SAN VICENTE (por Marcelo Galeano y Nicolás Maradona). Una noche de terror. Así fue para Jorge Da Rosa la del 4 de abril de 2013. Tres días antes habían entrado a su propiedad, allá en paraje Tarumá, municipio de San Vicente, donde construía su casa definitiva, con el sudor sacrificado del trabajador rural. Por eso no dudó en acudir cuando una vecina lo llamó para advertirle que había movimientos extraños en su chacra y que una camioneta había ingresado al terreno.Subió al coche de su hermano y recorrió los tres kilómetros que lo separaban del lugar. Se dirigía al infierno, pero no lo sabía. Afortunadamente para él, logró regresar. Lamentablemente, también para él, con secuelas que lo marcaron para toda la vida.Dicen que las desgracias son una concatenación de episodios azarosos y excepcionales, poco probables e increíbles que sucedan, pero que por única ocasión se asocian para desencadenar el caos y muchas veces, la muerte.Tarumá es una picada ubicada a unos quince kilómetros de San Vicente y de por sí es poca la iluminación. Esa noche la desgracia quiso que en todo el municipio no hubiera luz.Da Rosa detuvo la marcha del vehículo y descendió con las luces encendidas. Lo hizo con una linterna y un rifle viejo. De repente, desde el más profundo de los silencios y la oscuridad, escuchó dos estruendos y el estallido de fuego de un arma. Alcanzó a responder con dos disparos al aire. Allí mismo se desató la locura.Da Rosa quedó en medio de un fuego cruzado. Disparaban desde ambos perfiles, de derecha a izquierda y viceversa.El primer impacto de bala lo alcanzó debajo de la rodilla izquierda. Tambaleó pero no se derrumbó. Sin embargo, el segundo fue demoledor. Por el poder de fuego y el efecto devastador, creen que fue un fusil o un arma de calibre parecido, nada más y nada menos.El plomo atravesó el muslo derecho y en su recorrido destrozó el fémur, astillándolo en decenas de partes. El agricultor entonces se desplomó. Aún aturdido, sin entender lo que sucedía, y probablemente pensando en sus minutos finales, percibió que alguien se acercaba. Miró a un costado y reconoció el uniforme. Era un efectivo de Gendarmería Nacional, quien sin escrúpulos lo puso boca abajo de una patada en las costillas.Da Rosa enloqueció. No podía creer la pesadilla que vivía. Comenzó a insultar, a gritar de bronca y dolor mientras le preguntaban dónde estaba el estupefaciente. Le pedían que “dijera la verdad”, que sabían de la transacción que iba a tener lugar en su chacra.No hallaron droga. Era imposible, sencillamente porque no había. El dato, al parecer surgido de un llamado telefónico anónimo, era falso. Habían herido a balazos a un hombre inocente y ahora debían tapar el procedimiento a todas luces ilegal, sin orden de allanamiento, sin identificarse con la voz de “Alto Gendarmería” antes de actuar, es decir, antes de abrir fuego. Y lo peor de todo, sin la más mínima rigurosidad en la investigación, dejándose llevar por una llamada anónima que puso en riesgo la vida de un inocente. Es que recién entonces entendieron que Da Rosa no era un narcotraficante, sino un sacrificado trabajador rural. Y lo habían atravesado a puro plomo.Era imperioso montar la escena, librarse de responsabilidades y culpas. Y los “muchachos de verde” estuvieron a la altura de las expectativas. Rápidos de reflejos, se encargaron de levantar cargos contra Da Rosa por resistencia a la autoridad y portación ilegal de arma de fuego. El sistema se encargó de hacer el resto. El agricultor, al que voltearon a tiros en un procedimiento a todas luces irregular, sin indicios probatorios en su contra y en cuya propiedad irrumpieron sin autorización judicial, quedaba así envuelto en una causa judicial armada para justificar semejante barbaridad de parte de una fuerza de seguridad nacional entrenada, justamente, para proteger a los ciudadanos de actos nefastos como estos y no para perpetrarlos.El despuésNo se sabe cuánto tiempo después, pero la ambulancia y la Policía llegaron a ese paraje paradisíaco de San Vicente. Mientras, Da Rosa se retorcía de dolor por las heridas de bala. A esa altura la pantomima ya estaba montada. Nadie debía hablar, solo representar un procedimiento antidroga. El pobre hombre fue trasladado primero a San Vicente y, debido a la gravedad de las lesiones, posteriormente al hospital Samic de Oberá.Allí permaneció internado con custodia policial, como si en verdad se tratara de un delincuente, de un narcotraficante de extremo peligro. La escena estaba montada y los gendarmes podían regresar tranquilos a casa.El hermetismo en torno al caso adquirió el rango de secreto de estado para que no saltara a la luz ni llegara a la opinión pública. Y claro, en ocasiones la basura se esconde debajo del felpudo.Pero semejante barbaridad no puede permanecer en la oscuridad, tarde o temprano trasciende. Eso es lo que no comprenden las autoridades. Y cobró notoriedad por las consecuencias nefastas para la víctima.Jorge Da Rosa tiene 38 años y quedó, a causa de los proyectiles que atravesaron sus piernas, imposibilitado de volver a trabajar en la chacra. La pierna derecha, que terminó con el fémur partido en decenas de pedazos, justamente por ese motivo quedó notoriamente más corta que la izquierda.Da Rosa cojea para uno y otro lado. En días de frío, el dolor de hueso es insoportable Es casi imposible que vuelva a manejar una yunta de bueyes como en otros tiempos.Mientras tanto, debe pensar en la manera de sustentar a los suyos. Literalmente, le arruinaron la vida y es de esperar que la Justicia actúe en consecuencia condenando a los que atentaron contra su vida.Lo peor que puede suceder, para Da Rosa pero también para la sociedad, es que todo termine en la nada. Es justo que este hombre sea resarcido de todas las maneras que la Justicia juzgue posible. “¿Resistirme? ¿De qué?” Jorge Da Rosa pasó por un infierno y por fortuna, regresó. Pero la pesadilla continúa. Pese a que GN invadió su propiedad sin orden de allanamiento, de que abrió fuego sin identificarse y de que las heridas que sufrió dejaron secuelas eternas en su cuerpo, ahora debe afrontar una causa judicial en su contra: resistencia a la autoridad y tenencia ilegal de arma de fuego.Resulta contradictorio que puedan acusarlo de resistirse cuando nadie se identificó o gritó “Alto Gendarmería”. Sencillamente abrieron fuego, sin mayores contratiempos.En cuanto al arma de fuego, si bien no hay estadísticas, la mayoría de los colonos tiene una, por seguridad, no sólo contra los delincuentes sino por los animales peligrosos que merodean la zona.&
ldquo;Ahora tengo una causa en contra porque ellos dicen que me resistí. ¿Resistir de qué?, ¿en contra de Gendarmería? No me imagino lo que es pelear con ellos. Además ¿con qué, con un arma vieja que apenas funciona?”, se preguntó casi con ironía.Y concluyó: “No sabía que eran de Gendarmería, nunca me lo dijeron ni se dieron a conocer” . El hombre que quedó sin trabajo“Me tuvieron que sacar un poco de hueso de la cadera para injertarlo en la pierna derecha. Y todo eso tuve que pagar de mi bolsillo. La única que me ayudó fue la obra social de la APTM”, en alusión a la Asociación de Plantadores de Tabaco de Misiones, manifestó Da Rosa en una entrevista con PRIMERA EDICIÓN, en su chacra del paraje Tarumá, jurisdicción de San Vicente.Debido a las lesiones por arma de fuego, no podrá volver a realizar las tareas que antes hacía en su propiedad.“Voy a tener que elegir otro trabajo para hacer, fuera de la chacra, porque ya no puedo. Hacer trabajo forzado es imposible en mis condiciones”, añadió con un dejo de resignación.Da Rosa relató que el “dolor es insoportable en días de frío. No se lo deseo a nadie”, detalló.Este hombre, de 38 años, nació y creció en el paraje Tarumá. Aprendió el oficio de plantar tabaco de su padre.“Nací en esta Picada y conozco piedra por piedra. Tengo tres hijos pequeños. El más grande tiene 13 años. Acá planto tabaco y yerba. Estábamos bien, pero por lo que me pasó debí vender muchas cosas que tenía, para poder pagar el tratamiento y vivir. Entre otras, me desprendí de un camión Ford 400, una yunta de buey, vacas y hasta yerba adelantada”.La abogada Rosa Gladis Fontana anticipó que reiterará el pedido de reconstrucción, en el marco de una causa que aún no inició la investigación sólida contra los seis integrantes de Gendarmería Nacional. Siete pistolas y un FAL secuestradosJorge Da Rosa contó a PRIMERA EDICIÓN que jamás se supo el calibre del arma que impactó en el muslo de su pierna derecha y que le destrozó el fémur.Por el poder de fuego y el efecto demoledor del impacto, se presupone que se trató de un FAL.Justamente, de acuerdo con lo revelado por fuentes de la pesquisa, aquella noche del 4 de abril de 2013 se procedió al secuestro de siete pistolas nueve milímetros y un fusil automático liviano.Curiosamente, los investigadores no efectuaron las pericias respectivas en tiempo y forma. Luego fue tarde e imposible determinar qué arma partió en dos el fémur de la pierna derecha.La omisión -se cree- no fue casual. Si Da Rosa moría, iba a ser difícil determinar quién fue el homicida.El agricultor, después de caer bajo una lluvia de proyectiles, fue trasladado en ambulancia hasta el hospital de San Vicente.En el camino fue acompañado por un par de policías que lo reconocieron como la persona que, tres días antes, había denunciado el robo de distintos elementos de su domicilio en Picada Tarumá.Por la gravedad de la lesión, Da Rosa fue derivado al hospital Samic de Oberá. “Me llevaron a Oberá, pero muy mal, como si fuera un asesino o un bandido. Me trataron como un delincuente. Ahí, en el hospital, había custodia para mí. Y yo les dije ‘que se vaya esa gente a hacer otra cosa por ahí, que no se quede cuidándome’”, recordó el agricultor en la entrevista mantenida con este diario.El disparo de FAL fue el más destructivo. “El disparo en la pierna derecha trozó el hueso y tengo clavos en todo el fémur. Esa pierna me quedó más corta que la otra; me dejó rengo. Voy a quedar así para siempre, aunque espero mejorar. El otro disparo entró por la carne y quebró el hueso, pero sanó porque no se astilló. Soldó solo”, agregó.La causa está radicada en el Juzgado de Instrucción 3 de San Vicente, a cargo del juez Demetrio Antonio Cuenca.





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