Anahí Fleck
Magister en Neuropsicología. 0376-154-385152
La naturaleza no es un telón de fondo: es una co-terapeuta que activa circuitos cerebrales que nos permiten pensar, sentir y atreverse de nuevo. Breves encuentros con espacios verdes -un paseo de diez a quince minutos, escuchar el canto de las aves o mirar una imagen vegetal- reconfiguran la atención, rebajan la rumiación y afinan la memoria, creando pequeñas ventanas interiores desde las que es posible ensayar lo nuevo, paso a paso y con ternura.
En clave de ecosanación proponemos entender tres ejes neurobiológicos que conectan el paisaje con la conducta. Primero, las redes frontoparietales fortalecen el control ejecutivo y la memoria de trabajo: cuando están más disponibles, planificamos mejor y podemos dividir los desafíos en pasos manejables. Segundo, la llamada red en modo por defecto -esa tendencia a recrear historias mentales repetitivas- se reduce en presencia de estímulos naturales, liberando recursos atencionales para la acción. Tercero, los sistemas límbicos, incluida la amígdala, se serenan: disminuye la reactividad emocional frente a la novedad y el miedo, permitiendo afrontar lo desconocido desde una calma sostenida. Asimismo, la vía dopaminérgica se enciende ante la novedad y la recompensa, haciendo que el descubrimiento resulte motivador cuando el entorno transmite seguridad y riqueza sensorial.
Desde esta caja teórica, la práctica ecosanadora propone intervenciones amorosas y graduales. Una práctica diaria, breve y ritualizada -10-15 minutos de contacto sensorial con naturaleza- actúa como un “calibrador” del sistema nervioso: caminatas conscientes, audios con sonidos naturales, o una pausa frente a una planta nos anclan y ensanchan la atención. Estas microexposiciones crean espacios seguros donde probar comportamientos nuevos sin exigir heroicidades.
La escalada de desafíos respeta la plasticidad neuronal: diseñar niveles reducidos de aproximación (observar, interactuar, actuar) permite activar la vía de la recompensa sin desbordar el eje del estrés. Registrar pequeños logros -un diario de pasos, una foto, una palabra de reconocimiento- fortalece la motivación y convierte lo aparentemente insignificante en un acumulado transformador. Al mismo tiempo, el entrenamiento en interocepción -escaneo corporal breve y nombrado de sensaciones- mejora la regulación prefrontal y reduce la intensidad de la alarma emocional, haciendo que la persona reconozca su límite y también su avance.
La ritualización simbólica y la narrativa son herramientas centrales en ecosanación. Incorporar metáforas -sembrar una semilla, cruzar un puente, encender una llama tenue- y mini-rituales de paso confiere sentido y cohesión a la experiencia. El símbolo no es adorno: organiza la percepción, alinea motivación y crea memoria afectiva que sostiene la conducta futura. En contextos grupales, estos rituales se vuelven potentes porque la cohesión social funciona como amortiguador del miedo; compartir pequeños desafíos en espacios verdes refuerza la pertenencia y la confianza, facilitando que cada persona se arriesgue con apoyo.
El diseño del entorno es parte del proceso terapéutico. Barrios que integran zonas verdes, sombra, bancas, recorridos seguros y lugares para el encuentro social envían señales claras: este espacio es habitable, digno y abierto al contacto. La mejora física y social del espacio reduce la percepción de amenaza y favorece la exploración. En la práctica, transformar un rincón gris en un pequeño jardín comunitario, organizar paseos guiados o instalar puntos de escucha sonora son intervenciones de bajo costo y alto impacto psicosocial.
Para responder a necesidades que exceden la comprensión racional, ecosanación articula tres capas complementarias: regulación corporal (respiración, contacto con la tierra), sentido simbólico (rituales, narrativas) y diseño ambiental (señales de seguridad y posibilidad). Juntas, actúan sobre la regulación autonómica, la motivación dopaminérgica y el procesamiento simbólico, permitiendo que la transformación ocurra lentamente, con compasión y respeto por los ritmos individuales.
Ecosanación es entonces una invitación práctica: crear condiciones externas que hablen al cerebro y al corazón; proponer desafíos mínimos que convoquen la curiosidad; celebrar cada paso; y sostener los procesos en comunidad. Así, desde lo pequeño y amable, se abren rutas para conquistar miedos y descubrir capacidades que estaban calladas pero listas para florecer.








