No es un lugar cualquiera: se trata de una cueva de cuarcita -un tipo de formación rocosa de alto contenido de cuarzo- en las profundidades del tepuy, una estructura geológica en forma de meseta muy típica de la zona, a unos 1.500 metros por encima del nivel del mar.Fue descubierta en marzo y podría ser la más grande de su tipo en el mundo, aunque eso todavía está sujeto a comprobación. No es la primera formación de este tipo que se descubre. Ya en la década del 70 fueron halladas otras similares en los tepuyes Autama o Sarisariñama.La cueva se ubica en la cara este del Auyantepuy, mirando al valle de Kamarata y al valle de Kanavayén. Desde el aireLa expedición fue llevada a cabo por el equipo venezolano Theraphosa -al que pertenece Vergara- y el italiano La Venta luego de que una abertura fuese divisada por primera vez en 2011 por el piloto venezolano Raúl Arias, a bordo de un helicóptero.“Ya he detectado varias desde el aire”, explicó Arias. “Cuando veo formaciones extrañas, aberturas o posibilidad de aberturas, doy vueltas en el aire para determinar bien de qué se trata. Aún quedan por explorar al menos seis cuevas que he divisado”.Arias es un capitán con más de 23 mil horas de vuelo en helicóptero. Trabaja con turistas, documentalistas, exploradores y hasta famosos. Le ha pilotado al actor Harrison Ford, quien alguna vez fue a Venezuela a conocer las maravillas naturales de esta parte del país.Arias bajó a la cueva como invitado especial, unos 250 metros. Describe lo que vio como “un impresionante mundo de cascadas, de lagos, de guácharos y estalactitas de colores” que se ven sólo con luz artificial, pues de otra forma hay oscuridad total.Dos años después se realizó la expedición. La profundidad es de unos 180 metros desde el lugar de ingreso hasta el punto más bajo del descenso. Fue un trayecto complicado: el primer tramo, unos sesenta metros, se hizo por medio de cuerdas -rapel- entre grietas y precipicios. El resto a pie.En total, la travesía duró quince días. Participaron catorce personas, siete italianos y siete venezolanos.“Fuimos a explorar, con la grata noticia de que era un monstruo lo que había allá abajo”, dijo Vergara. “Te quedas sin palabras de sólo verlo”.Nombre indígenaLa cueva fue llamada Imawarí Yeutá, nombre indígena que designa a una especie de duende y protector de la montaña en la mitología de la etnia pemón.El espeleólogo explicó que lograron topografiar un total de quince kilómetros con 450 metros, aunque -según sus cálculos- la cueva podría tener unos 25 kilómetros en total. Hay salas que miden 130 metros de ancho por 200 metros de largo. Ya se ha dicho que esta formación no es una cueva cualquiera, no sólo por sus dimensiones sino por su composición mineral.La formación rocosa de los tepuyes es de piedra compacta, las más fuertes y antiguas de todo el planeta, explicó Vergara.Hasta hace unas décadas en la comunidad científica se pensaba que con este tipo de roca, la cuarcita (un tipo de sílice), no se formaba cuevas. Es muy dura, muy compacta y fuerte en su estructura, prácticamente cristales. No se erosiona tan fácilmente con el agua.El espeleólogo establece una diferencia con las formaciones de carbonato de calcio, como las Cuevas del Guácharo (estado Monagas, en el oriente de Venezuela) u otras que fueron fondos marinos y cuya estructura es de carbonato de calcio, constituido por barro, arcilla, conchas marinas y calcio.En estas formaciones las cuevas se produjeron por la erosión del agua y el viento, principalmente.Sólo para dar una idea, Vergara dice que si la erosión de cien metros de carbonato de calcio toma cien años, el cuarzo se erosiona un metro en un siglo.Origen bacteriológicoEn el caso de Imawarí Yeutá, se trata de una cueva de origen bacteriológico.“Se producen por la acción de bacterias extremófilas (que viven en condiciones extremas), que de cierta forma logran debilitar el núcleo de la cuarcita, lo arenizan y hacen que se erosionen y formen estas estructuras maravillosas, vivas”.Y lo de “viva” no es metafórico: todas estas bacterias son autótrofas, es decir, tienen la capacidad de alimentarse a sí mismas. Son seres vivos dentro de una cueva.Dentro de sus cámaras, salones y galerías, entre colores azulados, rojos, amarillos, púrpuras -producto de la mineralización- evoluciona la vida por aislamiento. La diversidad natural que hay en los tepuyes (insectos, plantas, aves) sólo existe ahí.Por ejemplo, en sala Saúl Gutiérrez -llamada así en homenaje a un biólogo venezolano que dedicó su vida a especies animales en peligro de extinción- los exploradores hallaron una especie de pájaros guácharos (en el suelo) que mostró un comportamiento no visto antes por la ciencia.Vergara se arriesga a decir que en estas formaciones podría estar la “génesis del planeta”.





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