En un escenario global marcado por la degradación de suelos, la pérdida de biodiversidad y la necesidad urgente de producir alimentos de manera más sostenible, la agricultura sintrópica emerge como una alternativa sólida dentro de los sistemas regenerativos.
Lo que comenzó hace décadas en Brasil con los aportes de Ernst Götsch hoy se expande por América Latina y encuentra en Misiones un territorio particularmente fértil para su desarrollo. La combinación de clima subtropical, abundancia de especies nativas, tradición agrícola y conciencia ambiental convierte a la provincia en un laboratorio natural para esta técnica que prioriza la cooperación entre cultivos, el manejo forestal y el diseño ecológico.
La sintrópica parte de un principio simple: en lugar de luchar contra la naturaleza, se trabaja a favor de su dinámica evolutiva. Esto implica diseñar huertas que imiten el comportamiento de un bosque joven, donde conviven hortalizas, frutales, arbustos, plantas de ciclo corto y especies forestales.
La poda estratégica, el mantenimiento de la cobertura vegetal y la planificación de estratos son fundamentales para estimular el suelo, acelerar procesos biológicos y generar sistemas productivos más resilientes frente a eventos climáticos extremos, una característica cada vez más valorada en contextos de sequías prolongadas o lluvias intensas.
A nivel mundial, esta práctica se consolida como parte de la transición hacia modelos agroecológicos y regenerativos, impulsada por la demanda de alimentos diferenciados, mercados verdes y consumidores preocupados por el origen de lo que comen. En la Argentina, aunque su expansión es más reciente, cuenta con experiencias destacadas en Chaco, Corrientes, Buenos Aires y, especialmente, en zonas donde predomina la agricultura familiar. Sin embargo, es en Misiones donde la sintrópica encuentra uno de los ecosistemas más propicios para desarrollarse con fuerza.
En la provincia, la matriz productiva está sostenida por miles de agricultores familiares que históricamente combinaron cultivos, forestación y cría de animales en pequeña escala. Esa diversidad productiva, sumada a la cultura del autoconsumo, facilitó la adopción de modelos que imitan la lógica natural del monte misionero. Hoy, grupos de productores, técnicos del Ministerio del Agro, cooperativas y organizaciones territoriales impulsan capacitaciones y ensayos a campo, adaptando los principios de la sintrópica a los suelos rojos y a la enorme variedad de especies locales.
Los beneficios comienzan a ser visibles. Productores que incorporaron huertas sintrópicas reportan una mejora significativa en la estructura del suelo, mayor retención de humedad, reducción del uso de insumos externos y un incremento en la diversidad de alimentos disponibles para el consumo familiar o la venta en ferias francas. En un contexto de costos crecientes y volatilidad económica, reducir la dependencia de fertilizantes sintéticos y asegurar ciclos productivos más estables representa una ventaja competitiva y una estrategia de resiliencia.
Además, la sintrópica tiene un impacto directo en la conservación ambiental. Al promover sistemas con múltiples estratos y altos niveles de cobertura, favorece el aumento de materia orgánica, la recuperación de microorganismos del suelo, la presencia de polinizadores y la integración armónica del componente forestal. Para una provincia donde la protección del monte nativo es una política estratégica, estos sistemas se alinean con las metas de conservación.
El interés por estas prácticas también está vinculado a fenómenos más amplios. A nivel nacional, la preocupación por la seguridad alimentaria, la presión sobre los precios de los alimentos y la demanda de productos saludables genera nuevas oportunidades para los sistemas agroecológicos. Y en el ámbito global, organismos internacionales como la FAO insisten en la necesidad de transitar hacia modelos productivos que aumenten la productividad sin degradar los ecosistemas. La sintrópica se ubica justamente en ese cruce: productividad, sostenibilidad y diversificación.
Cultura productiva
En Misiones, la tendencia crece porque se apoya en una base cultural sólida y en la capacidad de los agricultores para experimentar, observar y adaptar técnicas. En municipios como San Pedro, El Soberbio, Aristóbulo del Valle y Campo Ramón ya existen huertas demostrativas y unidades productivas que combinan yerba mate, frutales, mandioca, especies nativas y hortalizas bajo un mismo sistema sintrópico. Cada experiencia aporta aprendizajes que, poco a poco, construyen un modelo local propio, respetuoso de la biodiversidad misionera.
Para muchos productores, la sintrópica no es solo una técnica: es una forma de repensar la relación con el territorio. Supone planificar a largo plazo, observar los ritmos naturales, intervenir con inteligencia y, sobre todo, asumir que el suelo es un organismo vivo que responde mejor a la diversidad que al monocultivo.
La agricultura sintrópica no reemplaza otros sistemas, pero sí se convierte en una herramienta valiosa para quienes buscan diversificar, regenerar y producir de manera más estable. En Misiones, su crecimiento es parte de una tendencia más amplia que recupera saberes campesinos, integra ciencia y tecnología y proyecta un modelo de producción que combina eficiencia, cuidado ambiental y arraigo territorial.





