POSADAS. “Menos mal que no me pusieron ‘Fiesta Cívica’”, es lo primero que lanza Julio Daviña sobre su nombre y fecha de nacimiento. Es que el hombre que hoy camina sobre los 85, nació el 9 de julio de 1930. Un día patrio tan significativo para él como para otro par de millones de argentinos. Pese a su edad, habla como si fuera un hombre de unos treinta y pico, y sólo se notan vestigios de ese alto número cuando dice que no ve bien, aunque ahora “algo mejor porque me operaron de las cataratas” y escucha un poco menos, “por los tiros”.Es que la vida de don Daviña tuvo todos los condimentos de una bien vivida. Hijo de Adolfo Argentino Daviña y Roberta Maidana, es el mayor de seis hermanos, de los que aún viven tres. Es peronista de pura cepa, “no como estos de ahora”, se lamenta.Creció en Posadas y su historia comienza con un abandono. El de la escuela, es que con quince años la dejó por un amor que lo llevó a las desconocidas tierras bonaerenses. Como la mayoría de los amores adolescentes, no hay mucho más por recordar sobre la chica que lo alejó de su camino de estudiante. “Estaba haciendo el tercer año del Colegio Nacional cuando le dije a papá ‘voy a dejar el colegio y voy a ir a la escuela de Mecánica del Ejército’”. Pero al tiempo la dejó. “Trabajé allá un tiempito y después me vine”. Lo de la chica no prosperó. En ese momento apareció en su vida lo que considera que la encaminó, lo que para muchos era una maldición, para él fue una bendición: la conscripción. “Cuando entré al distrito militar cumplíamos una función muy importante: era la boca de entrada y de salida de los ciudadanos argentinos. La entrada porque era el encargado de hacer todo lo que correspondía con los reconocimientos médicos, lo que era muy importante por la salud de la población argentina de veinte años. Después, una vez que los aprobaban, era quien distribuía las incorporaciones; que se hacían tanto en las unidades de Misiones como de Córdoba o Buenos Aires. Una vez finalizada la conscripción quedaban todos con algún grado. Se hacía una administración general de toda esa población y se ponían a disposición en caso de movilización. Entraban miles y miles de ciudadanos”. Con 20 años, ya estaba dentro de una institución que marcaría su vida y donde un amigo hizo que quedara una vez que terminaron los 365 días establecidos de antemano. “Quedé como voluntario de Primera. Al año rendí nuevamente y ascendí a Cabo, estuve dos años con ese grado. Después, durante tres fui Cabo Primero, cuatro como Sargento, y cinco como Sargento Primero y en el cuarto año de Sargento Ayudante me retiré porque uno ya queda grande. Tenía 42 años”, cuenta entusiasmado. Hoy recuerda esos años con orgullo, porque “una de las cosas que nos quedan del servicio militar es la amistad. Hicieron algo que no quisieron, pero terminaron orgullosos. Toda la gente que hizo la conscripción tiene una forma diferente de ser, porque se ordenaron, aprendieron a cumplir y a dar órdenes. Hoy creo que estamos viendo la falta del servicio militar. Se cometió una injusta decisión con la reserva de la Patria. Tenemos la droga metida en el mundo, los chicos están perdidos porque no tienen esa contención que era el servicio militar. Era la barrera que hacía el cambio”. La vida después del EjércitoCon 42 años y retirado de esa vida “de tiros” que le redujo la audición, se puso a trabajar con sus hermanos en Remata Daviña, la empresa familiar. “Esa también fue una de las causas por las que dejé el Ejército”, recuerda ahora. Igual, toda su vida se la pasó trabajando. “Soy jubilado de la Anses con 30 años de aportes. Entre las cosas que hice están los 23 años con la inmobiliaria y después abrí la mía. Trabajé en la Municipalidad y llegué a ser presidente del Concejo Deliberante. Además soy decano de la Liga Posadeña, estuve 47 años adentro porque siempre me gustó mucho el fútbol. Durante 18 años fui presidente de la Comisión Municipal de Box y además durante siete estuve al frente de la empresa que otorgaba los carnet de conducir para la Municipalidad de Posadas. Sesenta años de mi vida trabajé”. Recuerda a Vallita Rodríguez como el “mimado” de la institución y a Rubén Verdún como los dos boxeadores que siguió por toda la Argentina, la que conoce de punta a punta. No tiene ningún rastro del uniforme que acompañó sus años en el Ejército, “lo regalé”, dice sin remordimientos. Su vida en familiaHoy pasa sus días en su casa, la misma, esa que no cambió ni después de haber entrado en política. Pese a que se mantiene jovial, casi sin señales de los 85 años que ostenta, dice no hacer ejercicios y caminar muy poco. “El auto es más cómodo”, asegura mientras mira el Ford Orion modelo 95 en el garaje de su casa, el mismo que nunca cambió. Vive con su señora y es padre de tres, “varones mellizos y una mujer menor”. Cuenta que los varones tienen 58 años mientras señala una foto en la pared en donde están, aunque reconoce que no sabe cuál es cuál en la vieja imagen en blanco y negro que adorna la pared. “Uno es Licenciado en Genética y Doctor en Ciencias Biológicas y el otro es Agrimensor Nacional. Nuestro deber como padres es encarrilarlos, es el arbolito que estás plantando y que como tutor uno tiene que estar al lado. Los padres debemos pretender que nuestros hijos nos superen ampliamente”. Es abuelo de ocho nietos y bisabuelo de tres, y dice que “hay que disfrutarlos de chicos porque de grande no vienen más. Es la ley de la vida, así como se van los hijos, se van los nietos”. Pero esa historia inconclusa con la que comenzó la suya tuvo su final feliz. A los 75 años terminó esa secundaria que abandonó por correr detrás de un amor. “Tuve que hacer todo de vuelta, pero obtuve mi título de Bachiller a los 75 años, del Sipted. Además, fui abanderado de la bandera Argentina de mi promoción”. Esa misma que flameó bien alto un 9 de Julio, la misma fecha en que nació. La reunión de sus “chicos”Julio fue sargento
primero durante el ingreso de la clase 44, la misma que el pasado 18 y 19 de diciembre festejó 50 años de su conscripción. Entre los jóvenes que llegaban, lo hizo su hermano Andrés Daviña. “Los primeros dos meses uno es duro con ellos, a los seis meses ya pasan a ser hijos nuestros, son muchachos de 20 años. Mi hermano menor Andrés entro en el distrito militar pero allí no era mi hermano, era el soldado Daviña y yo era el Sargento Primero”, recuerda. La reunión el pasado diciembre consistió en una visita al Cementerio La Piedad para acercar una ofrenda floral a aquellos compañeros que ya no están. Luego, se realizó una formación en las instalaciones del Ejército, adonde llegaron hace cincuenta años y, para terminar el fin de semana, hubo una cena en el “Comedor del Soldado”, lugar que les trajo muchos recuerdos. “Hasta hoy tengo la suerte de que por ahí me invitan. Yo los veo grandes, canosos, la mayoría ya son abuelos. Ellos me dicen que estoy igual, y claro… porque estoy viejo hace rato. Esas son cosas lindas que quedan”, se ríe Julio.





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