BRASILIA, Brasil (Agencias y diarios digitales). Millones de personas que en la última década elevaron su renta, dispararon el consumo y hoy son mayoría: es la codiciada clase media brasileña, que llega a las elecciones del domingo con su voto dividido entre la gratitud o el cambio.Las vitrinas de un lustroso centro comercial en la periferia de São Paulo brillan para estos nuevos consumidores, que crecieron al alero de políticas sociales y de distribución de renta impulsadas desde 2003 por Luiz Inacio Lula da Silva y continuadas por la presidenta Dilma Rousseff, del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT).Gracias a esto, más de 40 millones de personas salieron de la pobreza y engrosaron las filas de la clase media.Hoy, la denominada “clase C” tiene más de 100 millones de personas, la mitad de la población de Brasil, y es el segmento más disputado por Rousseff y su principal rival para las elecciones generales del 5 de octubre, la ecologista Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño (PSB).“Es impresionante cómo Lula mejoró nuestra vida. Tenemos acceso a más cosas, mucho más poder de compra. Antes, las familias tenían el mismo auto por veinte años; ahora uno de cinco nos parece viejo”, declaró a la AFP Daniel Alves, de 33 años, un trabajador bancario que pasea por el lustroso centro comercial Itaquera.Construido en 2007, el “shopping” da muestra de los sectores que dispararon sus ventas en esta década: tiendas de electrodomésticos, ropa, zapatos y belleza, de joyas, agencias de viajes e inmobiliarias.En este paraíso del crédito todas las tiendas, sin excepción, ofrecen sus productos en innumerables cuotas.Un voto pragmáticoSegún la consultora especializada Data Popular, las familias de la clase C tienen una renta mensual de entre 780 y 1.400 dólares. Y son más de 60% del electorado, de acuerdo a Datafolha.“Es un segmento que tuvo acceso a bienes de consumo y a educación, que mejoró su vida y que ha seguido mejorando hasta por lo menos el inicio del gobierno de Dilma” en 2011, declaró a la AFP Mauro Paulino, director de la encuestadora Datafolha.“Pero ahora ve que esa mejora no continúa y está dividido entre la gratitud a Lula y el deseo de subir otro peldaño. Y esa duda se manifiesta también en el voto”, explica Paulino.La clase media demanda sobre todo más y mejores servicios públicos, en un eco de las masivas protestas callejeras de 2013, que exigían mejor salud, educación o transporte.La dueña de casa Cida Alves, de 46 años y vecina de Itaquera, lo plantea: “Nuestra vida mejoró, claro que sí, pero por ejemplo la salud pública es terrible, nunca hay atención rápida”. Esta mujer, sin embargo, cree que “el PT merece otra oportunidad”.“Yo siempre voté por Lula y el PT, pero en esta elección voy por Marina. Brasil tiene que recuperar el crecimiento y atraer inversiones. Necesita un cambio”, planteó el bancario Daniel Alves.Silva agita la bandera de la renovación política y del crecimiento de la estancada economía, actualmente en recesión y con la inflación al alza. Quiere el voto de aquellos que sienten que peligra la comodidad que lograron en esta década.Por su parte Rousseff asegura que, de no ganar, todo lo avanzado se perderá.“Pero la clase C no tiene un voto ideológico, sino que es muy pragmática. Hay gente mayor que tiene gratitud, pero los más jóvenes no tienen esa memoria histórica, no saben lo que era Brasil antes”, asegura a la AFP Renato Meirelles, presidente de Data Popular.Varios factoresDiversos factores explican el crecimiento de la clase media durante la última década: expansión del empleo formal, ingreso de las mujeres al mundo del trabajo y aumento de la renta familiar.También políticas sociales como Bolsa Familia, con pagos a las familias más pobres a cambio de que sus hijos asistan a la escuela, o el programa de viviendas populares Mi Casa Mi Vida.La clase media, además, no es homogénea y escapa de categorías salariales.“Los padrones de inclusión social son mucho más amplios: por ejemplo, existen familias que por primera vez accedieron a educación superior a través de programas sociales o a vacaciones”, dice Marco Antonio Teixeira, profesor de Ciencia Política de la Fundación Getulio Vargas.Por eso, en esta expansión fue clave el acceso al crédito, que permitió “estirar” el salario. Hoy, sin embargo, con la economía estancada y las familias más endeudadas, esto no parece suficiente para conquistar su voto.DivididoLos brasileños están divididos a días del primer round electoral entre Rousseff, depositaria de doce años de conquistas sociales históricas, y su rival ecologista Silva, apóstol de una “nueva política” en ruptura con los grandes partidos.El próximo domingo, 142,8 millones de electores del gigante emergente de América Latina irán a las urnas para la primera vuelta de las elecciones generales. Deben elegir un presidente, a los 27 gobernadores, a 27 senadores (un tercio de la Cámara alta), al total de la Cámara baja (513 diputados) y a 1.035 diputados estatales entre más de 26.000 candidatos.Atrás quedó la euforia de los años Lula (2003-2010), marcados por la emergencia de una nueva clase media de 40 millones de brasileños y un crecimiento vigoroso estimulado por el consumo.El modelo da señales de agotamiento: la séptima economía mundial crece a ritmo lerdo hace cuatro años, la inflación está en alza, la economía entró en recesión en el primer semestre. Brasil fue sacudido por la revuelta social de junio de 2013, y escándalos de corrupción alimentan un rechazo visceral a las élites políticas. En este clima sombrío, el elector brasileño duda y retiene el aliento para el primer round del combate por la presidencia.De un lado del ring, Rousseff, 66 años. La exguerrillera torturada bajo la dictadura. Una administradora firme, exministra de Energía, full time del Partido de los Trabajadores (PT). La heredera política del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva.Del otro lado, Silva, 56 años, recolectora de caucho alfabetizada en la adolescencia, sindicalista, militante del PT, y luego senadora, ministra de Medio Ambiente de Lula. Una disidente de aspecto frágil, pero con una voluntad de hierro. Un electrón libre de acentos mesiánicos que renunció a convertirse en monja para casarse con la política y unirse a una iglesia evangélica.Aunque Rousseff amplió su ventaja frente a Silva en la primera vuelta, con 13 puntos por delante de su rival según el último sondeo,
en el caso de un ballotage ambas están en empate técnico teniendo en cuenta el margen de error (Rousseff con 47% frente a Silva con 43%).Un eventual triunfo podría hacer que Silva entre doblemente en la historia, como la primera presidenta negra y también como la primera jefa de Estado evangélica de Brasil. Su elección marcaría asimismo la ruptura de veinte años de dominio del PT y del Partido Socialdemócrata (PSDB) del expresidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) en la política brasileña.Digno de un escenario de telenovela, este duelo presidencial no estaba inicialmente en la agenda. Hace unas semanas, el bando presidencial estaba tranquilo. El débil desempeño económico era compensado por un desempleo en mínimos históricos (5%), salarios en alza y una reducción sin precedentes de las desigualdades sociales en doce años de gobierno del PT.Rousseff recuperó gran parte de la popularidad perdida en las masivas manifestaciones de junio de 2013, en las que jóvenes de clase media urbana expresaron su hartazgo del sistema y exigieron educación, salud y transporte público dignos de un país desarrollado. Finalmente, el Mundial-2014 tuvo lugar sin problemas. La reelección parecía cierta frente a los poco conocidos Aecio Neves (PSDB) y Eduardo Campos del Partido Socialista (PSB).Todo cambió el 13 de agosto, con la muerte de Campos en un accidente de avión. La popular Marina Silva, que le acompañaba en la fórmula como vice, lo reemplaza y los sondeos explotan, dándola durante días y días como gran vencedora en un segundo turno frente a Rousseff.Los brasileños la conocen bien. Candidata del minúsculo Partido Verde, hizo sensación al conseguir casi 20% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales de 2010. La ecologista capta votos de los decepcionados del Lulismo, de los evangélicos, de los manifestantes de 2013, de los indignados por la corrupción y por el sistema de alianzas de los grandes partidos. Dice que gobernará “con los mejores”, en ruptura con la “vieja política”. Rechaza la bipolarización PT-PSDB, pero asegura ser el equilibrio entre ambos.“Vamos a recuperar la estabilidad económica del gobierno de Fernando Henrique (…) perdida por el actual gobierno. Y vamos a mantener y profundizar la inclusión social iniciada por el gobierno Lula, hoy amenazado por el de Dilma, a causa del retorno de la inflación, de las tasas de interés elevadas y del débil crecimiento”, prometió. Lanzada contra las cuerdas por “Marina”, “Dilma” reaccionó, devolviendo golpe por golpe. Cuando no pegando por debajo de la cintura, acusando a su contrincante de querer suprimir los programas sociales.Rousseff pone acento sobre todo en el riesgo de una parálisis política si su rival triunfa. “En una democracia, nadie gobierna sin partido”, recordó. “La coalición de Marina Silva tiene hoy 33 diputados. ¿Sabe ella cuántos son necesarios para aprobar un simple proyecto de ley? 129. ¿Y una reforma constitucional? 308. ¿Tiene ella el tacto para negociar?”, preguntó.La contraofensiva pagó. El último sondeo muestra a Rousseff victoriosa en el primer turno sobre Marina Silva. Pero ambas están en empate técnico en un segundo turno el 26 de octubre.





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