POSADAS (Por Esteban Abad). Horacio Silvestre Quiroga nació el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay, de padre argentino y madre uruguaya; a poco se fue formando en él el hábito de la lectura lo que lo llevaría a convertirse en uno de los más admirados escritores (cuentista), de la época. Tras una de las tantas desgracias acaecidas en su entorno (la muerte accidental de un amigo mientras le ayudaba a preparar un arma para batirse a duelo), emigró a Argentina donde empezó a granjearse amistades con poetas y escritores y reafirmar la que mantenía con Leopoldo Lugones. El poeta cordobés, viendo el interés de Quiroga por la fotografía lo trajo a Misiones donde hicieron un relevamiento con fotos de las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio Miní, a la sazón perdidas (o protegidas), entre la selva virgen. Finalizada la misión, tal vez haciendo honor a su segundo nombre (Silvestre), Quiroga volvió a Misiones, a la selva, radicándose en San Ignacio, en la meseta cercana al Teyú Cuaré. Allí, ese hombre poco simpático, barbado, muy delgado, tornó a estudiar fauna, flora y a escribir “lo mejor de su producción literaria”. Vuelve a Buenos Aires y regresa con su primera esposa mucho más joven que él. El entorno donde el vate vivía y la soledad (su única vecina), hicieron que fuera necesaria la compañía de una mujer, alegre, joven. Era una alumna suya a quien trajo a la casa como quien coloca una flor en su lugar de trabajo. Realismo mágicoTuvieron hijos (y peripecias), todo lo cual culminó en el suicidio de su esposa. No pasó mucho tiempo para que el escritor volviera a Buenos Aires y se casara de nuevo, ahora con una compañera de colegio de su hija. Otras desgracias sucedieron y cambios de domicilio, pero en tanto los cuentos y los trabajos de Quiroga eran publicados en La Nación, Caras y Caretas y otros medios conocidos y se editaron varios de sus libros. La crítica de entonces lo comparó con Edgard Alan Poe – él lo consideraba su maestro -, y a partir de allí hasta hoy el nombre del escritor de la selva ha merecido toda clase de halagos. Efemérides Cultural ArgentinaPor ello, parece injusto que en la Efemérides Cultural Argentina – publicada por el Ministerio de Cultura de la Nación -, en el espacio correspondiente a la fecha 31 de diciembre, se indique escuetamente: “1878 – Nace el notable cuentista uruguayo Horacio Quiroga. Falleció en Buenos Aires en 1878”. Y del 19 de febrero de 1937, día en que fallece Quiroga tras ingerir cianuro, no dice absolutamente nada. Sí menciona la muerte de Alfonsina Storni (25 -10- 1938) y de Lugones (18- 2 – 1938), ambos por su propia decisión un año después.Maratón de San SilvestreEn Uruguay, un hotel lo recuerda cerca de la represa de Salto Grande, ostentando su nombre (Hotel y spa termal Horacio Quiroga) y guardando la urna donde se atesoran sus cenizas.En Argentina a punto de iniciarse el año 135 de su nacimiento ningún acto hay organizado para recordarlo; claro está que los 31 de diciembre en varios países del cono Sur tiene más relevancia la Maratón de San Silvestre que en 1925 se inició en San Pablo -Brasil-, y que luego se extendiera por varios lugares del mundo. Para recordar los 75 años de la muerte de Quiroga ocurrida en febrero se presenta el impedimento de que esa fecha cae en época de vacaciones, pleno verano misionero. BiógrafosLa mayoría de sus biógrafos – a excepción de Pedro Orgambide y Antonio Hernán Rodríguez-, todos toman como punto determinante para la redacción la retahíla de suicidios que rodea al señor del Teyú Cuaré. No a su obra. Ocaso existencial, ciertos aspectos de la figura del héroe literario rioplatense(Por Sergio Alvez) . Era la una y cuarto de la madrugada del domingo 19 de febrero de 1937. Afuera, Buenos Aires festejaba el carnaval. Dentro del Hospital de Clínicas, un hombre sufriendo cáncer de próstata ingería cianuro y emprendía una excursión hacia ese otro espacio, aquel con el que en vida tituló uno de sus más deslumbrantes libros: Más allá. Horacio Silvestre Quiroga Forteza se apagaba a sí mismo. Pocos meses después, sus amigos Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni le seguirían los pasos hacia la muerte: cada uno se suicidó a su manera. Lo mismo harían, a su turno, dos de sus hijos. La muerte, siempre la muerte. Antes, durante y después. ¿Acaso no había en el mundo terrenal fuente alguna de placer y bienestar capaz de aplacar su sed existencial? ¿Qué extrañas fuerzas convocaban a Quiroga hacia la tragedia como una polilla en danza alrededor de la luz? ¿Por qué tanto dolor? Relaciones afectivas íntimasDesde Valencia, la poetisa española y doctora en Literatura Hispánica, María Angeles Chavarría, aporta una reflexión, contenida en uno de sus trabajos de investigación. “En el orden de sus relaciones afectivas íntimas, Quiroga presentaba perceptibles desajustes y su desinteligencia con los seres queridos, como con el mundo circundante, era la proyección de sus propios conflictos congénitos. ¿Cómo es posible un análisis caracterológico y ético, cuando se trata de espíritus complejísimos que se traicionan a sí mismos y que libran consigo la más cruenta batalla antes que con los demás? Precisamente estas oscilaciones extremas de su carácter (de su destino) prueban la autenticidad de su genialidad tanto o más que los valores de estilo de su obra. No es un hombre “raro” a este respecto, sino que su fisonomía acusa una fraternal semejanza con los de su clase. Podría parecerse a Dostoiewski, a Lawrence o a Tolstoi por su talento literario, pero muchísimo más se les asemejaba por la urdimbre endiablada de su alma”.Pese a todo, en la obra de Quiroga es posible hallar – como esporá reflejos de claridad y candor. Nos referimos a la literatura para niños. La expresión más acabada de ese costado es una recopilación de notas aparecidas en la revista Caras y Caretas, rescatadas luego en una edición de Arca Editorial (Montevideo), bajo el título De la vida de nuestros animales. A los relatos del libro, precede una breve explicación del autor ; son 34 textos sobre animales, árboles y plantas de los montes de Misiones en los que el mismo Quiroga explica la esencia de aquellos escritos breves: “son impresiones de la naturaleza que en un perdido rincón del nordeste del país, recibimos yo y mis chicos durante diez años”.&
nbsp;En ese libro, tan recomendable como difícil de conseguir en librerías argentinas, es posible hallar fragmentos como el siguiente:“La rata de campo es un lindísimo animal, que apenas recuerda a la infecta, oscura y pelada rata de ciudad. Vista desde arriba, es de un color plomizo brillante, gracias a la suavidad y pulcritud de su pelo.Vista desde abajo, parece de plata, por tener blancos la garganta, el pecho, el vientre y la parte interna de las patas”.AnticapitalistaSalvo una sola mención de empatía por el “batllismo” uruguayo (nombre dado a una corriente del Partido Colorado de Uruguay inspirada en las ideas y en la doctrina política de José Batlle) en 1911, Quiroga nunca manifestó adherir expresamente a ninguna corriente de pensamiento político o filosófico. Aquella única posición explícita ubicable, se encuentra contenida en la carta que escribió el 16 de marzo de 1911 a su amigo José María Fernández Saldaña, alias Maitland: “Amigo: lo que yo hallo de eficaz en Batlle y compañía —de grande, te diría— es la convicción ardiente en cosas bellas: laicismo, obrerismo, progreso, y democracia íntima. Su manifiesto desde Europa me parece de superior sinceridad y eficacia patriótica (…) ahora no hay nada para mí más bello que la honradez-sinceridad en orden moral, y la democracia en orden político”.Sus ideas, más bien se emparentaban en líneas generales con los trascendentalistas norteamericanos: Walt Whitman, Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, cuyas lecturas frecuentaba.Reflexión de Horacio SilvaDentro de esta nebulosa política que desvela a los historiadores ávidos de endilgarle al escritor una determinada pertenencia, es posible delimitar una certeza rotunda: Quiroga era, ante todo, un consecuente anticapitalista.Invitado a reflexionar al respecto, el historiador bonaerense Horacio Silva nos dice que “Su posición podría definirse como no partidaria del capitalismo, pero tampoco partidaria de las soluciones colectivistas (comunismo, anarquismo, socialismo), por considerar que tanto el uno como las otras conllevaban la anulación de la libertad y de la capacidad creativa del individuo. En su propia opinión, él se encontraba dentro del campo de la izquierda (ver carta a Samuel Glusberg, 30-12-1935) y en carta a Ezequiel Martínez Estrada del 13-7-1936 se declaró ‘un solitario y valeroso anarquista’. Pero debe entenderse que no se refería a la imagen clásica del anarquismo, de la FORA, de la organización obrera; sino en el sentido de un individuo que no delega su libertad absolutamente en nadie ni en nada. En ese sentido, en mi opinión personal, me atrevería a definir a Quiroga como a una suerte de ‘individualista anárquico’ solitario".En búsqueda de un destelloSilva trabajó en las publicaciones Todo es Historia, Caras y Caretas y es autor de Días rojos, verano negro, una crónica de la Semana Trágica de 1919 (2011). Su búsqueda marca un quiebre en la mirada globalizada y estándar que retrata a Quiroga como un ser despreciable. Silva, a su modo, persigue un destello en la penumbra biográfica del autor de Cuentos de amor, de locura y de muerte.“En su nutrida correspondencia, encuentro a una persona completamente distinta, llena de optimismo y amor por la vida, incluso poco antes de su voluntaria muerte, intentaré determinar qué clase de hombre fue en realidad Horacio Quiroga”, nos dice Silva, embarcado actualmente en la investigación necesaria para confeccionar una reconstrucción histórica, basada en el entorno de ese tiempo, en el San Ignacio de las primeras tres décadas del siglo pasado, indagando en el carácter de pionero del escritor, el desarrollo de sus emprendimientos, y sumiéndose en el espacio físico específico mencionado en la obra del uruguayo.Mientras Silva bucea en la huella quiroguiana, tras un rastro de luminosidad, el mito oficial vigente sigue mostrándonos un Quiroga pesimista, depresivo y solitario. Ezequiel Martínez Estrada, autor del libro "El hermano Quiroga y cartas de Horacio Quiroga a Martínez Estrada", amigo del descollante cuentista, llegó a escribir: "No creo que en la vida de Quiroga, como tampoco en la mía, haya habido un ser que llenara (mejor dicho: colmara) la necesidad indiscutiblemente instintiva de estar con otro ser sin dejar de estar con uno mismo y solo." Amistades y cercaníasSe conoce también la amistad que el escritor mantuvo con diversos personajes de extracción comunista o anarquista. Uno de estos compinches fue Marcos Kanner (ver revista Sudestada número 94, agosto 2010), recordado por su férrea militancia en la tierra colorada y otras zonas del norte donde la explotación de peones rurales era ya entonces el vicio preferido de los grandes terratenientes.En una carta que Quiroga remitió a Samuel Glusberg, en diciembre de 1935, escribe: "Por aquí he tenido contacto con un compañero comunista, dirigente del litoral, excelente muchacho que se avergüenza de su pasado anárquico. Hoy ha vuelto a Posadas. ¿Ha tratado Ud. de cerca a un comunista oficial y fanático? Yo no deseo hacerlo más. Y a este respecto se me ha ocurrido un apólogo de gran eficacia, que no escribo por cariño a la izquierda, donde siempre me encuentro, pese a mi amigo de Posadas. Como inferirá el apólogo versa sobre la demagogia comunista. Leí también una diatriba de Castelnuovo sobre Tolstoi, so pretexto El arte y las masas.Amigo Glusberg, yo soy y seré un hombre libre por sobre todos los conceptos (egoísta, dicen), y enamorado de la tierra que trabajo con tesón. Tendría que ver mi parque y mi jardín. En fin, mi pequeño San Michele".Sin embargo, Quiroga nunca rompió lazos con Kanner, quien solía vacacionar junto a su familia en la casa del Teyú Cuaré. Incluso cuando estalló la rebelión de colonos que terminó con una sangrienta masacre en Oberá (la Masacre de Oberá, en 1936), la policía acudió a casa de Quiroga en busca de Kanner, quien no se hallaba entonces allí. Es de destacar que Quiroga nunca escribió ni hizo mención alguna a aquel trágico episodio de la historia misionera.Otras personalidades de la izquierda con quienes Quiroga intercambió opiniones: Liborio Justo -hijo del presidente argentino Agustín P. Justo, y militante comunista desde 1932- y el escritor norteamericano Waldo Frank, quien visitó Argentina en 1929, al regreso de su viaje a Rusia.Aporta Horacio Silva: “Agustín Justo visitó a Quiroga en su casa de Misiones en julio de 1934; pero entre la altanería de uno y la intransigencia del otro, no se pudieron entender jamás”.





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