POSADAS. Pablito (4) juega en la plaza San Martín de esta ciudad. A sus ojos, las hamacas, la calesita y el tobogán que integran la plaza son como Disneylandia. A cada paso se le presenta un nuevo desafío y la posibilidad de compartir con ocasionales “amigos” que conoce en el momento. Mientras está inmerso en ese planeta de juegos y experimentación con todo su cuerpo, se acerca su madre. “Pablo, vamos ya”, le dice con tono de hartazgo. La primera reacción del niño es agarrarse fuerte del hierro de la hamaca. Una angustia le corre por dentro. “No mamá, un ratito más”, implora. Su madre, corta de paciencia porque tiene que ir a hacer muchas cosas en el centro -pero no se lo ha hecho saber a su hijo para lograr que colabore con ella acompañándolo de buena gana- hace un ademán de darse vuelta e irse: “Bueno, te quedás solo. Yo me voy”, le dice. Pablo, asustado, corre tras su mamá que camina victoriosa por haber logrado que el niño la siga. Pero esta amenaza de abandono que genera miedo no es para imitar, porque puede ser muy frustrante. Para muestra basta ver los ojos de Pablito, llenos de lágrimas, porque si era por él seguía jugando con sus amigos, de los que no llegó a despedirse por su estrepitosa partida. Si pudiera poner en palabras esa sensación de angustia, seguramente le diría a su madre: “¿Por qué tuvimos que irnos tan rápido? ¿Porqué no puedo seguir jugando?”. Y aquí el ideal hubiera sido que la madre, sin esperar esas preguntas, le diera una cariñosa y sencilla explicación a su hijo: “Tenemos que irnos a hacer unas compras y pagar unas cuentas. ¿Me acompañás?”.Pero no. No hay explicación, entonces el llanto continúa porque Pablito, que sólo tiene cuatro añitos, no sabe cómo entender esa angustia. Se le escapa un sollozo. Su madre le reprocha: “Callate Pablo. Calláte porque va a venir la Policía”. Frustrantes consecuenciasEste hipotético relato es una reseña que condensa dos de las frases más comunes usadas por los padres para imponer su voluntad y lograr que su hijo los obedezca. Por supuesto que en el ranking también figuran las amenazas de golpes: “Vamos porque ya vas a ver en casa”, o “Vamos porque yo digo”, o “Vamos porque si no vas a ligar”.Si bien en el momento tiene el resultado deseado por el adulto, los especialistas advierten que pueden generar muchos miedos y confusiones.“Los miedos son normales en todas las etapas evolutivas de la vida y funcionan como herramienta de conservación de nuestra especie. Los miedos infantiles, como la oscuridad, el trueno o los gritos, son experimentados con mucha intensidad”, explicó el psicopedagogo Héctor Báez a PRIMERA EDICIÓN. Pero advirtió que “a los llamados miedos ‘normales’ se le han ido sumando miedos ‘infundidos o provocados’ como ser a la Policía o al señor que te va a llevar”.Estos miedos infundidos por los padres justifican su existencia en la necesidad de controlar alguna conducta no deseada en ese momento o lugar por parte del niño y suelen ser bastante eficaces por un tiempo.Pero, advierte Báez, “a la larga puede causar inseguridad o agresividad como modo de defensa ante lo que considera de cuidado. Los niños pueden sentirse vulnerables y ansiosos ante situaciones que no deberían representar peligro y que además se refieren a actores de la vida cotidiana (como los policías)”. Por ejemplo, qué ocurre si Pablito, por algún motivo se pierde de su mamá en la plaza, y otra señora lo advierte y avisa a la Policía que está en el lugar para que lo ayude. Seguramente le dará un ataque de nervios al ver que un policía se acerca a él para ayudarlo, porque su madre siempre lo amenazó con que “te va a llevar la Policía” y entonces el entiende que “son malos”.Explicaciones simplesSegún Báez, los padres son “los intérpretes” de los niños para ayudarlos a comprender el mundo. realizan las “traducciones” y son como “los filtros desde donde el niño observe y se relacione con la realidad”, explicó Báez. “Para no tener que recurrir a las medidas de infundir miedo cuando los padres necesiten que un hijo les haga caso, deben tratar de ser claros y simples en las indicaciones, utilizando frases cortas y evitando los largos sermones”, recomendó Báez.En el caso de los niños pequeños, “poner límite con la palabra y los gestos sin dar explicaciones incomprensibles para su período evolutivo” y “si se comportó mal, cumplir con el castigo prometido, el cual deberá ser sostenido por papá y mamá y todos los adultos que convivan con él”.“Los miedos infundidos pueden ser el comienzo de serios problemas. Mejor asumamos nuestro rol de adultos y padres haciéndonos pacientes, cariñosos y firmes”, cerró Báez.Los berrinchesA partir del primer año de vida, son frecuentes las rabietas y la resistencia a actividades cotidianas, como ponerse el pañal o comer a la hora adecuada. Esto es porque los niños exploran constantemente nuevos lugares y desean ser cada vez más autónomos, explican en la sección “Vamos a crecer”, de la web del Ministerio de Salud de la Nación (www.msal.gov.ar/vamosacrecer). A esa edad los niños empiezan a mostrar una nueva emoción: la frustración, que aparece cuando no pueden hacerse entender en su rudimentaria comunicación o no se les permite hacer justo lo que desean. “Las emociones negativas son una forma razonable de expresarse” sobre todo dados los límites mentales y verbales del niño, señala Elsa Punset, licenciada en Filosofía y Letras y máster en Humanidades por la Universidad de Oxford, Estados Unidos y autora del libro “Una mochila para el universo”. Por ello no se recomienda que los padres pretenden “eliminar” o ignorar estas emociones. Antes bien, Punset sugiere “empatizar” con los sentimientos de los niños pero limitar sus actos. En el caso de Pablito, sería algo como “hijo, entiendo que estés enojado porque tenemos que irnos de la plaza, pero no puedo dejar que me pegues a mí (o salgas corriendo, o le pegues a otro niño, o te tires al piso)”.También recomienda “enseñar formas no violentas de expresar sus necesidades” y “ayudar al niño a reconocer y poner nombre a sus emociones, y luego enseñarles la forma de
gestionarlas (modificarlas)”. Amenazas de abandonoPunset señala que “la simple amenaza de abandono es muy dañina para el niño”, sobre todo en los primeros años de vida, que es cuando “los padres representan la principal fuente de seguridad y confianza para el niño” y en función de esos vínculos, “aprenderá a desarrollar vínculos de confianza y de afecto con los demás a lo largo de su vida”. “El abandono despierta en el niño el fantasma de la muerte, de la desprotección”, explica Punset, y por ello “no es moneda de negociación válida ni justa”.Una estrategia más sana y eficaz es avisar al niño lo que va a suceder a continuación. “A los niños les cuesta hacer transiciones y calcular el tiempo”, indica Punset y recomienda que minutos antes de la acción, los padres le avisen al hijo: “enseguida tenemos que irnos”, “en un ratito es la hora de cenar”, etcétera. De esta manera, se le podrá ayudar a hacer la transición con más naturalidad, y no será preciso ofrecerle un “premio” -caramelos o algún regalito, a cambio de que deje de llorar. Con los niños más pequeños, Punset recomienda aprovechar su curiosidad y distraerlo con los colores que se pueden ver en la calle, los autos, vidrieras, etcétera, y lograr, con paciencia, “robarle” una bella sonrisa, señal que vuelve a sentirse bien. Gestionar las emocionesPunset ofrece una fórmula para actuar con los hijos, ya desde los seis meses de vida, porque aunque no comprenden las palabras, sí perciben el tono de voz y se acostumbran a buscar una explicación a su sensación de angustia. Primero, respirar y tranquilizarse. No se puede estar tenso si se pretende que el niño se tranquilice. El llanto o el berrinche es una respuesta a la sensación de angustia que se genera en el cuerpo. Dura unos 90 segundos. En ese lapso, recomienda buscar el mejor tono de voz y hablar a nuestro hijo con dulzura, dando una explicación a porqué siente ganas de llorar en ese momento y señalando una solución para calmarlo. Esto es “ayudar al niño a reconocer y poner nombre a sus emociones, y luego enseñarles la forma de gestionarlas”. De esta manera se podrá evitar que ante la frustración responda con violencia, golpes y gritos, o ansiedad, atracones de comida, mal humor, etcétera. PUNTO DE VISTA Por Lara [email protected] Esas heridas… Es muy doloroso ver cómo un padre, al pasar frente a la comisaría, amenaza a su hijito con que “acá te voy a traer si te portás mal”. Por momentos pareciera que los padres tratan a sus hijos como niños incapaces de razonar y como adultos a la vez. Por un lado, cuando el chico ya cuenta con el lenguaje para conocer más a fondo el mundo que para él es todo novedad, los padres apenas le responden las preguntas, y a la segunda o tercera indagación, le rematan con un “es así porque sí”. Por otro lado, al verlos jugar les exigen “portarse como un niño normal”, razonable.La pregunta es: ¿cuánto más puede costar respirar profundo, volver a maravillarse con ese hijo que hace algunos meses o años salió de la entraña materna, y responder con buen tono las preguntas, con explicaciones sencillas y reales? Cuestión de actitud.




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