POSADAS. Cuando Alberto Chávez, a sus 76 años, empuña una guitarra, mucho más que sus manos trabajan sobre ella. También lo hacen las de su abuelo, Sebastián Chávez y las de su papá, Ambrosio. Fueron ellos los que le trasmitieron los conocimientos sobre cómo arreglar una guitarra, cómo hacer que tenga un sonido único y los secretos a la hora de armarla.Fue Sebastián el que trajo esta labor dentro de una valija, mezclada con un poco de ropa y algo de documentos. Llegó a Paraguay en 1878, después de un largo viaje en barco desde España. Se instaló en la ciudad de Luque. Allí conoció a la mujer con la que se casó, paraguaya ella, y tuvieron cinco hijos. Todos debían aprender la profesión. Esta especie de legado era una obligación en casa de don Chávez. Así fue que Ambrosio aprendió todos los detalles de este tradicional instrumento. Aprendió el orden de las cuerdas, el mejor detalle en las hormas para armarlas, la madera más conveniente dependiendo de las manos que iban a tocarla. Después, con el paso del tiempo, también Ambrosio se casó y tuvo hijos. Uno de ellos, Alberto, desde los ocho años andaba metido entre las piernas de su abuelo y su papá, y allí aprendió todo lo que necesitaba saber sobre este instrumento de cuerdas. “Yo los acompañaba. A los ocho años era su secretario, y para los 13 ya había hecho una guitarra bastante buena. En aquel tiempo no eran tan modernas, se hacía todo a mano. Cuando comenzamos, mi papá fue a hablar con una casa de guitarras que había en Asunción. Allí, le mostramos al gerente una que hicimos nosotros. Le gustó tanto que dejó de traerlas de España y las comenzó a comprar en Chávez. Había concertistas a los que les hizo probar las guitarras y a todos les gustaba. No me acuerdo muy bien cómo se llamaba la casa de guitarras, pasaron muchos años”, cuenta don Chávez, acomodado detrás de un escritorio dentro de su “tienda” de guitarras. Allí, rodeado del instrumento que lo hizo conocido, se siente como en casa. “Mi padre y mis tíos comenzaron a comprar todos los artefactos para hacerla, todos aprendieron y trabajaron juntos. Mis tíos y mi papá trabajaban muy bien”, le cuenta a PRIMERA EDICIÓN. “Todo lo que hacíamos nosotros, la casa de guitarras compraba. Luque está a 15 kilómetros de Asunción entonces las llevábamos. Hacíamos guitarras profesionales y para aficionados. Yo a los 18 años ya hacía todo tipo de guitarras. Es más, un día hice una para Heralio Martínez, un músico paraguayo, un gran guitarrista. Mi padre me dijo que vaya a Asunción a llevarla. Me acuerdo que era un edificio y tenía que subir seis pisos. Cuando llegué, él la probó y me felicitó ‘salió bien la guitarra’, me dijo y yo salí de ese lugar chocho, porque yo la había hecho”, cuenta Alberto.La llegada a la tierra coloradaCuando cumplió 17 tuvo que hacer el servicio militar, obligatorio en el vecino país por ese entonces. Cambió guitarras, cuerdas y púas por el traje de combate. 24 meses después le dieron la baja y con 18 años tenía la posibilidad de utilizar el traje para viajar en micro y colectivo sin pagar, durante un mes. “Aproveché esa situación porque yo quería conocer Encarnación, entonces me vine para esta zona”, recuerda ahora sobre este hecho que sucedió en 1959.En Posadas vivía una tía, una pariente suya a la que no conocía. Tenía que idear una manera de llegar hasta Misiones para poder concretar ese encuentro. En momentos como ese salen a flote las mejores condiciones de cada uno: resulta que Alberto era un muy buen jugador de fútbol. Un amigo lo invitó a jugar en la isla Ángela Cañete, es más, le había dicho, “si querés venir, flameá tu pañuelo, yo voy a ir a buscarte”. Así fue como, pasado el mediodía, Alberto extendió su mano con la señal que había pedido el compañero. Este lo fue a buscar en canoa y llegaron hasta Posadas, adonde se bajaron a tomar agua. “Yo miraba Posadas y le dije a mi amigo que iba a tratar de buscar a mi tía. Sólo sabía que vivía cerca de la cancha de Guaraní, me puse a preguntar y así llegué a su casa”.Cuando se encontraron, después de las palabras que acompañan el momento, Alberto sin vueltas le dijo “me quiero quedar acá en Posadas para trabajar”. Su tía, María Benítez, lo miró y le dijo que estaba bien, que se podía quedar. “Me costó encontrar trabajo. Hice de todo, fui ayudante de albañil y todo lo que surgía. No tenía documento argentino en ese momento y la situación era complicada”. En el año 60 abrió una carpintería a la que fue a preguntar si necesitaban ayudantes. “Necesitamos, pero un lustrador”, le respondieron. “Yo era un profesional lustrando si lo hacía desde que era chico. Entonces empecé a trabajar, 18 horas al día me pasaba lustrando, pero mi sueño era seguir con las guitarras”, sostiene. Cuando el destino está escrito, no hay nada que lo pueda borrar. Un día, Adolfo Vallejos acompañado por Calistrato Alvez, ambos músicos e integrantes de orquestas, se acercaron hasta la carpintería. Habían escuchado que se encontraba en la ciudad un descendiente de los Chávez, esos que hacían tan buenas guitarras en el Paraguay. Un día entró Calistrato al local y preguntó al gerente “¿Hay un Chávez por acá?, entonces el Gerente me llamó. Hablamos y me dijo ‘¿Usted es Chávez, el de los que hacen las guitarras?’, le dije que sí y me dijo que tenía muchas guitarras y que necesitaba que las arreglara. Un día después aparecieron sus alumnos con guitarras y así fueron apareciendo cada vez más, así fue que armé la horma para la construcción de guitarras y siguieron viniendo. Desde Buenos Aires se comunicaban conmigo. Como necesitaba más lugar, pude comprar este espacio donde estoy ahora y comencé a hacer guitarras”, comenta Alberto. Era el año 1967. Las guitarras de los famososUna vez que se hizo conocido en el ambiente, no hubo manera de parar la afluencia de músicos en su local. Hasta él llegaron grandes personalidades de la música, incluso muchas de sus foto
s adornan las paredes del local. Siempre, con la guitarra en mano. Jorge Cafrune fue uno de los que llegó a buscar una. “Cuando la probó, me dijo ‘tu guitarra suena mucho mejor que otras’. Tiempo después vino Jorge Cardoso también”, cuenta ahora. Lucas Braulio Areco fue otro de los guitarristas que llegó hasta Pedro Méndez 1979. Una vez que se hizo con una, decía a todo aquel que quiera escucharlo: “yo tengo la mejor guitarra”. Incluso Jorge Cardoso lo invitó a llevar su producción al exterior. Le prometía un futuro lleno de dinero y reconocimiento. “Un día me preguntó si me decidí o no, yo le dije que gracias a Dios vine a la Argentina y me recibieron con los brazos abiertos. No quiero abandonar esta provincia, acá me hice, traje esta profesión de mi abuelo y de mi padre y la gente ya me conoce, tengo clientes que vienen de Buenos Aires, Santa Fe, Rosario, Mendoza, Comodoro Rivadavia, Tierra del Fuego. ‘Me va a disculpar profesor, -así le digo- pero no pienso irme. Me insistió con que sólo iban a ser cuatro años y volvíamos. Lo pensé pero dije no y me quedé”. Hoy, el mundo que se encuentra al entrar a Internet le demuestra que Cardoso tenía razón. Sus guitarras no tienen nada que envidiarle a las de otros lugares. “Quizás hubiese ganado mucha plata, pero no me quejo porque acá tengo trabajo”.“La guitarra tiene muchos secretos”Para contar sobre los secretos del instrumento, se levanta de su escritorio y lleva su caminar pausado hasta un par de guitarras que se encuentran en la pared. Primero toca una, la misma libera un sonido exquisito. Después la deja, y se acerca a la segunda, cuyo sonido es aún mejor. Al lado de los instrumentos, que así ubicados parecen de adorno, se ve un cuadro donde Jorge Cardoso y Lucas Braulio Areco sonríen para la cámara con su guitarra en mano, a su lado, está Alberto. “Yo no soy luthier, lo hago de manera artesanal. Agradezco a Dios y a mis antepasados que me dejaron este oficio”. Es padre de tres varones que “también aprendieron. Incluso ya me superaron a mí. Saben toda la técnica y la construcción. La guitarra tiene secretos, el más importante es ubicar bien las piezas. En la construcción está el asunto y en la mano para hacerlas”. Y Alberto no sólo utiliza las suyas. Cuando trabaja, con él están las de su abuelo y su papá.





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