PUERTO IGUAZÚ (Enviados especiales). Un referéndum llevado a cabo en las últimas elecciones, rechazó la posibilidad de modificar dos artículos – 68 y 101- de la Carta Orgánica municipal de Puerto Iguazú, para habilitar a la comuna a vender los terrenos fiscales a sus ocupantes. La temática es eje de fuertes debates en la ciudad. Por un lado, están quienes afirman que la intencionalidad de modificar la Carta Orgánica apunta a beneficiar a determinados sectores, funcionarios y empresarios – entre ellos el propio intendente Sánchez- que necesitan “blanquear” la tenencia de lujosas propiedades en la zona conocida como las Dos Mil Hectáreas, foco de la mayor complejidad en materia de problemáticas vinculadas a la tenencia de tierra. Por el otro, quienes apuntan a la modificación, aseveran que este sería el modo de otorgar a los ocupantes – cientos de familias de extracción humilde en su mayoría, a excepción de los dueños de pequeños complejos de fin de semana- una solución definitiva a su situación habitacional. Detrás de la cuestión, se encuentra un incumplimiento legal de viejísima data. Es que las tierras de las Dos Mil Hectáreas fueron donadas por la Nación al municipio de Puerto Iguazú a partir de la ley 23.810, sancionada el 8 de octubre de 1990. En su artículo 3, esa ley fijó en “180 días” el plazo máximo para “la mensura definitiva” y las planificación del “desarrollo urbano, industrial y agro forestal” del territorio donada. Pasaron 23 años y esta ley originaria nunca se cumplió. En el transcurso, la zona se fue convirtiendo en refugio de cientos de familias que, arrastradas por todo tipo de circunstancias, tomaron posesión de terrenos en el lugar. Hoy, podría decirse que ese conglomerado humano asentado en la región denominada Dos Mil Hectáreas se compone de familias dedicadas a la producción de cultivos anuales, de ladrillos artesanales, apicultores y pequeños ganaderos, que ocupan entre 3 y 25 hectáreas por núcleo familiar. Estos habitantes ocupan la zona rural y se nuclean en la Asociación de Trabajadores Rurales de Iguazú (Atri), que constituyen casi 300 familias productoras.Otro sector en expansión es ocupado en pequeños terrenos por familias humildes que no se dedican a la producción pero sí en muchos casos al peonaje, y que en el grueso de los casos llegaron con lo puesto, huyendo de la falta de posibilidades en el acceso a la vivienda. Por lo general, suelen referirse a esta población, despectivamente como “intrusos”. También se observa en el paisaje de “las Dos Mil”, imponentes mansiones con amplios parquizados cuya fastuosidad contrasta fuertemente con el entorno de casas de madera y sin agua potable de red. Es que principalmente las Dos Mil Hectáreas es un universo de carencias y donde ante todo, se nota demasiado el abandono estatal. Familias trabajadoras pero sin título de propiedad, que a falta de red domiciliaria consumen agua de pozos y vertientes; caminos en pésimo estado que dificultan sacar la producción; vecinos que compran sus propios transformadores y cables para proveerse de la energía que el Estado les niega. También, puede verse a las Dos Mil como un punto de referencia para comprender la marcada inequidad de un sistema que recauda millones de dólares anuales en materia de turismo por las Cataratas del Iguazú, pero donde la redistribución de la riqueza es nula: todo queda en un puñado de manos y solo se apela al “derrame” para los sectores más vulnerables. Entre tanto, en las Dos Mil se tejen todos los días historias donde la fuerza de trabajo y el conocimiento para producir alimentos – agricultura familiar- se entremezcla con la solidaridad entre los habitantes, observable en algunas prácticas concretas de la actualidad. Esta semana, PRIMERA EDICIÓN recorrió el sector rural de las Dos Mil, para conocer estos entramados sociales desde adentro, a través de las voces de sus protagonistas.“La miel más orgánica del planeta”Dentro del rico espectro productivo que late en las Dos Mil Hectáreas, se contabilizan 37 emprendimientos apícolas sustentables y otros tantos que de a poco empiezan a serlo. Uno de ellos es el de Antonio Blanco, un apicultor que es pionero en la zona. “Llegué acá en 2001, en esta zona no había gente casi. Todo era monte. Yo era taxista y con la crisis me quedé en la lona, sin nada, así que como mi padre anduve por acá, vine a probar suerte y a aprender”. Blanco es fiscal de la Asociación de Trabajadores Rurales de Iguazú, que lleva años luchando por la tenencia de tierras- el acceso a los títulos- para las familias de las Dos Mil. Asegura que “acá se produce la miel más orgánica del planeta, es una miel de altísima calidad y sin productos químicos de ningún tipo en su producción”. El colono aseveró que su producción promedio oscila en los 500 kilos anuales y que de los 37 proyectos apicultores vigentes en las Dos Mil, “ninguno produce menos de 300 kilos al año”. El precio promedio del producto envasado, es de 50 pesos el kilo. “Nos ayudamos entre todos, tratamos de que a todos nos vaya bien, no competimos entre nosotros”, comentó Blanco. Una práctica solidaria vigente: la “minga”Cuasi extinguida del universo rural en la provincia, aquí en las Dos Mil sigue vigente una práctica solidaria de antaño: la “minga” o “pucherón”. Se trata de una costumbre que en Misiones tuvo su auge desde la década del treinta y que consistía en establecer un sistema laboral entre vecinos, formando cuadrillas rotativas entre colonos para trabajar en todas las chacras de un paraje.“Acá nos seguimos juntando, entre vecinos y vamos a una chacra y plantamos, después a otra y así hasta cubrir las chacras de todos. Así la siembra es pareja y además es una forma de mantenernos unidos como era antes”, contó don Pretes, otro colono de la zona. Llegó la boletaEn la puerta de una de las chacras, llama la atención un cartel pintado a mano: “llegó la boleta de luz”. El mensaje, que se repite mes a mes, está destinado a los 21 vecinos que comparten una factura de energía eléctrica, ya que por no tener títulos de propiedad se les priva del acceso a este servicio básico. La solución fue comprar un transformador – la historia se repite en casi todas las zonas de las Dos Mil- , cable, y pagar una sola factura tras una irregular negociación con EMSA. Cuenta Feliciano Brítez, uno de los vecinos: “acá el tema de la l
uz es caro y pésimo el servicio, porque como somos muchos dependiendo de un solo transformador, por ahí no puede usarse más que dos o tres lavarropas por vez, no se puede encender en la casa más de un artefacto, a veces pasamos una semana entera sin luz, es todo así, pero la boleta viene puntual y a razón de no menos de 200 pesos por familia pese a que el uso es limitado”. Agua potable: derecho humano denegadoMás de un millón de turistas ingresan por año a Puerto Iguazú, dejando millones de dólares, euros y pesos a su paso. Sin embargo, miles de personas de esta ciudad viven sin agua potable, un derecho humano básico. Las Dos Mil no escapa a las reglas generales de la injusticia social. Acá, en la zona rural, los vecinos consumen agua de pozos y vertientes: nunca se hicieron obras de agua corriente domiciliaria. “Estamos hace quince años, somos trabajadores, plantamos, subsistimos de lo nuestro, vendemos el excedente, trabajamos la tierra y hacemos alimentos, no robamos ni vivimos de subsidio, pero acá, en la ciudad de la maravilla del mundo, nunca pudimos tener agua en nuestras casas. Mientras vemos como se hacen hoteles y mansiones, a nosotros que somos colonos no nos dan siquiera el agua, tenemos que cargar baldes y tachos como nuestros abuelos lo hacían”, comentó María Tapia, una vecina de la terrada avenida Libertad. “La convivencia es excelente”Antonio Portillo vive hace diez años en las Dos Mil. Es uno de los productores que ofrecen sus verduras y frutas en la feria franca de Iguazú. “Vamos a la feria tres veces por semana y la venta es buena. Valoran nuestros productos. No tenemos título, ni agua potable. La luz la obtuve gracias al cacique de la comunidad mbya Mbororé que me dejó extraer de su conexión. Tiré un cable. Acá además de producir cultivos anuales, crío y vendo gallinas y cerdos”, relató Portillo, para quien una de las virtudes del lugar es que “se vive muy tranquilo, a mí en diez años no me faltó ni una sola gallina, los vecinos somos unidos y nos respetamos y eso la verdad es que algo muy bueno en estos tiempos”. Zona relegadaHacia el final de la avenida Libertad- que es un clásico camino terrado de colonia- vive Esther Leiva junto a su familia. La entrada de su chacra tiene un enorme espantapájaros que protege la huerta allí situada. Esther contó que “acá también tomamos agua de pozo y tuvimos que juntarnos para comprar un transformador. Todo lo hacemos los vecinos, porque si esperamos algo del Estado, ellos con la excusa de que no tenemos título no hacen nada por esta zona”. Entre las demandas que existen en este tramo de las Dos Mil, Leiva señaló que “estamos relegados, aislados, porque hay un colectivo urbano de la empresa Río Uruguay que entra tres veces por día a las Dos Mil pero no llega hasta acá, sino que tenemos que hacer tres kilómetros a pie para tomar. A la noche cuando volvemos del pueblo, nos deja a esa distancia, con oscuridad, y si llueve se complica mucho. Hay veces que tenemos que llevar a los chicos a la sala de salud, temprano, y salimos con los chicos enfermos y tenemos que caminar para poder tomar ese colectivo que no sabemos porque no llega hasta acá, ya que somos muchos vecinos”.





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