POSADAS. Un encendedor de plástico y una caja con diez cigarrillos de origen paraguayo. No más de veinte pesos al valor actual. El muchacho de ojos turbios buscaba dinero pero tuvo que conformarse, aunque no dejó pasar la “ofensa” y apuñaló tres veces en el pecho al hombre que acababa de robar.Uno de los cuchillazos dio en el corazón de Enrique Bernardino Ayala (51), que ni siquiera intentó resistirse. Trató de regresar a casa y pedir auxilio, pero no lo logró. Ese esfuerzo quedó marcado en el tendedero de sangre que dejó a lo largo de unos veinte metros.El crimen causó conmoción y, a poco más de un año y medio, finalmente llegó a juicio. El debate oral y público debía desarrollarse la semana pasada, pero a último momento Jonathan Ramírez (22) decidió confesar el homicidio y aceptó una condena de trece años de prisión.Así lo pudo saber PRIMERA EDICIÓN en base a sus fuentes, quienes contaron que el acusado firmó el acuerdo al que arribó la defensa con la letrada Mabel Picazo, representante del Ministerio Público Fiscal ante el Tribunal Penal 1 de Posadas, donde debía desarrollarse el juicio.“Homicidio en ocasión de robo”. Esa era la carátula por la que Ramírez debía responder desde el banquillo de los acusados, con altas probabilidades de recibir una durísima condena. Fue entonces que por consejo de la defensa aceptó el acuerdo y confesó haber ultimado a Ayala en medio de una madrugada de desenfreno (ver “Drogas y delincuencia, cóctel para un crimen”).Así las cosas, Ramírez permanecerá tras las rejas en la Unidad Penal VI del Servicio Penitenciario Provincial, el Instituto de Encausados y Procesados, hasta que la condena quede firme. Una vez en esa instancia, podría ser trasladado a la cárcel de Loreto.Con la firma del juicio abreviado, el joven changarín aceptó haberle quitado la vida a Ayala en medio de lo que fue una “salidera” frustrada.La víctima despertó temprano aquel miércoles 1 de agosto de 2012 y caminó los 50 metros que separaban el lugar donde vivía del cajero automático emplazado en una gasolinera de Tambor de Tacuarí y Aguado, hacia el oeste posadeño.Ayala tenía la intención de cobrar su jubilación y seguir camino rumbo al centro de la ciudad. Sin embargo, como aún no le habían acreditado el dinero en su cuenta, salió decidido a caminar. Eran las 5.30 y, desde lejos, la escena era seguida por Ramírez y un adolescente de 17 años con el que había compartido la madrugada en las inmediaciones. El joven pensó que el jubilado había cobrado y, decidido, fue a interceptarlo.Lo cruzó frente a la Escuela Provincial 219 y le exigió el dinero. Ayala le dijo que no tenía nada, pero el joven no creyó sus palabras y lo atacó de tres puñaladas en el pecho. Una se le clavó en el corazón. Intentó regresar por ayuda, pero ya era demasiado tarde: cayó sobre Aguado, a 50 metros de su casa, donde minutos después la Policía lo encontró muerto.Ramírez y el menor escaparon rumbo al norte con el encendedor y los cigarrillos, lo único que encontraron en los bolsillos de la víctima. Aunque aún alterados por las drogas, comprendieron recién entonces que el jubilado no mentía. Drogas y delincuencia, cóctel para un crimenHoras después del crimen, al día siguiente, la Policía detuvo a Ramírez en la casa de sus padres, sobre avenida Aguado casi Urquiza, a unas diez cuadras de la escena.Durante la indagatoria, “Jonhy” le confesó al magistrado Fernando Verón, al frente del Juzgado de Instrucción 3 de Posadas, que había sido parte de la “salidera”. Sin embargo, apuntó contra el adolescente que lo acompañaba por el asesinato de Ayala.Ante la Justicia, Ramírez también contó que todo fue el final de una madrugada en la que había compartido alcohol y hasta cocaína junto a conocidos del barrio en una casa de las inmediaciones. Minutos después de las 5 salió junto al menor a “hacer de las suyas”. Y cuando vieron al jubilado en el cajero, no lo dudaron: “Vamos a apurarlo a ese”, aseguraron haber dicho.Aunque intentó desligarse del crimen, el testimonio del menor y de una testigo clave acorraló a Ramírez, que terminó encerrado ante las pericias genéticas realizadas sobre un cuchillo secuestrado en su vivienda. Era nada más y nada menos que el arma homicida. Ante la contundencia de testimonios y pruebas, finalmente decidió confesarlo todo.





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