El autoconocimiento es un camino silencioso y profundo. A medida que aprendemos a conocernos, descubrimos las herramientas que nos permiten caminar más livianos por la vida. Comprender qué cosas nos enojan, qué nos duele y qué nos conmueven nos da la posibilidad de comprender nuestras emociones, en lugar de ser arrastrados por ellas.
Los ejercicios de respiración y relajación son puertas hacia ese espacio interior donde podemos observar sin reaccionar. Nos invitan a detenernos, sentir, mirar con honestidad lo que sucede dentro, y solo después, responder. Porque entre la emoción y la reacción existe un instante de conciencia: allí habita nuestra libertad. La autoobservación también nos vuelve menos susceptibles. Nos ayuda a recordar que todos atravesamos dificultades, que todos tenemos heridas, y que la comprensión nace de reconocernos en el otro.
Mientras vivamos en la reacción, la mente se nubla y el corazón se tensa; en ese estado no hay reflexión posible, solo repetición del dolor. Las herramientas que el autoconocimiento nos ofrece amplían nuestras posibilidades: nos permiten ver una misma situación desde distintos ángulos, encontrar nuevas salidas o, cuando no hay solución, aceptar con serenidad.
Pacificar la mente es comprender que el otro no es tan distinto de mí, que todos tropezamos, nos enojamos, buscamos y a veces también herimos. Cuando entendemos eso, la empatía se vuelve un acto natural y la convivencia más humana. Vivimos en una sociedad donde abunda la reacción, la violencia verbal y la necesidad de tener razón.
Pero detrás de cada grito hay una herida, y detrás de cada ofensa, una carencia de amor. Quien se conoce, no hiere. Quien se observa, elige. Y esa capacidad de elección -de decidir qué nos afecta y qué no- es, en esencia, la verdadera libertad. Conocerse a uno mismo es un arte, y también un acto de valentía.
Cada día podemos descubrir algo nuevo de nuestro ser si desplazamos la mirada del otro hacia nosotros mismos. Respirar, meditar, contemplar, orar: todas son formas de regresar al centro, a ese lugar sagrado donde habitan las respuestas que buscamos. Solo cuando el ruido de la mente se apaga, podemos escuchar la voz del alma. Y en ese silencio luminoso, abrazarnos con amor y gratitud por habernos atrevido a mirar hacia adentro. Que la paz sea el fruto de tu búsqueda, y que el amor te acompañe en cada paso. Bendiciones.
Prof. Paula Vogel
Gimnasia para el Alma.
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