OBERÁ. Acevedo se sentía “motivado”, eufórico. El vino barato y una caja de clonazepam resultaron una fórmula explosiva para él. “Vamos a hacer una movida”, le habría dicho al pibe de 16 años que consumía a su lado. Y salieron disparados hacia la vivienda de Victorio Leiva Ortiz (52).Para Acevedo era un juego de niños. Leiva, al que iban a robar, era sordo y no escucharía nada.Pero por alguna razón, que el dueño de casa se llevó a la tumba, se levantó. Esa acción le costó la vida.El joven, de 20 años, comenzó a golpearlo hasta que perdió el sentido. Quizás, Leiva aún agonizaba cuando los asaltantes abandonaron la propiedad, pero el desenlace sería el mismo.En otro sector, el adolescente juntaba las pocas cosas de valor que tenía la víctima.Ambos se aprestaban a abandonar la casa cuando Acevedo escuchó un ronquido, el ruido apenas perceptible de algo que se movía. El sonido provenía de la cocina.Entonces avanzó cuidadosamente hacia ese sector, como si pisara sobre los restos de una vidriera recién destrozada.Allí vio a un hombre tendido en el piso. Dormía como un rinoceronte. Un fuerte efluvio a alcohol parecía contaminar el ambiente.Podía haber escapado, pero a esa altura de las circunstancias estaba fuera de control.Entonces tomó un cuchillo y sin que le temblara el pulso, atacó al hombre que no volvería a despertar. Se llamaba José Mario Suárez, tenía 39 años y se convirtió en la segunda víctima de un episodio sangriento.Acevedo y el adolescente escaparon y a los pocos metros ofrecieron el televisor y la garrafa de diez kilos que robaron.Cuando se supo del doble homicidio, la Policía se entrevistó con los vecinos y estos brindaron la identidad de las personas que pretendían vender las cosas de Leiva.Fueron condenados por homicidio agravado criminis causa; y homicidio agravado por alevosía, en relación con el crimen de Suárez. “Vino con una caja de clonazepam”El testimonio del adolescente que fue cómplice de Acevedo resultó clave para cerrar la investigación en torno a este hombre como autor del doble homicidio.A continuación se reproduce una parte del mismo, que deja en claro cómo actúa el alcohol, los psicofármacos y otras sustancias alteradoras de la psiquis en personas que, quizás en otras circunstancias, no cometan semejante atrocidad. “Me fui con Tuti (por el condenado Acevedo) y él me dijo para hacer una movida. En ese momento tomábamos vino y lo mezclamos con una caja de clonazepam. Me dijo para ir a robar a la casa de Leiva. Fuimos por atrás. Tuti me dijo ‘ahí adentro está el tipo, pero no te preocupes porque es sordo’. Él fue por delante, le dio una patada a la puerta y entró. En eso Leiva se levantó y Tuti le empezó a pegar con un palo. A mí me dijo que no me preocupara, que comenzara a sacar las cosas. Saqué una tele y una garrafa. Cuando vuelvo, Tuti me dijo ‘maté a uno’. Salieron de la vivienda y comenzaron a ofrecer el televisor y la garrafa a los mismos vecinos del barrio donde ocurrió el doble crimen. “La gente me acusa sólo porque no me quiere” OBERÁ. “No tengo nada que ver con la causa. La gente me acusa porque no me quiere”, expresó Andrés Tomás Acevedo con una frialdad que pasmaba la espalda, como si no terminara de comprender lo que había cometido.El detenido formuló esas expresiones ante el Juzgado de Instrucción 1 de Oberá, a cargo de la magistrada Alba Kunzmann de Gauchat, poco después de su detención por los crímenes de Victorio Leiva Ortiz (52) y José Mario Suárez (39).Después de perpetrado el doble homicidio, Acevedo y su cómplice se dieron a la fuga con un televisor, un DVD y otros elementos que ocultaron en un malezal cercano al escenario del hecho, a la altura del Kilómetro Cero de la ruta provincial 5, en proximidades del acceso a Oberá. Pero estaban tan obnubilados que no se preocuparon en asegurar su impunidad. Tomaron el televisor y la garrafa y caminaron los alrededores ofreciendo los productos a la venta.Cuando los crímenes trascendieron y se desató la investigación, los policías se entrevistaron con los vecinos y accedieron a la identidad de aquellas personas.A partir de ese momento, la captura de Acevedo y su “cuate” era cuestión de tiempo.Acevedo iba a ser juzgado en audiencias de debate oral y público en el Tribunal Penal 1 de Oberá, pero confesó su responsabilidad en ambos hechos para acceder a un juicio abreviado.Quizás su mente no le permitiría el suplicio de recordar cada detalle de semejante atrocidad cuando los efectos del alcohol y el clonazepam ya no atenuan el cargo de conciencia.Por eso, tal vez, dio su consentimiento para acordar una sentencia a perpetuidad.Acevedo fue condenado por los delitos de “homicidio agravado y criminis causa (asesinó a Leiva para ocultar el robo) y homicidio calificado por alevosía (en el caso del crimen de José Mario Suárez)”.La condena fue homologada por el Tribunal Penal 1 de Oberá, conformado por los jueces José Pablo Rivero, Francisco Clavelino Aguirre y Lilia Avendaño.





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