SAN VICENTE (Por M. Galeano y N. Maradona). La tarde anterior, Horacio se cruzó con su padre en el centro de San Vicente. Iba encorvado detrás del volante del Peugeot 504 blanco. Estaba solo. Aceleró y se perdió por una de las calles principales. No lo sabía, pero esa fue la última vez que iba a verlo con vida.Al otro día, cerca las 6.30, Edelmiro Tamis (67) apareció muerto a un costado de su automóvil en el kilómetro 973 de la ruta nacional 14, a tres kilómetros de San Vicente. Tenía un disparo en el pecho, un golpe en la parte posterior del cráneo y un corte en una muñeca.Apenas comenzaba a clarear aquel sábado 7 de enero de 2012 cuando Horacio llegó a la escena, después de sospechar que aquel hombre al que habían hallado muerto podía ser su padre, desaparecido desde la noche anterior. Con estupor, comprobó que era así.“Ya pasaron dos años y aún no sé siquiera el calibre del arma que mató a mi papá”, le dice Horacio a PRIMERA EDICIÓN en el hall de su casa. Es que el hecho sigue impune y, según pudo saber, en el expediente no figuran siquiera los resultados de las pruebas balísticas que deberían establecer el arma con el que mataron a su padre. Más de dos años sin respuestasDos años, cuatro meses y veinte días. Ese es el tiempo exacto desde el hecho. Y “si el tiempo que pasa es la verdad que huye”, como dicen los investigadores, parece difícil poder encontrar siquiera sospechosos por el caso Tamis, uno más sin respuestas en Misiones.Edelmiro era jubilado, pero sumaba algunos pocos pesos “a la olla” manejando un automóvil con el que trasladaba a conocidos y vecinos de San Vicente. Era una suerte de remís que todos en la ciudad conocían.El viernes 6 de enero de 2012, Tamis llevó a la que era su pareja hasta un supermercado del centro, sobre avenida Libertador. A eso de las 20, le dijo que tenía que hacer un viaje y que se encontrarían después en casa. No volvió nunca.La Policía lo encontró en la mañana del otro día a un costado de la ruta nacional 14. Estaba tirado a un costado del Peugeot, con un disparo en el corazón, un corte en una muñeca y un golpe en el cráneo.Como siempre, comenzaron a surgir miles de hipótesis. Un ajuste de cuentas, un robo seguido de homicidio, un crimen pasional, una cuestión ligada a su círculo íntimo, etc. Pero todo quedó en eso, en hipótesis. Nunca se supo más nada del hecho. La causa jamás tuvo elementos como para apuntar a alguna teoría. Ni siquiera sospechosos.“Estoy seguro que quien lo mató, lo conocía. O al menos uno de los que estuvo con él esa noche. Él no iba a parar a cualquiera, no te iba a ‘levantar’ si no te conocía”, apunta Horacio, intentando echar luz al misterio.Al respecto, su hijo esboza una teoría. “La que siempre pensé es que pudieron haber sido dos o tres tipos alcoholizados o drogados que se pusieron pesados. Mi viejo era un tipo respetuoso, pero si lo querías boxear, reaccionaba. Medía 1,90. Por eso creo que les dio pelea y pasó lo que pasó”, afirma. Y apoya eso de la resistencia en que Tamis alcanzó a salir del auto o en que había un “lazo” de sangre en la puerta del conductor, como que hubo una sangrienta pelea hasta que finalmente lo mataron.En el Peugeot 504 quedaron marcas que bien podrían haber sido claves para la investigación: un pulgar de sangre marcado en un vidrio, otro en el baúl, algunas pisadas. También en el cuerpo de la víctima, donde quedó alojado el “plomo” del proyectil que lo mató. Sin embargo, a más de dos años nunca se conocieron los resultados de las pericias balísticas.“Hasta ahora ni sé con qué arma le dispararon. Primero habían dicho que fue un calibre .22, un disparo certero al corazón, pero que antes le atravesó uno de los brazos. Por eso, para mí es un calibre más grande, aunque nunca lo sabremos: las pericias con respecto a ese ‘plomo’ que le extrajeron del pecho nunca aparecieron”, dice Horacio.Tras la angustia, golpeó puertas y trató de que la causa avanzara. Pero el tiempo, tirano, terminó por derrumbar una buena parte de sus esperanzas. “Ya pedí todo lo que se podía pedir. Quiero que se resuelva y que se esclarezca la muerte de mi padre. Sé que los procesos son lentos, pero necesitamos una respuesta”, ruega, a la espera quizás de un milagro que permita dar con los autores del crimen.Horacio asegura que muchas veces tuvo ganas de bajar los brazos y cambiar de aire. Dejar atrás San Vicente, la muerte de su padre y la ausencia de respuestas. De vez en cuando, esa idea vuelve a quitarle el sueño. Se pregunta si vale la pena seguir insistiendo, pero al final, no pierde la fe y mantiene la ilusión de que alguna vez los que le quitaron a su padre paguen por lo que hicieron. Sobre el hechoHoracio tiene como principal hipótesis la de un robo, pero llevado adelante por personas que eran conocidas de su padre, ya que asegura que el hombre no subía a cualquier pasajero en su automóvil.Al respecto, asegura que por el carácter de su padre, éste se defendió, opuso resistencia y hasta llegó a bajarse del vehículo, donde finalmente lo mataron.“Puede ser que hayan llegado a ese lugar y que ahí estos tipos le quisieron apurar. Bajaron, le pegaron en la cabeza y ahí aprovecharon y le dispararon”, reflexiona Horacio, aunque también indica que todo podía haber sucedido en la parte de atrás del Peugeot 504, donde también hay manchas de sangre: “También puede ser que lo obligaron a abrir el baúl para ver si tenía algo de valor ahí. Y en ese momento le pegan y lo matan de un disparo”.





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