Un vuelo de pájaro sobre Punta del Este demuestra que las playas de La Mansa y La Brava están repletas, con todas las banquinas tomadas por autos de los que bajan familias, sillitas, heladeras y sombrillas. Parecería que casi nadie se acuerda de aquel asunto del cepo al dólar y de lo caro que está todo; más si, en un rapto de masoquismo, se hace la conversión a pesos argentinos (en La Pasiva, un chivito completo cuesta 130 pesos de los nuestros y una gaseosa otros 28). Pero, de uno u otro modo, el balneario explota de gente: el puerto, La Barra, José Ignacio, los hoteles, los restaurantes y locales de marcas top; hasta las fiestas de fin de año rebalsaron, pese al tremendo aguacero que cayó en la noche del 31 de diciembre.Una postal perfecta del verano podría ser la del miércoles último a la tarde, en Laguna Escondida -José Ignacio-, donde más de 4.000 personas presenciaron el set del DJ británico Fatboy Slim, en una de las tantas fiestas de música electrónica que se realizan hasta el 10 de enero. Lo habían anunciado hasta el cansancio los agentes inmobiliarios que más conocen Punta: el segmento premium, los que tienen casa propia, los turistas brasileños y europeos, los que alquilan chacras de mar a valores ridículamente altos en José Ignacio. Todos están aquí, como siempre, desbordando la ciudad. Y, a esta altura, ya está confirmado que la clase media, que alguna vez ocupó departamentos a 2.000 dólares la quincena, no tiene pensado asomar la nariz, por lo menos en enero. A juzgar por lo que viene pasando en las últimas temporadas, este público se ha convertido en una especie en extinción de Punta del Este. Es, claramente, el target que sí padeció las restricciones cambiarias.





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