Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres
El tercer domingo de Adviento es conocido como Gaudete: el domingo de la alegría. Pero no se trata de una alegría superficial ni decorativa. Es la alegría que nace después del silencio y la sanación; la alegría que surge cuando el alma recupera su verdad. En un mundo donde la incertidumbre parece volverse norma, hablar de alegría es contracultural. Justamente por eso resulta urgente: nos recuerda que la alegría espiritual es un acto de resistencia. Una forma de reconocer que el bien es posible.
La alegría de Adviento es sobria, honda, madura. No exige euforia; pide coherencia. Surge cuando el corazón se alinea con lo que ama, cuando la vida interna comienza a ordenarse. Y, sobre todo, cuando reconocemos la presencia del misterio en cosas pequeñas y concretas: la mano tendida, el gesto generoso, la risa compartida, el simple hecho de estar vivos. Esta alegría no es simplemente la que viene después del dolor que miramos el domingo pasado, sino la que nace como consecuencia de haberlo afrontado. Me refiero a esa alegría madura que solo es posible gracias a la valentía de haber sanado la herida.
Mirar con honestidad el dolor es justo lo que da a la alegría su carácter resistente y no superficial. Es más que un simple estado de ánimo. La alegría de la que hablamos hoy no es la que ignora las cicatrices, sino la que nace de ellas. Después de atrevernos a mirar de frente el dolor descubrimos que la verdadera alegría no pasa por la ausencia de problemas sino que surge desde la serena certeza que podemos atravesarlos.
Si venís siguiendo este viaje dominical -despertar primero, sanar después-, hoy la invitación es a abrirte a una tercera experiencia: la alegría. Una alegría que no niega el dolor ni la complejidad, pero que aprende a reconocer lo luminoso incluso en tiempos inciertos. Este camino de Adviento quiere llevarte a un punto donde tu corazón pueda alegrarse sin necesidad de justificarlo; donde la gratitud y la esperanza se vuelvan también formas de estar.
Y existe un plus: cuando en la práctica de la gratitud nombramos a quienes nos sostuvieron quizás descubramos que algunos de ellos son precisamente aquellos con quienes nos hemos reconciliado. Gratitud y sanación se potencian mutuamente cerrando círculos de dolor y abriendo nuevos espacios de luz compartida.
Esta semana agradece, plasmalo en un acto de gratitud visible. Así aparece la tercera luz que no se apaga: la luz que alegra.








