POSADAS. ¿Por qué revisar la historia triste de la Argentina? ¿Para qué seguir insistiendo en revisar qué pasó, los desaparecidos, las torturas, los responsables? “Hay que bajar la persiana y mirar para adelante, dejarse de hablar de la Dictadura (1976-1983)”, sentencian algunos. Pero ¿cómo es posible dar la espalda a hechos que forman parte de la identidad nacional? ¿Cómo es posible olvidar esos hechos cuando sus protagonistas siguen vivos, y por supuesto, marcados por estos momentos históricos?Elsa Rodas, enfermera posadeña, guarda en su memoria relatos de su experiencia en torno a la Guerra de Malvinas: atendiendo y curando a los soldados quemados -entre ellos, los que viajaban en el crucero General Belgrano, hundido por los ingleses- en el Hospital Naval de Puerto Belgrano (HNPB), al sur de Buenos Aires.Allí trabajó durante los 74 días que duró el conflicto y varios meses más. “Para nosotros la guerra no terminó el 14 de junio (de 1982) cuando se firmó la rendición, porque nuestro trabajo siguió hasta octubre de ese año, cuando se fue de alta el último herido”, señaló a PRIMERA EDICIÓN durante una cálida entrevista en su casa del barrio Hermoso, su hogar natal, al que volvió hace tres años.Además de dedicarse a tareas solidarias en el grupo “Proyectos para la Ciudad” (desde 2012), forma parte de la Fundación Malvinas junto a veteranos y otros “malvineros”, como se denomina a cualquier persona que se interese por defender la soberanía de Malvinas. En este marco, Elsa brinda charlas en escuelas, empresas y otras organizaciones sobre la historia en torno a las islas. Paralelamente, en febrero de 2013 inició junto a los “malvineros” una peregrinación provincia por provincia llevando la imagen de la virgen que será entronizada en Ushuaia, “la capital de las Malvinas”. A Elsa le fue asignada la noble tarea de llevar la Virgen de Luján a estas islas, viaje que concretará en pocos meses. “Estoy preparando una bandera que dice: ‘Las Malvinas fueron, son y serán argentinas’ y me voy a sacar una foto con ella allá en las islas”, señaló.Un destinoElsa es la segunda de ocho hermanos. Se recibió en la Escuela de Enfermería de Posadas. Como no se conseguía trabajo en la zona, optó por incorporarse a las Fuerzas Armadas como personal civil. Llegó entonces al Hospital Naval de Puerto Belgrano (a unos 1.500 kilómetros de las Malvinas) en 1980. “En febrero de 1982 empezamos a notar que el personal militar que trabajaba con nosotros no estaba viniendo, pero no podíamos saber qué pasaba porque la información se mantenía a puertas cerradas. Circulaba un rumor de que algo estaba pasando”, recordó Elsa. “A mediados de marzo del ‘82, nos avisan que había un conflicto en el sur y que posiblemente nuestro hospital iba a ser de apoyo logístico, así que tendríamos que estar afiladísimos con los procedimientos quirúrgicos, curar heridas, quebraduras”, agregó. La sensación de ese momento la resumió en una sola palabra: incertidumbre. “De Malvinas sabíamos muy poco, no entendíamos por qué una guerra, qué significaría a nivel atención médica”, dijo. Fue así que comenzaron a practicar entre las colegas enfermeras, repasar los protocolos, tipos de heridas, preparar los insumos, etcétera. En ese entonces, Elsa trabajaba en el sector prequirúrgico de los conscriptos. “Nos dijeron que nos separáramos en equipos para los diferentes tipos de heridas. Hablaban de complicaciones de quemados, heridos de arma de fuego, heridos de pólvora, heridos de arma blanca, etcétera. Yo elegí quemados, y muchos enfermeros vinieron a esa sección. No nos imaginábamos que pudiera haber muchos heridos quemados en una guerra”, dijo.A los pocos días del desembarco de tropas argentinas en Malvinas, el 2 de abril de 1982, se enteran de que el cabo enfermero Fernando Urbina, que trabajaba con ellos en el HNPB, había sido herido en combate. Fue al intentar defender al comandante de infantería Pedro Giachino, el primer caído en Malvinas. “Fernando llegó con el abdomen abierto. Lo esperábamos todos en el hospital. Giachino fue trasladado directamente a la morgue”, recordó Elsa. Era un punto de quiebre. A partir de ese momento la situación se comenzó a complicar y comenzaron a llegar decenas y decenas de heridos de gravedad. No obstante, a Quemados, todavía nada. El hundimiento del Belgrano“Nos enteramos del hundimiento del (crucero) Belgrano (el 2 de mayo de 1982) y pensé: Todavía no vamos a tener pacientes. Pero me equivocaba”, dijo. Al hundirse el Belgrano, se prendieron fuego las salas de máquinas y siguió ardiendo el combustible que flotaba en el mar. “Los soldados nadaban en ese mar de fuego y frío, estuvieron a la deriva mucho tiempo. Lograron subir a las balsas, fueron rescatados y trasladados en helicóptero al hospital”, recordó. “¡Ahí vi por primera vez lo que era un quemado!”, resaltó. “Llegaban los soldados en helicóptero, con la piel colgando. Los camilleros los traían al centro de quemados y lo primero que le hacíamos era una toiré quirúrgica para sacarle toda la piel quemada, restos de ropa, petróleo. Todo bajo anestesia general, porque es un procedimiento muy doloroso”, recordó.Así trabajaban paciente por paciente. Al terminar la desinfección, iban a la sala de internación. “Estaban vendados de pie a cabeza, apenas los ojos y la boca quedaban sin vendar. Les suministrábamos grandes cantidades de suero, albúmina y sangre. Y tenían alimentación nasogástrica”, agregó con la satisfacción de poder afirmar que “todos los soldados que llegaron a nosotros salieron con los borcegos puestos”, es decir, vivos. Trabajaban 24 horas de guardia y 12 de descanso, pero en esos momentos ayudaban voluntariamente a colegas en otros sectores. Prácticamente no se tomaron franco en los meses que duró la guerra.Dar la vida por la patriaEran soldados de entre 20 y 30 años. “Para mí fue una experiencia que jamás en la vida me voy a olvidar. Los jóvenes que atendí querían sanar rápido para volver a Malvinas y seguir peleando. Yo no vi ni un chico, vi hombres que lo que hicieron fue ofrendar su vida, lo más valioso que Dios nos dio, para defender nuestra patria”, remarcó. “Hasta el d&iacut
e;a de hoy los veteranos sostienen que se perdió una batalla, pero no se entregó la soberanía de las Malvinas. Y ellos afirman que volverían a las islas, pero nunca más a través de la guerra, porque en la guerra nadie gana, todos perdemos, tanto ellos (los ingleses) como nosotros, todos perdemos: pierden un padre, un marido, un hermano, es muy doloroso. Por eso estamos muy firmes, con la convicción de que se recuperarán las islas pero por la vía diplomática”, recalcó.Con la bendición del Papa Francisco Hace algunos meses, los padres de los caídos en Malvinas llegaron al cementerio Darwin, en la Isla Soledad, donde están sepultados 237 soldados argentinos, y se encontraron con que la imagen de la Virgen de Luján, patrona de la Argentina, está mutilada. “Con mucha pena, estos padres decidieron conseguir otra imagen de la virgen. Pero no la entronizarán en Malvinas, sino en Ushuaia, que es la capital de Malvinas, porque la provincia de Ushuaia abarca la Antártida e Islas del Atlántico Sur”, indicó Elsa.Fue así que el 8 de diciembre de 2012, la Basílica de Luján entregó una imagen a los padres de los caídos. Previo a entronizarla, ellos decidieron peregrinar con esta imagen bajo la advocación de Nuestra Señora de las Malvinas por todo el país. “En febrero de 2013 comenzó la peregrinación en La Quiaca -norte de Jujuy- y se recorrieron catorce provincias del nordeste, noroeste y centro, por tierra, aire y mar”, explicó.“Cuando estábamos en Salta, el Papa Francisco nos llamó, enterado de la comisión de peregrinos. Él dijo que quería bautizar a la virgen antes de que la lleváramos a Malvinas. Entonces dio la audiencia para el 19 de marzo pasado. Los veteranos y familiares fueron al Vaticano y el Papa bautizó la imagen”, dijo. Además, esta comisión le acercó un pedido de que el cementerio Darwin sea Santuario de la Virgen de Luján.Ir a Malvinas 32 años después“Me toca llevar la virgen a Malvinas”, anunció Elsa. Esa misión le fue encomendada por los veteranos porque “ellos no quieren ir todavía, porque para poder ingresar hay que hacer sellar el pasaporte, signo claro de que uno está entrando a otro país, cosa que los veteranos no pueden ni quieren asumir. Yo lo asumo como una misión y la voy a cumplir, voy a recorrer todos los lugares, a honrar a nuestros héroes. Y estoy preparando un cartel que dice ‘Las Malvinas fueron, son y serán argentinas’, y con él me sacaré una foto estando allá”, resaltó. Aún no hay fecha fija ya que todo depende de la peregrinación por las provincias.Cerrando heridas“Para el personal de salud, la guerra terminó cuando el último paciente se fue de alta, en septiembre u octubre del 82”, recalcó Elsa. Pasaron 31 años hasta que la vida como “malvinera” la vinculó con uno de los soldados a los que curó. “Como toda enfermera, busqué a mis pacientes, quería saber cómo estaban, si habían podido formar una familia, pero no se dio la oportunidad”, dijo. “Estábamos peregrinando con la Virgen en Chilecito (La Rioja) y tuvimos un agasajo en el centro de excombatientes. Cada uno contó su experiencia, a mi turno me presenté como enfermera en quemados del Belgrano”, recordó. Luego le tocó el turno a un veterano. “El hombre empieza a hablar y se empezó a desprender al camisa, se pone de espaldas y ahí estaba la marca de lo quemado. Y él dice ‘por fin le puedo ver la cara a la persona que estuvo al lado mío y de mis compañeros’, porque nosotros trabajábamos con gorro y barbijo, todos cubiertos”, relató emocionada. “Yo me largué a llorar, todos los presentes lloraban de emoción, porque fue la primera vez en 31 años que podía saber de la vida de uno de los soldados que curé. La esposa se acercó a mí y me agradeció, dice que sentían que estaba en deuda conmigo, pero yo no siento así. Enseguida contactó a otros que también fueron pacientes y que también se acercaron a saludarnos. Fue muy emotivo”, recordó.“El único reconocimiento que tengo es uno que llevo en el corazón: los soldados que llegaron con la piel colgando se fueron con los borcegos puestos. Es un honor haber estado trabajando allí”, finalizó Elsa. Salir a “malvinizar”“Luego de la guerra, decidí entregar mi vida por la causa Malvinas, seguir adelante tratando de hacer algo. Me reuní con otros veteranos del país para acompañarlos, hablar mucho, para que se puedan desahogar, superar el abandono, la condena social que se dio muchas veces”, señala Elsa.Así se creó la fundación Malvinas en Ushuaia, que integra Alejandro Vet, veterano de guerra argentino nacido en Malvinas que siempre fue considerado como ciudadano de segunda. “Él es nuestro representante en Naciones Unidas, es el peticionario y Cancillería lo convoca todos los años”, indicó.El objetivo de la fundación es salir al país a “malvinizar”. ¿Qué significa este término? “Malvinizar implica dar charlas en colegios, universidades, fuerzas vivas donde contamos los argumentos por los cuales nuestro país sostiene que las Malvinas son argentinas y no británicas. Hay argumentos históricos, jurídicos y geográficos. Mientras que Gran Bretaña tiene un solo relato que no se puede siquiera llamar argumento: ‘las islas son mías porque las tomé a la fuerza’”, explicó.





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