ELDORADO. En la edición de ayer presentamos la primera parte de un informe acerca de las condiciones habitacionales extremas en las que viven miles de familias en la llamada Capital del Trabajo. Se exhibieron situaciones y testimonios de quienes habitan en los barrios más carenciados de la localidad. Se destacaba, entre otros aspectos, el modo en que las condiciones de precariedad habitacional impactan de lleno en la salud de aquellos que los discursos políticos sitúan como un sector de teórico privilegio: los niños. En esta segunda entrega damos a conocer dos casos paradigmáticos para entender cómo el abandono estatal golpea de lleno también en la otra franja etaria que debiera ser resguardada, la tercera edad. Por un lado, el caso de Iracena Alvez, anciana del barrio Las Carayás, ciega y diabética, que vive sin servicios básicos y con una magra ayuda de 200 pesos mensuales como todo ingreso económico. Por otro, Raymunda Benítez, de 82 años, vecina del barrio 9 de Julio que vive en un ranchito desprovisto de agua potable y energía y que por estar indocumentada no posee ningún tipo de ingreso económico. Ciega, en un sistema ciegoSí, el ajado documento de identidad dice que nació en 1949, en San Pedro. Iracena Alvez trabajó durante décadas en pinares y el contacto inadecuado con la resina de pino, le dijeron los médicos, la dejó ciega hace más de veinte años. “Mi patrón me dejó en la calle y desde entonces vivo gracias a mis hijos”, nos cuenta Iracena, que habita hoy en una casilla del asentamiento Las Carayás donde, al igual que las demás 42 familias residentes, adolece de servicio de agua potable y acceso a la energía eléctrica. La anciana vive con su hijo, su nuera y su nieta. Su cama es un catre con un añejo e incómodo colchón. Además de ceguera, Iracena padece diabetes. “No tomo ningún medicamento de los tantos que tendría que tomar porque no tengo plata”, comenta. Hoy, el único ingreso económico que percibe esta mujer es una pensión por invalidez que le asegura la irrisoria suma de 200 pesos mensuales. “Varias veces intenté tramitar la jubilación sin aportes que dijo la Presidenta que nos corresponde a todas las mujeres, pero me dijeron que no, que no figuro no sé donde y que no me corresponde”, lamenta la mujer. “Hay días que no tengo qué comer”Raymunda Benítez sabe que tiene 82 años, pero no tiene el documento de identidad que así lo acredite. La falta del DNI, al que ha intentado acceder en diversas ocasiones, pero que siempre le fue negado por absurdas cuestiones burocráticas, le ha impedido tramitar todo tipo de ayuda estatal. Por ello hoy Raymunda no tiene ningún ingreso económico. Vive en un rancho del barrio Municipal, junto a su hijo, un changarín rural que decidió hacerse cargo de ella. “Acá nunca tuvimos agua potable, ni luz. Nos da un vecino el agua. Somos muy pobres, no tenemos nada de nada, apenas tengo la vida”, dice la abuela. En este contexto de extrema pobreza, e inexistente para el Estado, Raymunda reconoce que “hay días que no tengo qué comer y sólo tomo agua”. Su pedido va orientado a las autoridades municipales y provinciales, a quienes debería caérsele la cara de vergüenza ante la situación de esta anciana: “Les pido por favor una ayuda para mí, para poder pasar los años que me quedan dignamente, aunque sea una jubilación y poder tener agua, es lo único que pido”. Casos reiteradosLamentablemente, en cada uno de los cientos de asentamientos y barrios pobres que hay en Misiones se encuentran numerosos casos de ancianos en estado de abandono. Hace pocas semanas este mismo diario se dio a conocer la historia de Ramona Ruperta Roa (66), quien también padece ceguera, pesa apenas 38 kilogramos y vive en la pobreza extrema junto a dos hijos, uno de ellos discapacitado. Pese a su evidente estado de desnutrición, no fue incluida en el Programa Hambre Cero y no recibía hasta la publicación de la nota ningún tipo de asistencia estatal. Se trata de un caso indignante, que se da en la fronteriza Colonia Oasis, ubicada a diez kilómetros del radio urbano de Jardín América. También hace poco tiempo se presentó el caso de Domingo Figueroa (74), vecino del barrio Chezny, de Apóstoles, quien habita en condiciones habitacionales paupérrimas y sin acceder a ningún ingreso económico, comiendo muchas veces de las sobras de otros vecinos.





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