POSADAS Y SAN ANTONIO. La afirmación de que el Día de la Madre no es sólo un domingo al año es una a la que la mayoría adhiere. Sin embargo, es absolutamente válido el recordatorio en el calendario: para honrar a las que están y a las que ya se han ido. Para agradecer por el trato que nos brindaron, por las toallitas de agua fría en la frente alguna noche de fiebre, por el consejo, muchas veces desoído, en el momento justo. Por los retos que ayudan a enderezar el camino y por todo aquello que nos transformó en esta especie de proyecto de persona, que aprende y se equivoca, que camina y tropieza. PRIMERA EDICIÓN les acerca historias de madres que hicieron, que hacen y que harán todo por sus hijos. Tal es el caso de María Garafa de Dllariva, que vive en la ciudad de San Antonio, en el interior de Misiones, y ha criado a doce hijos, 35 nietos y 15 bisnietos. Vino a la Argentina hace 41 años luego de una fuerte inundación en Santa Catarina, Brasil, donde residía junto a su esposo José y, en ese momento, sus seis hijos. Desembarcaron en la zona rural de San Antonio, donde a pesar de las dificultades vividas permanecieron y allí duplicaron su descendencia. Entre los 20 y los 44 años María tuvo 12 hijos, 9 mujeres y 3 varones, todos en su casa y con la simple ayuda de alguna vecina, en algunas oportunidades sin ni siquiera la presencia del padre. Tiempos difíciles en el despoblado norte, pero dijo María que “todo salió bien porque llevábamos una vida saludable y lo hacíamos con mucho amor”. María superó hace poco una cirugía complicada, pero a pesar de ello mantiene una postura vital y exuda alegría, siempre con una sonrisa y dispuesta a la charla con los vecinos. PRIMERA EDICIÓN dialogó con ella para conocer su fantástica historia.Tiempos difíciles“Cuando llegamos a San Antonio”, relató María, “fue muy difícil, acá mandaban los militares y a los que veníamos de Brasil nos corrían, nos expulsaban. Así que muchas veces tuvimos que escondernos en el monte para evitarlos. Éramos muy pobres y luego de la inundación habíamos venido a probar suerte acá para tratar de ganarnos el sustento de la propia tierra. En esos primeros momentos sólo comíamos mandioca hervida y arroz que nosotros mismos descascarábamos. Nuestra vida fue de mucho trabajo y sacrificio, no había la ayuda que hay hoy, molíamos el maíz para hacer la harina, y nuestra alimentación se basó en lo que plantábamos”.“Mi marido, Jorge, con quien llevamos 51 años juntos, tenía que salir a trabajar y nosotros limpiábamos el monte de alrededor y cultivábamos lo que podíamos, era imposible pensar en ir al hospital, con tantos chicos, sin plata y sin medio de transporte. Así que era natural que los niños nazcan en casa, casi siempre con la asistencia de alguna vecina, que cuando se veía que mi panza ya estaba baja se venía a vivir conmigo por las dudas. Había mucho amor y mucha más solidaridad entre vecinos. Eso fue lo que le enseñamos a nuestros hijos: amor, generosidad, alegría, honestidad, y hoy estoy muy orgullosa de ellos, todos son buena gente”, dice mientras sonríe.“Hoy mi hija mayor tiene 50 años y la menor, 27. Todos nacieron en casa y sin problemas, sanos, eso es porque vivimos una vida saludable y con mucho amor” recalcó. Los hijos crecieron y buscaron sus propias vivencias y es así que algunos volvieron a vivir a Brasil y otros viajaron al sur de la Argentina. Algunos permanecen por la zona y las distancias hicieron difícil volver a juntarse todos.“La última vez que nos juntamos todos fue hace veinte años para el casamiento de uno de mis varones, fue una verdadera alegría, todavía conservo esa imagen en mi memoria”, evocó María. “Ojalá antes de que Dios me llame podamos hacerlo de nuevo junto con mis 35 nietos y mis 15 bisnietos”, cerró.




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