POSADAS. Sin poder trabajar porque la creciente hizo estragos en sus espineles, un grupo de pescadores de subsistencia pone a prueba su capacidad de mantenerse a flote entre tanta miseria.El convoy, que no supera los doce hombres, todos pescadores de profesión y por opción, convive en un precario campamento situado a un costado de las oficinas de la Aduana, debajo del puente internacional Posadas-Encarnación, donde los visitó PRIMERA EDICIÓN casi a la hora de la siesta, cuando terminaban el almuerzo comunitario, que les sirve para soportar juntos la falta de alimento. Hasta hace un tiempo -contaron estos hombres- eran blanco del saqueo y la destrucción de sus pertenencias, por el ataque de anónimos, quienes buscaban intimidarlos para que salieran del lugar. Ahora están mejor, tras lograr un recurso de amparo del Juzgado Federal, llevan una vida más o menos tranquila, si es que se puede… Con la lluvia y la tremenda creciente del Paraná no hay pesca. Salvo algunos armados y pirañas que osadamente logran sacar, metiéndose en aguas peligrosas; cuando pasa esto, contaron, se las arreglan sacando fiado de alguna carnicería con la que suelen hacer negocios, ya que a modo de trueque llevan la cacería que el río se dignó entregarles. Si la pesca ha sido generosa, el resto se ofrece a la vieja usanza, en la calle, a viva voz.“Aquí no hay acopiadoras y las pocas pescaderías prácticamente trabajan con los piscicultores. Nos ponemos al hombro los peces y solemos tener suerte vendiendo en la fila que hace la gente para cruzar la aduana”, contó Albino Costa (53), hijo de pescadores, dedicado a la actividad desde toda la vida. La realidad para estos hombres es que la van remando contra la corriente desde que fueron expulsados de la ribera del Paraná, donde tenían sus hogares y podían mantener a la familia mediante la pesca. En cuanto se comenzaron las obras de tratamiento costero encaradas por la Entidad Binacional Yacyretá, ellos no admitieron quedarse sin su fuente de trabajo.“Este lugar se va a transformar en canchas deportivas, de fútbol y paddle”, contó el hombre mientras el incesante ruido de las máquinas y obreros avanzaba a ritmo vertiginoso sobre el campamento. Mientras que esperan que las cosas mejoren, tienen bastante trabajo reparando las canoas, ya que todas están rotas después de que el oleaje del río las azotara con violencia en la costa. Ninguno de ellos ha aprendido el oficio formalmente, sino mirando y comparando. “La mayoría de las embarcaciones quedó golpeada y rota, así que aprovechamos estos días para parcharlas o rehacerlas, según el daño”, contó Marcial Zalazar.“Me fijo por las otras canoas y como siempre me gustó esto de reparar, soy el que más se dedica, pero en realidad nos ayudamos entre todos”, explicó el joven de manos y rostros curtidos por el sol, y quizá también por tanta pobreza…Pedido solidarioEn párrafo aparte, Albino apeló a la solidaridad de la población para pedir ropa, zapatos en desuso o lo que crean que les pueda servir. “En realidad necesitamos de todo, desde la ropa a lo que sea. Estos días de lluvia ni siquiera nos queda nada. Estamos prácticamente durmiendo en la tierra. Será bienvenido que nos quieran dar una manito, porque estamos bastante mal”, lamentó.





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