origen La falta de libertades y el férreo control policial ejercido por el Gobierno sirio sobre una población que había vivido bajo una ley de emergencia desde que el partido Baaz llegó al poder en 1963, fueron los principales detonantes de las protestas iniciadas en 2011, en el marco de la llamada “primavera árabe”. El país, de mayoría suní, pero gobernado desde 1971 por la minoría alauí (una rama del chiísmo), representada ahora por el presidente Al Asad (quien sucedió a su padre a su muerte en 2000), vivió desde el 15 de marzo de 2011 las protestas antigubernamentales más graves de su historia reciente, desde la revuelta suní de los Hermanos Musulmanes en 1982 en Hama, en la que murieron 20 mil de ellos. Ante las críticas de la comunidad internacional, el régimen atribuyó a “grupos terroristas” el origen de las revueltas, al tiempo que aseguró ser objeto de un complot extranjero por su apoyo a grupos opuestos a Estados Unidos, en referencia a la milicia chií libanesa Hezbolá, al palestino Hamas y a sus vínculos con Irán. La represión le supuso a Siria graves sanciones por parte de organismos internacionales y la suspensión de la Liga Árabe en noviembre de 2011.La situación se agravó a comienzos de febrero de 2012 a raíz del asedio a Homs, bombardeada desde el aire en ataques que dejaron centenares de muertos, y, después, en agosto, con las matanzas de Hula, Tremseh y Daraya, donde la oposición denunció el asesinato de más de 300 personas en cinco días, la mayoría civiles. En noviembre de 2012 las fuerzas rebeldes crearon en Doha (Catar) la Coalición Nacional para las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria (CNFROS), que ha sido reconocida por Estados Unidos, Francia, la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), entre otros países y organismos, como único representante del pueblo sirio. Hasta ahora, las mediaciones de los enviados especiales de Naciones Unidas, primero Kofi Annan, quien dimitió ante la imposibilidad de imponer su plan de paz; después el argelino Ladjar Brahimi, que también renunció, y ahora el italiano Staffan de Mistura, no han conseguido detener la represión ni que prospere una resolución para una intervención militar.Las armas químicas En 2011, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, trazó lo que denominó una “línea roja”, cuyo traspaso motivaría la intervención militar estadounidense en el conflicto: el uso de armas químicas contra la población. Tras producirse varias denuncias, en las que el régimen de Al Asad fue acusado de utilizar gas sarín, el 21 de agosto de 2013 cerca de medio millar de personas murieron y miles resultaron heridas en el distrito de Goutha, cercano a Damasco, víctimas de gases químicos. La oposición, así como Estados Unidos y algunos de sus aliados occidentales, atribuyeron el ataque al las fuerzas del Gobierno sirio. El régimen de Al Asad, por su parte, culpó a los rebeldes.Las amenazas de ataque por parte de Washington y Londres que siguieron a lo ocurrido en Goutha acabaron siendo neutralizadas finalmente por la firma de un pacto entre Estados Unidos y Rusia para la destrucción de todo el arsenal químico sirio, calculado en más de mil toneladas. El acuerdo, marcado por los continuos retrasos, pero algunas de cuyas fases ya se han completado, especificaba que ambos países llevarían a cabo una evaluación conjunta del tipo y cantidad de armas químicas que posee Siria; que la eliminación del arsenal quí
;mico debería realizarse “lo antes posible” y “de forma segura”; y que la destrucción de todas las armas químicas debería haberse completado a mediados de 2014, con el apoyo logístico de Naciones Unidas. Estados Unidos anunció en agosto pasado que había completado en alta mar la neutralización del arsenal químico entregado por Siria hasta la fecha. La crisis en cifras• Entre 210 mil y 220 mil muertos. De ellos, se calcula que cerca de 64 mil eran civiles; más de 44 mil, soldados del régimen; 31.300, milicianos leales al Gobierno; 17 mil, funcionarios gubernamentales; unos 35 mil, combatientes rebeldes; 2.400, opositores desertores del ejército; y más de 22.600, combatientes yihadistas.• Más de 840 mil heridos.• 3,8 millones de refugiados.• 7,6 millones de desplazados internos.• Más de 12,2 millones dependen de ayuda humanitaria.• La esperanza de vida se ha reducido de 75,9 años en 2010 a 55,7 años a finales de 2014 (un 27%).• 5,6 millones de niños necesitan ayuda, un 31% más que hace un año. De estos menores, unos dos millones viven sitiados en zonas a las que la ayuda humanitaria no puede acceder por los combates. • 2,6 millones de niños no pueden acudir a la escuela (muchas están destruidas o los padres tienen miedo de que vayan por temor a los ataques).• Las pérdidas económicas totales se calculan en unos 200 mil millones de dólares. • El 80% de la población vive ahora en niveles de pobreza.• Casi tres millones de sirios han perdido sus puestos de trabajo.• El 83% de la luz eléctrica se apagó.• La guerra provocó la destrucción total o serios daños en al menos 290 sitios del patrimonio cultural sirio.





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