Dra. Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres
Hay tiempos que no piden prisa. Tiempos que, más que correr, exigen detenerse. El Adviento es uno de ellos: un umbral discreto que, cada año, nos invita a una espera distinta. No hablo de la espera cansada de quien mira el reloj, sino de esa espera vigilante de quien sabe que algo esencial está por nacer, tanto afuera como adentro.
Esperar de este modo no es un acto pasivo. Es abrir espacio. Es hacer silencio para escuchar lo que el ruido cotidiano suele negar. Es cultivar la sensibilidad necesaria para preguntarnos, sin miedo, qué parte de nuestra vida necesita despertar. Porque no toda oscuridad es enemiga; a veces es simplemente el lugar en el que todavía falta luz para florecer.
Transitar el Adviento como proceso es aceptar un viaje interior. Un viaje sencillo y profundo que recorreremos juntos durante las próximas semanas: despertar, sanar, alegrarnos y, finalmente, transformarnos. Hoy solo hace falta dar el primer paso: permitir que la conciencia se desperece y que la vida vuelva a tocar aquello que parecía dormido.
Este primer domingo de Adviento nos propone justamente eso: un despertar consciente. Mirar nuestras rutinas, nuestros automatismos, nuestras urgencias. Registrar dónde nos adormecimos. Reconocer en qué momento dejamos de sentir, de preguntarnos, de asombrarnos.
La espera espiritual empieza ahí: en el reconocimiento honesto de nuestras zonas dormidas.
En una sociedad que mide nuestro valor por la velocidad, la respuesta inmediata y la productividad visible, la invitación del Adviento a regalarnos cinco minutos de quietud es un acto de afirmación espiritual y cultural. Es elegir la presencia por encima de la prisa. Es permitir esa pausa mínima e indispensable para observarnos sin juicio y con valentía.
Reconocer nuestras zonas dormidas es el primer paso para dejar de proyectar nuestras sombras sobre los demás, desactivando desde la raíz uno de los motores invisibles de la polarización: nuestra propia desconexión interior.
Porque como humanidad también atravesamos sueños pesados: polarización creciente, cansancio colectivo, vínculos que se estiran y desgastan. Tal vez por eso este tiempo litúrgico sigue siendo tan provocador: porque nos invita a una esperanza que no es ingenua, sino lúcida, activa y urgente.
Esta semana, hace un espacio de silencio cada día. Encendé la luz que despierta.








