“Estoy muy emocionada, porque conocí personalmente a Juan Pablo II”, confesó la argentina Fernanda de Diego, quien viajó para asistir a una jornada histórica, que se recordará como el “día de los cuatro papas”. Se escuchaban todas la lenguas del mundo, pero sobre todo el polaco. Numerosísimos los polacos llegados a la capital italiana para asistir a la canonización de su compatriota Karol Wojtyla, que ha sido proclamado santo en uno de los procesos de canonización más rápidos de la historia de la Iglesia, a sólo nueve años de su muerte el 2 de abril de 2005. Todo gracias a que su sucesor, Benedicto XVI, que decidió hacer con él una excepción y dispensarle de la obligación de esperar cinco años desde su fallecimiento para abrir su proceso de canonización.Asisten también representantes de todas las religiones, entre ellos una importante delegación judía, para rendir homenaje a dos papas muy diferentes pero que lucharon contra los prejuicios hacia los hebreos.Banderas de Argentina, de Brasil, circulan entre la muchedumbre, mientras dos tapices gigantes con las imágenes de los futuros santos fueron colgadas en la fachada de la basílica de San Pedro.La plaza fue adornada con 30.000 rosas rojas, amarillas y blancas donadas por Ecuador, cuyo presidente, Rafael Correa, asistió a la ceremonia.Las celebraciones se iniciaron el sábado con una “noche blanca” de oraciones en quince iglesias del casco histórico de Roma. Un dispositivo especial para alojar, transportar y atender a los cientos de católicos de Europa fue decidido por las autoridades de la capital italiana para gestionar el difícil tráfico de automóviles y personas. En total, 19 pantallas gigantes fueron instaladas en toda la ciudad además de la Plaza de San Pedro, así como en lugares claves, entre ellos Plaza del Pueblo y el Foro Imperial. Santas reliquias Después de la proclamación, las reliquias de los nuevos santos fueron colocadas junto al altar mayor. La de Juan XXIII -un trozo de piel extraído en 2001 durante la exhumación para su beatificación- fue llevada por sus familiares y la de Juan Pablo II -una ampolla de sangre- por Floribeth Mora, la mujer costarricense de 51 años cuya curación de un aneurisma cerebral fue considerado el segundo milagro del Papa polaco.La primera lectura estuvo a cargo de Floribeth, que cubría su cabeza con un velo negro. La costarricense padecía de un severo aneurisma cerebral por el que le habían dado un mes de vida. Desahuciada, la mujer le rogó a Juan Pablo II que la salvara y, según comprobaron médicos y la Iglesia, el Papa hizo el milagro y la salvó. Tres años después de su curación, aun se pregunta por qué fue ella la elegida.“No sé por qué Dios me eligió a mí entre tantas personas, no sé por qué Juan Pablo II me curó, pero le estoy muy agradecida y ahora mi cometido es llevar a todos los confines del mundo mi testimonio de vida para mostrar la existencia de Dios”, dijo Mora días atrás.La costarricense llegó a Roma, junto a su marido, Edwin, y dos de sus cinco hijos, Edwin y Keynner. Su historia es la de una mujer que fue sanada, cuenta, de una lesión incurable por intervención de Wojtyla, “un milagro”, recuerda, que fue certificado por el Vaticano.





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