
Estamos nuevamente en los umbrales del Adviento, una estación litúrgica que va más allá del recuerdo histórico para convertirse en una experiencia espiritual viva en este 2025 que ya termina. No solo marca el inicio de un nuevo año litúrgico: sino que nos invita a una profunda vigilancia ante la triple venida de Jesús -la venida histórica en Belén, su presencia real en la Eucaristía y su glorioso retorno al final de los tiempos.
Como nos recordaba el papa Francisco, el Adviento es una escuela de espera que nos invita a mirar más allá de lo inmediato. No se trata solo de la dulce expectativa de la Navidad; estamos llamados a despertar la esperanza del regreso glorioso de Cristo, preparándonos para ese encuentro final con decisiones coherentes y valientes. Esa coherencia se expresa hoy en un compromiso radical con el Evangelio: dejar la superficialidad y renovar nuestras esperanzas más hondas como familia y comunidad.
La esencia del Adviento es la alegría de la esperanza. Aun en medio de adversidades y sombras, el mensaje central es que Dios está con nosotros: Emanuel. Las cuatro semanas del Adviento no son un tiempo de penitencia sombría, sino de preparación gozosa para un acontecimiento trascendental: Dios se hace hombre para redimirnos y dignificarnos.
Jesús nos invita a encender la lámpara de la fe y a mantenerla con el aceite de las buenas obras y la caridad. Es un llamado a salir de la rutina y renacer en la esperanza, confiando plenamente en un Dios que nos ama sin condición. La liturgia de este tiempo nos urge a estar atentos a la gracia: Jesús quiere nacer no solo en el pesebre, sino en el corazón de nuestras realidades más complejas. La alegría de su venida se manifiesta tanto en el reconocimiento de las bendiciones como en el compromiso de protegerlas y compartirlas.
La espera en este Adviento se alimenta y fortalece con la oración constante. San Pablo nos anima a vivirla con gozo: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión” (1 Tes 5, 16-18). No es un ideal abstracto, sino el fruto de un corazón que ha puesto a Dios en el centro.
De esa confianza nace la alegría del Adviento, una cercanía divina presente en cada detalle de la vida, que nos impulsa a expresar ternura y amor en gestos concretos.
Cada Adviento renovamos la esperanza en la salvación que nos trae Jesucristo. Es abrirse a la confianza plena en el amor de Dios, que todo lo puede. Esta espera nos prepara para la Navidad y también para la segunda venida del Señor, promesa de un encuentro definitivo y glorioso. Ese evento salvífico nos recuerda que la vida tiene una meta trascendente y que cada día es una oportunidad para acoger y prepararnos para ese encuentro personal.
Nuestra guía en esta espera es María, la Virgen del Adviento. Ella nos muestra la actitud esencial: silencio contemplativo y un Fiat dispuesto, ese “hágase” que abrió su corazón a la voluntad de Dios y a la inmensa alegría de la venida del Salvador. Siguiendo su ejemplo, aprendamos a abrir el corazón a las manifestaciones de Dios que alimentan nuestra esperanza cotidiana.
El Adviento de 2025 enciende una luz en medio de la oscuridad. Escuchemos la Palabra que nos exhorta: permanecer despiertos, vigilantes y preparados para el Señor. No dejemos pasar esta oportunidad de gracia: encendamos con gozo la luz de la esperanza para que se irradie en nuestra familia y comunidad.








